Volver (Dos para Sesenta)

Que sea Carlos Gardel quien me acompañe en mi natalicio, no sé por qué siento esta celebración tan diferente, creo que es ese sentimiento de estar más cerca de dejar este planeta, no es en sí la muerte sino tantísimas cosas que quedaron en el olvido, sueños no cumplidos, viajes no realizados, amores no amados, vinos no tomados, palabras mudas que ya apenas viven, que se ahogan, que nunca llegaron a su destino; no hay nada que hacer; batallas que nunca se lucharon, aguas que dejamos correr.

Por: Francisco Parada Walsh*

Soy un amante de la música, quizá la crueldad del tango me sacude, me clava un cuchillo en la barriga y me lo zambute tantas veces que muero cuando Gardel deja de cantar, o quizá vivo cuando Gardel deja de cantar.

Yo adivino el parpadeo de las luces que a lo lejos, van marcando mi retorno, son las mismas que alumbraron con sus pálidos reflejos hondas horas de dolor y aunque no quise el regreso, siempre se vuelve al primer amor. (No sé cuál fue mi primer amor, no sé si fue mi madre, la luna, el sol, no lo sé, creo que hay tantos primeros amores, más debo poner atención a mi último amor, no pienso en una mujer, sino qué pensamientos atiborrarán mi mente cuando sienta que la muerte está recostada en mi cama o donde sea ¿Qué pensamientos serán los que viajarán como estrellas fugaces por mi alma? Serán esos mis últimos amores, mis últimos amores, puedan ser escuchar a lo lejos a uno de mis perros ladrar, quizá un gato crea que todo sigue igual mientras agonizo, pueda ser una melodía que me despida, no lo sé, sin embargo si fuera pianista quisiera tocar las teclas con todas mis fuerzas, ya no hay más que hacer, así como escribo, habrá un momento que esta computadora morirá; deseo con toda mi alma recorrer, recalar en todos los puertos que me han dado amor y dolor; quisiera visitar a toda mi familia, sabedor yo, que en esa tertulia de hermanos pueda ser que nunca nos volvamos a ver; visitar a mis ex suegros, abrazarlos con todas mis fuerzas, sabedor que el final se acerca; una dicotomía, ir a las tumbas de mi madre y de mis hermanos, en silencio, llorar; en algarabía, reír; que mis palabras sean pétalos, que pueda decirles que aunque me duela el alma, debo despedirme para así poder encontrarnos, algo raro pero debo entender y saber que creo que hay un nicho disponible, y que sea el mío, nadie me irá a ver y poco me importa, lo único que deseo es estar cerca de los míos, eso es todo).

La vieja calle donde le cobijo, tuya es su vida, tuyo es su querer, bajo el burlón mirar de las estrellas, que con indiferencia hoy me ven volver. (Las estrellas callan, solo me observan, desde allá iluminan mi camino, cada vez más tenue, pero ¿A dónde regreso? No lo sé, entiendo que cada prisa, que cada afán no tiene sentido, intento bajarle intensidad a mis rutinas, esas celdas llamadas ritos o patrones, eso de querer estar siempre a la hora, que el café, que el vino, que los gatos; calma, necesito calma, entendí que todo queda, todo; y entro a un mundo donde debo ser un recuerdo, será el cementerio de los recuerdos, nada más. No sé hasta dónde llegué pero el regreso es una realidad, poco a poco se siente el cansancio de la vida, todo cruje menos la mente, la memoria, el alma y el amor).

Volver con la frente marchita, las nieves del tiempo platearon mi sien, sentir que es un soplo la vida, que veinte años no es nada, que febril la mirada, errante en las sombras, te busca y te nombra; vivir con el alma aferrada a un dulce recuerdo que lloro otra vez. (La marchitez del alma tarda, la marchitez de mi rostro es evidente, mis sienes son apenas picos nevados donde se desliza algún pensamiento, algún renglón; pocas veces he sentido que es un soplo la vida, apenas empezamos a vivir y ya toca dejar el mundo, así de paradójica es la vida y que cincuenta y ocho años  no es nada es apenas un cantar, para mí, quizá entienda que ese volver tocó el timbre de mi corazón y debo abrir la puerta a lo desconocido, porque, no me imagino una vida inmortal con lo injusta que ésta es).

Tengo miedo del encuentro con el pasado que vuelve a enfrentarse con mi vida, tengo miedo de las noches que pobladas de recuerdos, encadenen mi soñar, pero el viajero que huye, tarde o temprano detiene su andar y aunque el olvido que todo destruye haya matado mi vieja ilusión, guardo escondida una esperanza humilde, que es toda la fortuna de mi corazón.Volver con la frente marchita, las nieves del tiempo platearon mi sien. (Debo hacer las paces con mi pasado, quizá una tregua con mi futuro; ese pasado que me persigue sin embargo lo que acaba de suceder hace apenas un segundo es indestructible, nada lo puede anular de mis pensamientos; ya no me aterran las noches, no hay miedo a la luz del día aunque hubo una etapa de mi vida marcada por la depresión que no era Francisco el que estaba postrado en una cama sino un vampiro, quizá Drácula que apenas entraban los primeros rayos de luz a mi alma, cerraba los ojos, era un miedo espantoso; todo parece resuelto pero no es así, sé que la depresión está sentada en la terraza, no se va, solo me observa, solo me observa).

Sentir que es un soplo la vida, que veinte años no es nada, que febril la mirada, errante en las sombras, te busca y te nombra. Vivir, con el alma aferrada a un dulce recuerdo que lloro otra vez. (Llegué a los dos para sesenta, mi vida sigue y entiendo que vale la pena seguir mis sueños, soy afortunado de vivir, de leer, de callar, de amar, de ganar, de perder; quizá es el momento de dejar los miedos a un lado, dejar a “El niño Canoso” atrás, nada puedo hacer para cambiar lo que ese niño sufrió más que vivir y ser feliz, y sí, soy feliz, debo agradecer a la vida que me ha dado un año más para ser feliz, no necesito más).

*Médico salvadoreño

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