Memorias de la prehistoria y del socialismo real

(Por: David Hernández)


Fue en 1977 cuando me notificaron que fui seleccionado para viajar a la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) a realizar estudios de idioma ruso y de ciencias agronómicas. Era maestro rural y trabajaba en el cantón San Juan Los Planes, ubicado en el Volcán Quetzaltepec, de San Salvador.

Era miembro del grupo y la revista literaria «La cebolla púrpura», que fundé en abril de 1971 junto con los poetas Jaime Suárez Quemain (1950-1980), Rigoberto Góngora (1950-1982), autollamados «cebolludos propiamente dichos». Al grupo llegaron otros escritores como Mauricio Vallejo, Gerardo Guzmán, Nelson Brizuela, los hermanos Galeas, llamados «cebollines».

Nuestra bohemia se centraba en el café ubicado en la actual Plaza España, «El Skandia». De dicho local, a comienzos de la medianoche, nos desplazábamos hacia los bares de La Praviana, fundamentalmente al «Lutecia», al «Faro», o a los Frijolitos Carlota, para terminar en la madrugada en una venta de carne asada y panes con frijoles exquisita llamada «El amanecer», en la parte opuesta donde se ubicaba el edificio de «Antel», cercano al parque Hula Hula.

Al saber que me iba por varios años a la antigua URSS no se me ocurrió otra cosa que preguntar en la Facultad de Química y Farmacia por la fórmula secreta del «Kickapú», una bebida embriagante que emborrachaba hasta a las estatuas y cuya patente ostentaba dicha Facultad. Al llegar al respectivo Departamento, me recibió en persona «el Turcón», en esa época docente e investigador de dicha Facultad.

Yo venía de sacar un doctorado en ciencias alcohólicas en el Bar «El Lutecia» y mi posdoctorado lo había sacado a base de solventar la prueba de sorber los llamados «tragos de carretonero» en el Bar «El Faro», que consistían en un vaso lleno de Tick-Tack, Chepe Toño o Smirnoff, el cual había que ingerirlo «strike», sin bocadillos, como se decía, a boca de paisaje.

Al explicarle al «Turcón» mi solicitud me miró con desconfianza, pero al manifestarle que dicha fórmula la necesitaba para defender los colores patrios en el país de los soviéts, este me dijo que regresara dentro de tres días. Al cabo de los mismos me recibió muy entusiasta, y me dijo «ya te salvaste», te vas al otro lado del mundo, aunque sea sin boleto de regreso. Era evidente que se había informado bien y que tenía acceso directo a mis becarios. La fórmula es muy sencilla: alcohol de 90º, jugo de naranja, azúcar. Pero el intríngulis del secreto consistía en agregar, tres días antes de servir dicha bebida, cáscaras de papa.

Debo de rendir un homenaje póstumo al «Turcón» por haberme confiado un secreto de guerra, que recibió honores en la tierra de los maestros del vodka y que de paso, por ser curtido catador de tragos de carretonero de La Praviana, me ayudó a sobrevivir un duelo etílico con un oso siberiano compañero mío de la facultad de la Academia de Ciencias Agrícolas de la Repúblicas Socialista Soviética de Ucrania, que cayó abatido por un fulminante paro cardíaco en las calles nevadas a menos 33º centígrados de Kiev, el 6 de enero de 1980, bajo los efectos del «Kickapú» patentado e inventado por «el Turcón». Pero esa ya es otra historia.

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