El Guanaco y el Borrego

Por: Francisco Parada Walsh*

Era un día soleado, demasiado caluroso. Ante las altas temperaturas en la sabana de una pequeña aldea llamada Pinochilandia, los animales buscaron un sinuoso arroyo para beber agua;  el elefante, alzó su trompa en señal de felicidad, el rey león dio un espectacular rugido que no dejó de asustar a los presentes, las hienas no paraban de reírse al verse reflejadas ante las cristalinas aguas.

Mientras, el guanaco con su lento caminar buscó en el rio el lugar más apartado posible, prefería aguar en la soledad antes que soportar las burlas de los demás animales, sobre todo las  hienas bandidas  que se carcajeaban  y se burlaban del noble guanaco; de un espeso bosque fue saliendo un borrego que al ver a su único amigo, el guanaco, sin pensarlo dos veces decidió ir a acompañarlo,  y no podían ocultar la felicidad de estar juntos, no paraban de balar y de bufar.

La sed era insoportable y apenas la apaciguaron, ambos, se fueron caminando muy despacio en busca de la sombra de un tupido y frondoso árbol de Flor de Izote; fue el borrego que con un balido algo suave le preguntó al guanaco cómo estaba; el guanaco, algo perezoso no dudó en responderle que cada día se sentía mejor, que a pesar de los problemas que aquejaban a la manada de guanacos, todos estaban optimistas y con más fuerzas que nunca.

El borrego, curtido por los años no pudo quedarse sin balar, diciéndole a su amigo guanaco: ¡Guanaquito, quanaquito! siempre queriendo tapar el sol con una pezuña, no te creo nada de lo que dices, mira, tu rostro refleja tristeza y tus vidriosos ojos más parecen que esconden dolor y llanto; el guanaco guardó silencio por unos segundos y por la confianza que tiene con su amigo borrego no dudó en decirle que tenía razón, que el pasto escaseaba, que muchos guanacos decidieron irse lejos en busca del forraje y que no se sabe nada de ellos, pero el guanaco no perdió oportunidad de preguntarle a su amigo borrego cómo le iba en la manada.

El borrego, algo confundido y con la mirada triste no pudo ocultar su sentir, fue así que le dice que no le queda más que obedecer a su amo, que, aunque quisiera ser libre, estaba en su alma la esencia pura de obedecer y del sometimiento, y cumplir toda orden sin protestar; el guanaco, algo envalentonado no perdió un segundo en decirle que muchos lo critican por lento y por no emitir un bufido cuando el dueño de la manada los obliga a hacer trabajos  extenuantes pero que él se siente muy orgulloso que le llamen guanaco.

El borrego fija la mirada en su amigo diciéndole ¿Qué orgullo puedes sentir de tan despectivo nombre?, el guanaco, algo molesto y mientras mascaba algunas hierbas le dice que todo es un error, que los demás animales no entienden que llamarse guanacos es un honor, que son fuertes, trabajadores, arrechos y que eso los hace sentirse muy  dignos de su nombre; es el borrego quien lo interrumpe y le dice: Más parece que tratas de aparentar lo que no eres, mírame a mí, soy un borrego y acepto que toda orden que me dicen la cumplo sin balar, esa es nuestra naturaleza y no me da pena decirlo, en cambio, tu, amigo guanaco, vives en un mundo irreal, te crees muy trabajador pero oportunidad que tienes te quedas echado, siempre comiendo arbustos que te hacen saltar como cabra loca,  vives en un mundo de fantasías donde solo tú crees lo que dicen de ti.

El guanaco no pudo ocultar lo incómodo que estaba ante las verdades que su amigo borrego decía; fue así que en un momento quizá de mea culpa es el guanaco quien le dice bufando: Me cuesta aceptar lo que tú dices de mí, pero tienes toda la razón, no soy ese animal de carga poderoso, que camina largas faenas, no, quizá  lo correcto sea que ante la falta de pasto debemos caminar al norte, muchos de mi manada mueren en el camino, no, aquí cada día la vida es más difícil, poco a poco iremos desapareciendo, y tristemente a nadie parece importar.

El borrego, algo apenado por cuestionar a su gran amigo le dice que hay muchas cosas en común y que en su esencia está en aceptar ordenes sin discutirlas y que a pesar de su apariencia salvaje no puede hacer nada; siempre agachamos la cabeza, solo que a diferencia de ustedes, nosotros no nos engañamos, vivimos en esta manada, somos quizá los animales más dóciles del mundo pero somos felices a nuestra manera; el guanaco, mientras  se alimenta de frescas y raras hojas empieza a bufar, es tan escandaloso el ruido que sale del buche del guanaco que todos los animales que descansan a la orilla del río se asustan y salen despavoridos, a lo lejos se escuchó ¡Arriba con la selección, los catrachos nos ganaron con un gol de vacilón!

El borrego, algo asustado le dice: Ves, es lo que te digo, siempre vives atarantado;  el guanaco, quizá cansado de tanto trabajo sin recibir siquiera agua le dice a su amigo: No soy lo que dicen de mí, soy apenas un animal haragán que no tiene dignidad, que solo piensa en el pasto del día, que su vergüenza es grande pues a diferencia de otros animales cada quien hace lo que quiere; es el borrego que al ver a su amigo echado, le dice: “No te lo tomes tan a pecho, somos amigos, también somos diferentes y nada de lo que se diga de nosotros podrá separarnos; no me importa que seas bipolar amigo guanaco, no, nuestra amistad va más allá y solo te pido que vivas tu realidad, que esa descripción que hacen de ti no la creas, eres guanaco de pura cepa, no eres ni por cerca ese fantástico animal, no, mejor cállate, obedece y sigue trabajando.. Y quizá te caería bien rumiar unas hojas de amapola, solo así te puedo ver feliz-…”.

*Médico salvadoreño

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