Hemos leído: Reseña del libro: “Un carpintero entre el desierto y el mar”.

Por: Walter Raudales

De repente, entre la infinidad de libros que circulan cada día, aparece uno que sorprende, como éste sobre la vida del Jesús histórico y su transición al Jesús Cristo. El libro trata de los años muy poco abordados de Yeshúa, Jesús, que significa “Yahve salva”, a quien ya crecido, la gente comenzó a llamarle Yeshúa bar Yosef, “Jesús, el hijo de José” o Jeshúa hanotsrí, “Jesús el de Nazaret”; habla de su juventud, todo el tiempo previo a sus treinta años, cuando inicia su vida pública. Habla del  Yeshúa, “como hombre auténtico y profundamente humano con los demás”.

Me ha encantado este libro porque te da un panorama bien contextualizado, teniendo como base muy buena investigación científica. Está tan bien escrito que los lugares de los que te habla, la ambientación y hasta los momentos puedes sentirlos.

Pero lo que más me ha impresionado de este libro es que está escrito en forma de novela y narrado en primera persona. Es como si Jesús, a esa edad, tuviera un diario y te estuviera contando sus vivencias de todos los días, de ser carpintero “tekton”  y de lo que siente, piensa e imagina mientras va con José, su padre, a hacer trabajos en la reconstrucción de Séforis y Tiberíades para Herodes Antipas, y a las ciudades costeras de Cesarea y Escitópolis, junto a miles de obreros a construir villas suntuosas y residencias lujosas para romanos, aristócratas, terratenientes, funcionarios y administradores, jueces, notarios y comerciantes de entonces.

Toda la forma (el cómo está escrita) de esta novela es llamativa e interesante, pero el fondo (el contenido) impacta e impresiona todavía más. Se trata de cómo un joven carpintero, hijo de carpintero, va sintiendo la misericordia de Dios en su vida y se va a apropiando del ser hijo de Dios y de ahí su rol y misión. Ese paso es tratado con enorme sutileza, el momento en que Jesús va sintiendo su propia auto-comprensión y su misión. Por lo sublime no puedes leerlo de corrido, tienes que ir haciendo pausas para degustar tantos momentos bellos y a la vez duros.
Como cuando María, su madre, lo envía a dejarle alimentos y a visitar a dos vecinos carpinteros que han contraído la lepra y de cómo el sistema social los excluye y los condena a deambular y a pernoctar en cuevas como parias. Jesús va y tiene un diálogo inolvidable con ellos.

“-No los toques Jesús, no los toques. Sólo acércate, pero no los toques –me dijeron los tres pescadores de Cafarnaúm con los que hice el recorrido-. Si tocas a los impuros, te contagias. Te van a contaminar, te van a contaminar y quedarás tan lesionado y condenado como ellos. (…) Rufo y Elías ya no eran los carpinteros que conocí, sino una sola deformación de piel pergamino debido a la progresión de las lesiones. (…) Cuando fui a abrazar a ambas esposas e hijos, ya no eran las familias de “los carpinteros”, sino la de “los leprosos”. Aún lloraban el infortunio, sumando ahora la incurable necesidad de comer. (…) Cuando mi madre, María, lo supo – mi Immá-, en arameo- se conmovió tanto, que de inmediato amasó harina e hizo panes, mientras me decía: – sé sensible, Jesús, a ese dolor hay que buscarle remedio, aislarlos no tiene por qué significar abandonarlos- y me envió, de inmediato, a andar esos doce kilómetros para llevarles qué comer y saludarlos. (…) Mi madre me impresionó con su reacción: -La voluntad del Padre no puede ser el sufrimiento de sus hijos- me repetía mirándome para consolarme, mientras sus manos iban y venían sumergidas en la harina. Conmuévete Jesús y haz a los demás lo que quieres que hagan contigo!”.

Así Jesús va sintiéndose hijo de Dios y experimentando el enorme amor del Padre-Dios.

