Hemos leído: El cuaderno del año del nobel. Libro de José Saramago.

(Por: Walter Raudales)


Es imposible dejar de pensar que podemos estar siendo presa del nuevo marketing comercial, cuando aparece un libro “inédito” de un premio nobel de literatura. Pero cuando anunciaron el más reciente libro “El cuaderno del año del nobel”, de José Saramago, corrí a leerlo porque me había quedado pendiente con sus diarios y faltaban precisamente sus apuntes personales en el año en el que le conceden el Nobel.

El mismo Saramago había dicho que: “envuelto de repente en mil obligaciones y compromisos todos urgentes, todos imperativos, todos inaplazables, se me quebró el ánimo y también la paciencia para corregir (…) las emociones con que el 1998 me benefició”.

Lo que he leído entonces es precisamente ese diario supuestamente perdido, apareció, lo encontraron y aquí está como una enorme joya. Dice Pilar del Río, su esposa y compañera, ahora viuda, que “por aquellos días Saramago cambió de computador y, por decisión de quien con él estaban, dejó de tener en la pantalla la amenazadora lista de asuntos pendientes que tanta ansiedad le provocaba”.

Total que esos apuntes quedaron abandonados hasta que por arte de magia aparecieron en un disco duro y ahí está inalterable ese diario de 1998 que dice mucho.

Lo he leído con entusiasmo, es un libro que refleja las profundas vivencias de un hombre, que recibe en la plenitud de su vida el premio más grande para escritor alguno, el nobel y cómo eso le va inundando su entorno. Eso se descubre en el texto, el día a día, antes de cerrar la noche Saramago se daba a la tarea de dejar constancia de lo que para él era lo más importante sucedido esas veinticuatro horas. Cuenta el 17 de enero, que le llamaron del periódico El Mundo de España y le preguntaron a qué persona acusaría en estos tiempos que vivimos y dice que les respondió: “Denunciaría con mis pocas fuerzas, y sin efectos visibles, al poder económico y financiero transnacional que hace de nosotros lo que quiere”. Y así va dejando registro de su cotidianidad.

También da cuenta de los artículos que escribe y las ponencias que dicta a lo largo del mundo, en universidades y en entrevistas a diversos medios. Me llama la atención cuando dice que: “los hipermercados no han ocupado tan solo el lugar de las catedrales, son también las nuevas escuelas y las nuevas universidades, abiertas a mayores y menores sin distinción, con la ventaja de no exigir exámenes de ingreso o notas mínimas, salvo aquellas que resuelva la cartera y cubra la tarjeta de crédito. El gran suministrador de educación de nuestro tiempo, incluyendo la “cívica” y la “moral”, es el hipermercado. Somos educados para ser clientes. Y esa es la educación básica que estamos transmitiendo a nuestros hijos”. Un pensamiento claro y revelador sin duda y muy agudo para desenmascarar el pensamiento dominante.

En su compromiso social llama al resto de escritores y artistas a “proclamar la necesidad de una insurrección moral de intelectuales sin distinción de objetos ni de épocas”.

Pero lo más hermoso del libro es cómo habla de su infancia de cómo se formó en el arte de contemplar y de cómo se forjó su espíritu. “Todo es según lo que somos, todo será según lo que sintamos”, dice. Y reitera: “En la linfa de la sangre, y no solo en la memoria, llevo dentro de mí los ríos y los olivares de la infancia y la adolescencia, las imágenes de un tiempo mítico tejido de asombros y contemplaciones.”

Dice Saramago y termino con esta hermosa frase, no sin antes recomendar la lectura del libro: Somos animales virtuales, llegará un tiempo en que lo único real será sólo la muerte.

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