Transfiguración y liberación

Reflexión desde el pensamiento de monseñor Romero. Una lectura para los nuevos tiempos en El Salvador.

Por: Migue A. Saavedra.

Esta semana,  se desarrollaron las fiestas dedicadas al ‘Divino Salvador del Mundo’ en un país lleno de marasmo y oscurantismo interminables  provocados por las viejas artimañas de los traficantes de poder de los nuevos  tiempos.  Y precisamente en estos momentos donde prevalece el oscurantismo que criminaliza el discernir y pensar; con agravantes cuando lo haces sin alabar la imagen y el mensaje  oficial impuestos ,ni doblegar tu mente, pluma y voz ,  te acusan de ser una  minoría  incomoda ,aludiendo a la falacia (falsa verdad) que ‘solo las mayorías tienen la razón’; traemos a cuenta estas reflexiones de actualidad.

Monseñor Romero: Ruta, Símbolo y Camino para los nuevos tiempos

Monseñor Romero es una ruta, porque nos muestra el camino que debemos seguir como cristianos y como ciudadanos, siguiendo a Jesús por el camino de la cruz y la resurrección, y colaborando con su gracia para transformar el mundo según el proyecto de Dios. Monseñor Romero es un símbolo, porque representa los valores del Reino de Dios, como el amor, la paz, la justicia, la solidaridad, la esperanza y la fe. Monseñor Romero es un camino, porque nos invita a caminar con él, a imitar su ejemplo, a escuchar su voz, a ser sus discípulos y sus testigos.

Monseñor Romero es una ruta, un símbolo y un camino para los nuevos tiempos, porque su vida y su muerte siguen siendo una fuente de inspiración y de compromiso para los salvadoreños y para todos los que luchan por un mundo más humano y más fraterno. Su santidad no es algo lejano o inalcanzable, sino algo cercano y posible, que se vive en el día a día, en medio de las alegrías y las dificultades, en medio de las luces y las sombras. Su santidad no es algo estático o acabado, sino algo dinámico y abierto, que se renueva y se actualiza según las circunstancias y los desafíos de cada época.

“San Óscar Arnulfo Romero, debido a sus luchas por los más desfavorecidos, es una figura  muy venerada tanto en El Salvador, como en Latinoamérica. Y también en otras partes del mundo.”.

Y es oportuno y muy interesante reflexionar sobre el relato de la transfiguración en el monte Tabor y la realidad social del país, desde el pensamiento de monseñor Óscar Arnulfo Romero, el santo de América.

Monseñor Romero fue un profeta que denunció la injusticia, la violencia y la opresión que sufría el pueblo salvadoreño durante la dictadura militar y los inicios de la guerra civil. Su mensaje se basaba en la Teología de la Liberación, una corriente que interpreta el Evangelio desde la opción preferencial por los pobres y que busca su liberación integral, tanto espiritual como material.

Para monseñor Romero, la transfiguración de Jesús era un signo de su divinidad y de su misión salvadora para los pobres y oprimidos. Al subir al monte a orar, Jesús se revela como el Hijo amado de Dios, que cumple la ley y los profetas, representados por Moisés y Elías. Jesús se muestra como el Mesías liberador, que anuncia el Reino de Dios y llama a sus discípulos a seguirlo por el camino de la cruz y la resurrección.

La transfiguración también era una invitación a los cristianos a transformar nuestra vida y nuestro mundo según el proyecto de Dios. Al escuchar la voz del Padre que nos dice “Este es mi Hijo el elegido, escuchadle”, debemos prestar atención a las palabras y obras de Jesús, que nos enseña a amar a Dios y al prójimo, especialmente a los más necesitados. Debemos dejar que la luz de Cristo ilumine nuestra mente y nuestro corazón, para discernir su voluntad y colaborar con su gracia.

Monseñor Romero aplicó esta enseñanza a la realidad social del país, que estaba marcada por la desigualdad, la represión, la violación de los derechos humanos y el conflicto armado. Él no se quedó indiferente ante el clamor de los pobres y los mártires, sino que los defendió con valentía y profetismo. Él no se conformó con una religiosidad cómoda y superficial, sino que asumió el riesgo de ser fiel al Evangelio y a su pueblo. Él no se aisló del mundo, sino que lo iluminó con su testimonio y su palabra.

Así, monseñor Romero fue un ejemplo de transfiguración en medio de las tinieblas. Su vida y su muerte fueron una ofrenda a Dios y una esperanza para los salvadoreños. Su sangre fue semilla de nuevos cristianos y ciudadanos comprometidos con la justicia, la paz y la fraternidad.

La transfiguración de Jesús es un signo de su divinidad y de su misión salvadora para los pobres y oprimidos. Al subir al monte a orar, Jesús se revela como el Hijo amado de Dios, que cumple la ley y los profetas, representados por Moisés y Elías. Jesús se muestra como el Mesías liberador, que anuncia el Reino de Dios y llama a sus discípulos a seguirlo por el camino de la cruz y la resurrección.

