Un lugar de convergencia entre la cultura y el deporte

La cultura tiene diversos significados, desde un conjunto de ideas, comportamientos, símbolos y prácticas sociales que se transmiten de generación en generación hasta definirla como todo aquello que el ser humano realiza en un área geográfica específica, incluyendo sus normas, modos de vida, valores, artes, letras, actividades espirituales, costumbres y tradiciones.

Es por esto y más razones que en los municipios deben existir espacios donde los habitantes puedan reunirse y desarrollar diversas actividades que le permitan seguir formándose en diversos temas; entre esos lugares se encuentran las Casas de Cultura para la Convivencia, que albergan a todos los que deseen asistir.

Dentro de ellas existen algunos talleres que si bien es cierto no están apegados a las artes propiamente expresadas, han formado parte de las Casas de Cultura y son hoy en día actividades muy importantes que merecen ser continuadas.

En esta ocasión, la Unidad de Comunicaciones de la Secretaría de Cultura de la Presidencia viajó al municipio de Cojutepeque, en el departamento de Cabañas, para conocer más acerca del taller de karate que se ha impartido por más de 15 años en la institución, propiciando a diversas generaciones el aprendizaje no solo de un deporte de defensa personal sino de una filosofía de vida muy especial.

“Practicar karate no es solo venir y hacer dos o tres técnicas, practicar karate es cambiar a una vida diferente, no solo es ser el mejor luchador, sino que el mejor ser humano”- Sensei Francisco Delgado.

El karate se originó en el siglo XVI, en Okinawa, y significa “el camino de la mano vacía”. Sus bases se remontan a diferentes estilos de artes marciales chinos, que se combinaron con el estilo autóctono de la isla de Okinawua y lo que se busca es formar a un mejor ser humano por medio de la filosofía y el entrenamiento no solo su cuerpo sino del espíritu, para obrar bien en la sociedad.

“El camino donde se aprende a andar solo” o Dojo Dokkodo fue el nombre que el sensei Alfredo Rivas decidió darle a esta agrupación que se conformó desde 2002, en Cojutepeque, y que tiene como sede a la Casa de la Cultura de la localidad; él decidió que el estilo a desarrollar sería el Gojo Ryu o “la mezcla de lo fuerte y lo suave”.

Este modo se caracteriza por sus posiciones cortas y altas, los golpes de puño directos, una gran variedad de golpes a mano abierta, y los bloqueos circulares, que son los más indicados en situaciones de defensa personal en la vida real; algunas de las formas o katas (práctica continua de técnicas preestablecidas que simulan un ataque o una defensa) del estilo Goyu Ryu se ejecutan con lentitud y de contracción, para posteriormente ejercer mayor velocidad.

Rivas inició sus clases con menos de 10 niños y, aunque hubo dificultades con el local, siempre buscaban formas para poder practicar al menos cuatro veces por semana; entre este pequeño grupo se encontraban futuros maestros del Dojo,Alejandro de la O, Ilich Laurense y Francisco Delgado.

El sensei tuvo que retirarse por un tiempo para especializarse fuera del país. Fue en ese instante que Ilich Laurense se convirtió en el maestro de una nueva generación de niños y jóvenes que llegaban ansiosos a sus clases.

Dentro de sus estudiantes se encontraba su hermano, Francisco Delgado, quien explicó cómo ingresó al curso: “Mi madre emigró a Estados Unidos y prácticamente mi hermano y yo vivimos con otros familiares; en mi caso, yo tenía 12 años y me gustaba estar en la calle y mi hermano inició sus clases antes que yo, por él vine y en mi primera clase me pusieron en un kumite, con un niño delgado, y pensé que iba a ganarle pero me equivoqué; entonces me dije que eso no me volvería a pasar y empecé a entrenar más seguido, 4 veces a la semana, pero el karate no solo es eso, también es una forma de vivir”.

Siempre mantuvieron su forma de trabajo, y es que cada sensei enseñaba no solo técnicas de postura de pies, manos y cuerpo en general, sino que les fomentaban valores como el honor, respeto, responsabilidad, puntualidad, cortesía, disciplina, rectitud y cumplimiento de tareas, entre otros.

También incluyen, hasta la actualidad, una parte filosófica cultural o una forma de vida, tal y como lo comenta Delgado: “Si bien es cierto no es autóctona salvadoreña sino que es japonesa, no deja de ser cultura; el karate también es algo cultural, nosotros los practicamos aquí y en todos los países del mundo lo van a practicar igual”.

Los nuevos rostros

Actualmente, las sesiones las desarrollan cuatro maestros —Alfredo Rivas, Alejandro de la O, Ilich Laurense y Francisco Delgado— quienes ahora se encargan de enseñar a los más de 80 estudiantes, los días lunes, miércoles y viernes a niños de 4 a 12 años, y los miércoles, sábados y domingos a jóvenes y adultos.

Cada clase comienza con la ceremonia de saludos y ejercicios de calistenia, luego se pasa a los entrenamientos de micro o macro ciclos; el primero (periodos de 1-3 meses ) es un entrenamiento de las bases, defensas (uke) básicas, zukis (puños) y geris (patadas), y ejercicios de coordinación; el segundo es la preparación para exámenes o competencias importantes (de 4-6 meses).

“Normalmente, cuando el alumno comienza a tener claro su panorama, lo ponemos a dirigir un ejercicio, porque en un futuro él o cualquiera va a continuar dando clases y eso lo va a trasmitir a un grupo de jóvenes”, expresó el sensei Delgado.

Él además destacó la diferencia entre haber formado parte de los educandos y ahora ser uno de los educadores del Dojo: “La verdad fue difícil al principio, porque hay una diferencia entre ser un buen peleador y ser buen maestro; yo no tenía dinamismo ni didáctica, por lo general hacía entrenamientos muy fuertes para los principiantes, sin embargo, adaptarme a la capacidad de dirigir un grupo no era muy difícil porque parte de lo que se trabaja en el Dojo es la autoconfianza”.

Incluso, ese trabajo se ve reflejado en la actualidad. Por ejemplo, el estudiante Albert Henríquez, que lleva casi dos años de practicar este deporte y ahora es cinta verde, se encarga de coordinar las katas si su maestro lo solicita: “Yo nunca me imaginé llegar a esa cinta, hice cuatro exámenes donde aplicaba el golpe de puño, defensas bajas y posiciones de pelea”.

Henríquez es uno de esos jóvenes cuya vida ha sido tocada por esta disciplina. “Me gusta mucho venir aquí a la Casa de la Cultura y a practicar el deporte, porque no solo me sirve para disciplinarme, sino que me entretengo, participo en torneos y siento que me convierto en mejor persona”, expresa convencido, mientras sus palabras encierran la esencia del sentido de estos espacios para niños y jóvenes del municipio.

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