Palabras de Monseñor Romero para iluminar la realidad, ante un nuevo aniversario de su natalicio

El pasado de 6 de agosto celebramos un año más de nuestra fiesta patronal dedicada al Divino Salvador del Mundo. Fue en plena pandemia, con una Catedral cerrada y una misa a la que hemos “asistido” recordando festividades anteriores, cuando se podían cantar los bellos versos de la misa popular salvadoreña que nos regaló Yolocamba Ita: “vibran los cantos explosivos de alegría, voy a reunirme con mi pueblo en Catedral, miles de voces nos reunimos este día para cantar en nuestra fiesta patronal”.

También, este 15 de agosto celebramos los 103 años del natalicio de nuestro Santo Oscar Romero, sin las masivas peregrinaciones hacia su pueblo natal: Ciudad Barrios. Pero con el mismo espíritu y anhelo de celebrar su vida, convocados todos alrededor de una causa común: la justicia social. Su palabra nos sigue alentando, hoy más que nunca, hacia la búsqueda de acuerdos que hagan prevalecer la vida del pueblo salvadoreño, en estos momentos tan difíciles de pandemia y desgobierno: “Señor, mira el triste cuadro que nuestra patria te está ofreciendo. Vuélvete, misterioso Salvador; y que esta esperanza que en ti ponemos nos devuelva la paz que se ha perdido, porque no hay justicia en el ambiente” (Homilía 6 de agosto de 1978).

En los tres años que Monseñor Romero celebró frente a catedral la fiesta al Divino Salvador, convocó urgentemente a transfigurar la patria. Su voz profética sigue siendo vigente, ante un panorama tenso y conflictivo, en donde los poderes buscan destruir nuestra convivencia y nuestro compartir. Como buen profeta, Monseñor supo además anunciar una buena noticia. La buena nueva de un Dios Padre y Madre, que ama especialmente a este pueblo, y que nos llama a la transfiguración de todas nuestras relaciones, para que podamos superar los dolores y las tribulaciones actuales, encontrando la fuerza para no darnos por vencidos.

Celebrar hoy la vida de Monseñor Romero a 103 años de su nacimiento, es recordar una vida volcada hacia el bien y la justicia. Una vida que hasta en la muerte fue semilla que alimentó la esperanza del pueblo salvadoreño; llamado a organizarse y luz para enfrentar y resistir el mal y la injusticia.

Celebrar la vida de Romero supone abandonar cualquier pretensión de falsos mesianismos. Y reconocer el valor de nuestros propios derechos, pues es Dios quien quiere nuestra vida en abundancia. Es Él quien nos invita a cambiar y a transformar la realidad de nuestra patria, y quien nos entrega en Romero un ejemplo, un camino de compromiso con el diálogo y con la búsqueda incansable de la paz.

El testimonio de Monseñor es un exigente llamado al cambio, antes de que sea demasiado tarde: “También quiero decir, a quienes tienen abundancia, que aprendan a compartir; que nuestro Divino Redentor, en esta mañana que se anticipa a la mañana del juicio final, está dando todavía la oportunidad: “Todo lo que hiciereis con ellos, conmigo lo hicisteis. No es limosna que pide, es la justicia social que se reclama.” En nuestros días, esa justicia social pasa por no acaparar alimentos ni medicinas, por no dejar a las y los empleados sin su salario, por ser solidarios con los que sufren y por no priorizar los votos a la vida.

“Y a todos los que han alcanzado un grado de dirigencia en el pueblo, a todos los que pueden llamarse dirigentes, aunque sea de un sector modesto, les diré: hermanos, en nombre de Cristo, ayuden a esclarecer la realidad, busquen soluciones, no evadan su vocación de dirigentes. Sepan que lo que han recibido de Dios no es para esconderlo en la comodidad de una familia, de un bienestar. Hoy la patria necesita, sobre todo, la inteligencia de ustedes.”

Su palabra resuena aún con más fuerza para quienes ostentan un cargo de servicio público, aquellos a quienes la voluntad del pueblo les encargó trabajar para el bien común, no de sus amigos y familiares, sino especialmente de quienes han sido históricamente silenciados y dejados fuera: los descartados, de los que también nos habla el Papa Francisco. Para esto es necesario que conozcan al pueblo, su voz y sus esperanzas, y que reconozcan su fuerza, su valor y su extraordinaria capacidad de lucha.

Monseñor Romero como buen pastor conocía a su pueblo (6 de agosto de 1978): “Somos aquí la transfiguración de Cristo: un pueblo que se ilumina por la fe, que lo alienta una gran esperanza, que lo aglutina un gran amor. Somos de verdad la gloria del Señor”

Que la vida de Romero nos motive y nos lleve a la necesaria conversión del sistema y de nuestras vidas en favor de las y los demás, como él lo hizo, y que su voz profética siga alimentando nuestra esperanza para que juntos podamos decir ¡que haya vida y libertad en El Salvador!

UNIVERSIDAD CENTROAMERICANA “JOSÉ SIMEÓN CAÑAS”
MAESTRÍA EN TEOLOGÍA LATINOAMERICANA

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