Así como este episodio de los amigos “leprosos” hay otros en la novela y dan cuenta de cómo Jesús va descubriendo y apropiándose de esa “divinidad escondida”. Del encuentro con Rufo y Elías Jesús dice en el relato: “De las lesiones oculares salió una mirada, entre lágrimas, que no necesitaba de palabras para nombrar lo que es el tormento; correspondí con las mismas lágrimas, envoltura de una mirada no necesitada de palabras para describir el desconsuelo. (…)  Queriendo consolarlos, fuimos nosotros los consolados por estos dignos hijos del mismo Padre que no querían vivir como condenados. (…)  Bienanventurados, sentí en mi interior, los que ahora lloran porque verán a Dios”.

Hay más momentos como éstos en donde Jesús se va llenando del amor y misericordia de Dios. Es en el dolor del otro, realidad extrema y dura que él va viendo desde los ojos de Dios. En un momento en que su vecina Salomé es despreciada públicamente él dice: “Salomé lloraba como lo hace el cielo y yo me sentía quebrantado en su quebranto; estremecido al compás de la entrecortada respiración, adolorido, según transitaba su corazón de la rabia al desasosiego.”  Lo de Salomé le marcó: “¿Quién duerme si hay pesar a un lado? Imposible descansar sabiendo a esos niños enmudecidos y helados en medio del remolino de estridencias, empujones y amenazas a su madre. (…) Me dolía el oprobio y la congoja de Salomé, hijos y hermanas. Comencé a decirme: qué tal si este penar ajeno lo hago mío, qué tal si es mi propia piel y mi quebranto… Repaso todo y trato de verlo con los ojos de Dios. Experimento poco a poco una desaprobación venida de la mismísima mirada de Dios sobre la redondez de la tierra. Me inspira imaginarme, esa mirada divina, experimentada como presencia amorosa”.

Ese es el momento culmen de la “divinización” según el libro, el instante en que Jesús siente esa presencia divina.  “La sola experiencia de la certeza de la presencia de esa misericordia trae a mi corazón, por segunda vez en la noche, un júbilo como el de un aguacero que se espera.(…) Luego del abatimiento ya no me siento sombrío ni abrumado, sino consolado, puesto resplandeciente  en el camino de la verdad y la vida. La misericordia de Dios se me reveló compadecido y conmovido ante el suceso de nuestra amiga.(…) Este espíritu de Dios descendido desde lo alto, transfiguró mi rostro al imaginarlo.”

Es el instante en donde: “Sentí que mi ABBA –Padre- actuaba en mi interior, y hasta entonces entendí que por dentro me transformaba de una manera oculta y misteriosa”. “Algo paulatino y gradual sembró Dios en mí mientras crecía”.

Es hermoso el momento también cuando Jesús en su juventud conoce a los médicos egipcios. Los sanadores, llamados “Sun-un”, eran médicos itinerantes quienes le explicaron que para curar ellos sólo despiertan la fe en la propia fuerza del enfermo para curarlo. “Nuestro secreto es animar el corazón”, “Curando el alma se hace saludable el cuerpo”. “Eran los sanadores de Escitópolis que pasaban haciendo el bien con obras buenas, como las buenas obras de mi Abbá”.

Otro momento es cuando se entera de la muerte de Juan el Bautista y lanza esa lapidaria frase sobre el poder: “Todos experimentaron en carne propia el corazón de piedra de la perversión del poder. El poder nunca fue el camino. No es el camino, ni los poderosos la salida porque la pretensión de dominar huele a Satanás”.

El autor: Carlos G. Rodríguez Rivera, es un ex-jesuita mexicano que trabajó durante su apostolado entre obreros en las minas de México. Estuvo en El Salvador en donde laboró dos años (2014 – 2016) como asesor en el Ministerio de Trabajo y actualmente vive y trabaja en África.

El libro fue publicado por la editorial Buena Prensa y por UCA Editores. Muy recomendable su lectura.

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