Editorial UCA | Escándalo e hipocresía

Quien tiene poder, sea físico, armado, económico, intelectual o religioso, y aprovecha su condición para abusar de una persona traiciona valores básicos de humanidad.
La violación es el acto más grave dentro de la cultura del abuso.

Frente a la reciente violación de una niña por parte de un soldado, la reacción ciudadana fue tan intensa que a las autoridades no les quedó de otra que exhibir públicamente y llevar a los tribunales tanto al abusador como a los otros militares que le dieron cobertura. En general, el país registra una enorme cantidad anual de abusos sexuales, en su mayoría dirigidos contra menores de edad. El año pasado hubo más de diez mil embarazos de niñas y adolescentes, según el Fondo de Población de las Naciones Unidas. El número indica la existencia de una cultura de abuso machista muy grave.

Aunque la reacción ante el caso de la niña fue positiva, traslució cierta hipocresía. En la sociedad salvadoreña, la agresión sexual contra mujeres y niñas es algo que pasa a diario, pero no todos los días se denuncia. Se necesitan casos especialmente mediáticos para que la indignación se desate, cuando en realidad se requiere enfrentar el problema sistemáticamente en la educación, en la cultura religiosa, en la cultura ciudadana y en el seno de la familia. El Estado tiene la responsabilidad de educar a la población para revertir la tendencia a ocultar, incluso justificar, los abusos. Y hay actitudes machistas en otros campos que deben superarse.

El hecho de que el país haya sido incapaz de ratificar el convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo muestra la cultura machista que persiste tanto en el Estado como en la empresa privada y los sindicatos, que son los encargados de velar por los derechos de las trabajadoras.

Dicho convenio exige que las trabajadoras del hogar sean inscritas en el Seguro Social con los mismos derechos que cualquier trabajador formal. Pero aún abunda la idea de que el trabajo en el hogar no es tanto una labor que merece paga, sino una especie de obligación natural de la mujer. La comisión tripartita, conformada por representantes del Estado, la empresa y los sindicatos, ha obstaculizado la aprobación del convenio 189. Por ello, no hay duda de que es parte de la cultura machista que teóricamente todos condenamos.

La indignación ante el abuso es necesaria, pero los golpes de pecho no bastan. A fin de no caer en la hipocresía, es obligatorio trabajar metódicamente por la erradicación de costumbres e ideas que llevan al abuso.

Una sociedad en la que la hipocresía tiene fuerza difícilmente avanza hacia el desarrollo equitativo, pues la hipocresía implica aceptar la mentira como fundamento válido de la convivencia social. Tanto la persona hipócrita como la sociedad que cae en el mismo defecto pueden mantener magníficos discursos, hablar de valores y de respeto a la igual dignidad humana, y hacer todo lo contrario. Los escritores clásicos, en cuenta Cervantes, decían que el mal se disfraza con frecuencia de ángel de luz. Condenar con altisonancia un caso de abuso y permanecer indiferente ante la cultura machista que lo posibilita es cómodo, incluso tranquilizador, pero nunca reducirá el número de víctimas de este delito atroz ni el sufrimiento que provoca.

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