La transfiguración también es una invitación a los cristianos a transformar nuestra vida y nuestro mundo según el proyecto de Dios. Al escuchar la voz del Padre que nos dice «Este es mi Hijo el elegido, escuchadle», debemos prestar atención a las palabras y obras de Jesús, que nos enseña a amar a Dios y al prójimo, especialmente a los más necesitados. Debemos dejar que la luz de Cristo ilumine nuestra mente y nuestro corazón, para discernir su voluntad y colaborar con su gracia.

La transfiguración tiene una actualidad especial en estos tiempos de crisis social, económica, ecológica y sanitaria. Ante las situaciones de injusticia, violencia, pobreza y sufrimiento que afectan a millones de personas en el mundo y en especial en El Salvador, los cristianos estamos llamados a ser testigos de esperanza y agentes de cambio. No podemos quedarnos dormidos o indiferentes ante el clamor de nuestros hermanos y hermanas. Tampoco podemos conformarnos con construir «tres enramadas» para refugiarnos en una religiosidad cómoda y superficial.

Debemos bajar del monte con Jesús, para anunciar el Evangelio con valentía y compromiso, para denunciar el pecado y las estructuras de pecado que oprimen a los hijos de Dios, y para promover la justicia, la paz y la fraternidad entre todos los pueblos.

Por ejemplo, en la homilía del 6 de agosto de 1978, con motivo de la fiesta de la Transfiguración del Señor, Romero dice:

«La transfiguración es una anticipación de la resurrección. Es una invitación a levantar los ojos y ver más allá de las apariencias, más allá de las cruces y los sufrimientos, más allá de la muerte y el pecado. Es una invitación a contemplar el rostro glorioso de Cristo, que nos revela el amor del Padre y nos llama a seguirlo por el camino de la fidelidad y el servicio. Es una invitación a escuchar su voz, que nos dice: ‘Este es mi Hijo amado, escuchadle’. Escuchar a Cristo significa obedecer su palabra, poner en práctica su mensaje, imitar su ejemplo. Escuchar a Cristo significa también escuchar el clamor de los pobres y los oprimidos, que son sus hermanos y hermanas, que son su cuerpo sufriente. Escuchar a Cristo significa comprometernos con la causa de la justicia, la paz y la liberación. Escuchar a Cristo significa ser su voz profética en medio de un mundo que necesita escuchar la Buena Nueva del Reino de Dios.»

La homilía del 6 de agosto de 1978 muestra la conexión entre la transfiguración de Jesús y la resurrección, como signos de esperanza y de victoria sobre el mal. Romero invita a los cristianos a levantar los ojos y ver más allá de las apariencias, más allá de las cruces y los sufrimientos, más allá de la muerte y el pecado. Esta invitación es especialmente relevante en un contexto de violencia y represión, donde muchos salvadoreños son perseguidos, encarcelados por defender sus derechos y su dignidad. Romero también llama a los cristianos a escuchar a Cristo, que nos enseña a amar a Dios y al prójimo, especialmente a los más necesitados. Esta llamada implica una opción preferencial por los pobres y oprimidos, que son los hermanos y hermanas de Jesús, que son su cuerpo sufriente. Escuchar a Cristo significa también comprometernos con la causa de la justicia, la paz y la liberación, siendo su voz profética en medio de un mundo que necesita escuchar la Buena Nueva del Reino de Dios.

En otra homilía, del 5 de agosto de 1979, también con motivo de la fiesta de la Transfiguración del Señor, Romero dice:

«La transfiguración es un signo de esperanza. Es una luz que brilla en medio de las tinieblas. Es una promesa de que el mal no tendrá la última palabra. Es una certeza de que Dios está con nosotros y que no nos abandona. La transfiguración es también un desafío. Es una llamada a no conformarnos con lo que vemos, sino a buscar lo que Dios quiere. Es una llamada a no quedarnos en la montaña, sino a bajar al valle, donde está el pueblo que sufre y lucha. Es una llamada a no tener miedo, sino a confiar en el poder de Dios que actúa en nuestra debilidad. La transfiguración es también una misión. Es un envío a ser testigos del amor de Dios en el mundo. Es un envío a ser transfiguradores de la realidad, transformando las estructuras injustas que generan muerte y opresión. Es un envío a ser luz del mundo y sal de la tierra, anunciando con nuestra vida y nuestra palabra el Evangelio de Jesucristo.»

La homilía del 5 de agosto de 1979 enfatiza el desafío y la misión que implica la transfiguración de Jesús. Romero reta a los cristianos a no conformarse con lo que vemos, sino a buscar lo que Dios quiere. Esto supone una actitud crítica y transformadora frente a la realidad social del país, que está marcada por la injusticia, la violencia y la opresión. