LOS REBELDES CONSERVADORES: Sobre la centralidad en la iglesia católica

El último consistorio convocado por Francisco en los últimos días de verano significó un “parteaguas” en el papado del primer pontífice latinoamericano. Para múltiples vaticanistas, el deterioro de la salud de Francisco es evidente y la configuración de los electores de su sucesor son elementos centrales que apuntan que las reformas constituyan un legado suyo.

Por: Luis Fernando Pacheco G.

Desde su llegada al trono papal, Francisco enfrentó una serie de voces adversas a la reforma y al debate sobre el papel de la iglesia católica en la sociedad actual. Sin embargo, la mayor tensión que Francisco puso sobre la mesa ha sido obviado por la mayoría: es el debate sobre el rol de la iglesia y una ruta que avance hacia la descentralización que promovió el Concilio Vaticano II y que se estancó durante el largo papado de Juan Pablo II y las tormentas que rodearon a Benedicto XVI.

Aunque dichos ataques de los sectores más enconados del conservadurismo eclesial nunca han menguado, sorprendió la propuesta del cardenal alemán Walter Brandmüller que aprovechó las inéditas reuniones posteriores al consistorio para proponer una reforma sobre la elección del Pontífice. El texto del purpurado lamenta la ampliación del colegio cardenalicio en épocas de Pablo VI. Brandmüller considera que hoy quienes eligen al Obispo de Roma son personas que al provenir de sus regiones desconocen el gobierno de la iglesia universal.

La propuesta es simple: limitar el derecho a electores a aquellos cardenales que residan en Roma, como ya se limitó a los menores de 80 años. Por medieval que pueda parecer, sólo encarna la visión de la iglesia solemne, centrada en Roma – en su mayoría compuesta por prelados italianos- y estrictamente piramidal que se vivió en la época preconciliar.

Es así como la propuesta de uno de los referentes del tradicionalismo católico no es ingenua. De hecho es la virtud principal del discurso de Brandmüller: es honesto y representa abiertamente lo que considera el llamado “sector curial de la iglesia”. En la otra orilla, Francisco representa -en ese sentido- los pendientes del Concilio Vaticano II: una iglesia que migre hacia mayor autonomía de las diferentes diócesis, conferencias episcopales y organizaciones regionales (como la CELAM en Latinoamérica), una iglesia que él mismo ha denominado de periferias.

Es esa la razón por la cual el argumento clásico de distinguir entre tradicionales y progresistas resulta errado: en 2013 tras la renuncia de Benedicto XVI, la iglesia no se dividió entre estas dos tendencias: se dividió entre cardenales de las periferias (USA incluido) y los curiales, aquellos que habían rodeado hasta el ahogo a Benedicto XVI en medio de escándalos financieros y de lobbies dentro de los muros del Vaticano. En ambos bloques se alineaban progresistas y tradicionalistas que defendían la forma de administrar y organizar sus ideologías. Los primeros ganaron y por lo menos en lo que a esto atañe, no han sido traicionados: la reforma de la iglesia impulsada por el papa argentino camina hacia una mayor transparencia y descentralización.

Es evidente que la propuesta es minoritaria; arrojar esta idea precisamente en un encuentro de cardenales de los cinco continentes era una afrenta a los huéspedes de púrpura que por aquellos días visitaban Roma. Pero, al igual que en la dubia de noviembre de 2016 -que Brandmüller firmó junto a los cardenales Meisner, Caffara y al polémico Burke- los rebeldes conservadores no le hablan propiamente a la iglesia, sino a una galería anti-Francisco, a sectores tradicionalistas (incluso a aquellos norteamericanos que alguna vez lo apoyaron), es decir, a quienes se han visto escandalizados por los vientos de reforma del papa argentino.

*Abogado, periodista y profesor universitario – Colombia

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