El hambre, otra amenaza desprendida del COVID-19

Por: Luis Arnoldo Colato Hernández, Educador.
Al inicio del presente mes, desde New York, un vocero de las Naciones Unidas realizó una declaración temida y esperada por algunos, y no por ello menos indeseable: “…la posibilidad de una generalizada hambruna, es real…”.
Y es que en la medida que el COVID-19 avanza superando fronteras, barreras de contención y demás recursos diseñados para ralentizarlo, no solo afecta a las personas, infectándolas, quebrando la moral pública y provocando pérdidas humanas; también afectas las cadenas productivas como de distribución de tales recursos, rompiéndose por ello eventualmente los medios de suministro tradicionales que las naciones poseen.
Esto por supuesto es consecuente con el hecho de que la contención ha implicado que las personas dedicadas a los quehaceres rurales, hayan dejado de realizarlas, lo que deriva en que las cosechas no se recogieran, o sencillamente no en el ritmo debido, generando pérdidas de las mismas, o al menos reducción en la recolección de estas.
Otra dificultad implicada, lo ha sido el que las fronteras se han cerrado al libre tránsito, impidiendo que los productos lleguen a tiempo a su destino, pues interfiere el que las necesarias medidas de contención ralentizan su avance, o simplemente la detienen, perdiendo por descomposición en el proceso buena parte de los productos, o al menos reduciendo su calidad.
A esto debe sumarse el que las medidas impuestas desde las diferentes administraciones detentan en algunos casos, una alta carga de autoritarismo que excede las medidas recomendadas desde la OMS, añadiendo cargas innecesarias que son interpretadas erróneamente por las fuerzas del orden, involucrando en el proceso las bajezas que la naturaleza humana supone.
Tampoco la confianza del ciudadano contribuye por mucho, pues muchos sencillamente desconocían del lugar de procedencia de los alimentos que tiene en la oferta que encuentra en la despensa, imponiéndose una suerte de xenofobia encubierta, pero tanto o más mezquina y perversa por lo enmascarada que ésta se ejerce.
Sin embargo, todo lo anterior son apenas inconvenientes cuando además se considera en la ecuación lo que los propios estados han hecho por desidia en menoscabo de sí mismos, abrazando esquemas que solo beneficiaron a las élites, empobreciendo y deprimiendo a las mayorías, pues ello implicó la reducción de los estados y la consecuente concentración de la riqueza en pocas manos.
Lo peor empero no es esto, que ya es grave y criminal, sino el hecho de que para lograrlo se desmontara los modelos tradicionales de producción, renunciando al modelo desarrollista basado en la industrialización y en cambio abrazando un modelo económico por definición insostenible por insustentable, lo que se evidencia crudamente en la incapacidad de solventar cualquier necesidad alimentaria.
Entonces el desafío será desmontar éste esquema, promoviendo otro sustitutivo que regenere el tejido productivo del agro, brindándole tanto el soporte legal como logístico para que éste se vuelva autosuficiente, conquistando así la soberanía alimentaria, pero además, para que las pérdidas humanas tengan algún sentido, promocionando un modelo económico de reparto basado en la equidad, promoviendo así tanto la anhelada resilencia sanitaria, como la justicia social.

 

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