Campañas mediáticas contra los procesos progresistas latinoamericanos

Randy Alonso Falcón.


Vivimos tiempos de intensa batalla de ideas. Si en los finales del pasado siglo nos vendieron la receta del posmodernismo, como un llamado al quietismo, al individualismo feroz, al fin de las utopías; ahora, convierten en término de moda a la posverdad. Los medios de comunicación lo utilizan repetidamente y un grupo de teóricos debate ardientemente su significado y alcance. El diccionario de Oxford lo proclamó como el término en inglés (post-truth) más usado en el 2016. La Real Academia Española lo santificó en el 2017. Detrás de la avalancha, se pretende secuestrar, una vez más, a la víctima más frecuente de todos los conflictos: LA VERDAD.

Se intenta correr la frontera de las mentiras, invertir los campos de la moralidad, agrandar la prevalencia del individualismo. Se abre paso a la hegemonía de lo que el reconocido intelectual polaco Zygmunt Bauman denominó, a fines del siglo pasado, como la “modernidad líquida” , donde nada es sólido: ni el Estado – Nación; ni la familia, ni el empleo. “Es el momento de la desregulación, de la flexibilización, de la liberalización de todos los mercados” – señalaba. “No hay pautas estables, ni predeterminadas en esta versión privatizada de la modernidad. Y cuando lo público ya no existe como sólido, el peso de la construcción de pautas y la responsabilidad del fracaso caen total y fatalmente sobre los hombros del individuo”.

Se nos vende la idea de la imposibilidad de la emancipación, del triunfo de las apariencias sobre lo cierto, de la inexorable obsolescencia de la ética.

Nuevos Tiempos, nuevas Tecnologías: el monopolio de siempre

La era de la información o la Sociedad Informacional en que vivimos – como indistintamente la denominan los estudiosos – ha sido escenario para cambios sustanciales en los modos y la velocidad de hacer la comunicación. La Internet ha extendido el alcance de los medios, ha convertido en hecho instantáneo a la noticia, ha ampliado las fuentes de emisión y multiplicado el volumen de la información que circula. Pero hay cosas que no han cambiado: el poder mediático sigue en manos de unos pocos, la manipulación y la mentira continúan siendo armas de uso predilecto contra quienes se plantean enfrentar el dominio hegemónico del capital y el mercado; se prosigue imponiendo y estandarizando ideas, símbolos, culturas.

Un puñado de oligarcas de la finanza y la industria, pertenecientes a esa élite transnacional del 1% que suele reunirse en Davos o en Bilderberg, controla cada vez más los medios de comunicación y los mensajes que se emiten. Allí se han instalado también los magnates de las nuevas tecnologías y las redes sociales digitales, como el hombre más rico del mundo en la actualidad, Jeff Bezos, dueño de Amazon, de la compañía de turismo espacial Blue Origin y también ahora del Washington Post, el segundo medio mejor posicionado en el Ranking de Alexa para EE.UU.

Unos pocos emporios son los dueños de los grandes periódicos y televisoras en la abundante selva mediática estadounidense; tan sólo cinco grupos controlan la prensa francesa de gran público. No pocos medios latinoamericanos están bajo el control de grupos estadounidenses y españoles.

Ya en 1843, en su Monografía de la Prensa Parisina, Honoré de Balzac advertía que cuando un hombre de negocios compra un periódico (un medio de comunicación diríamos hoy) lo hace “… o para defender un sistema político cuyo triunfo le interesa, o para convertirse él mismo en político, haciéndose temer”.

Las insidias, las falsedades, el manejo mediático, que antes se ejercía desde las agencias, la radio o las publicaciones impresas, ahora se difunden ampliamente desde televisoras satelitales, sitios digitales de origen diverso, o a través de las multimillonarias audiencias de las redes sociales.

Los poderes mediáticos globales manejan también los hilos de los medios de comunicación locales. Los mensajes y opiniones que se emiten en Washington, Nueva York, Miami o Madrid se reproducen con inmediatez y profusión en los medios dominantes en Latinoamérica, buena parte de cuyas acciones están en manos de grupos empresariales, financieros o mediáticos de Estados Unidos o España.

Los medios como Partidos políticos_Instrumentos de Guerra

En la confrontación ideológica y militar de la globalización, los medios de comunicación y las redes sociales digitales actúan como fuerza política y arma de combate. Se utilizan convenientemente para la provocación, la exaltación y el ablandamiento en las situaciones de conflicto.

Sataniza, que da frutos

La nueva estrategia imperial para coartar el avance los procesos progresistas de la región e impedir la proyección política y electoral de los líderes populares, es el uso de los estamentos judiciales, preparados y moldeados con el financiamiento y las academias y talleres del imperio, para encauzar a aquellos que pueden ser un freno a la restauración conservadora y neoliberal en Latinoamérica y a la injerencia estadounidense en la región. En ese perverso camino, tienen como aliados principales a los grupos mediáticos de la derecha latinoamericana.

El Poder Judicial, bajo el supuesto manto del enfrentamiento a la corrupción, se ha convertido en los últimos años en poderoso espacio donde se despliegan, casi sin límites, estrategias de desestabilización y persecución política. Se aprovecha el hecho de que es este el único poder que no se deriva de la voluntad popular, sino de complejos y amañados procesos de concursos o designaciones políticas, y que posee privilegios exclusivos y aberrantes. No por gusto, las maniobras de la derecha boliviana para abortar el proceso de elección popular de los jueces impulsado en ese país por el gobierno del presidente Evo Morales.

La judicialización de la política, como se le ha denominado a esta estrategia de manipulación de la justicia, viene acompañada del activo papel de los medios de comunicación para denostar a los procesos populares y desprestigiar a sus líderes. Se busca el escarnio y la destrucción de la imagen pública, para facilitar el ambiente en que lograr la inhabilitación política de los adversarios más reconocidos de la derecha furibunda de la región.

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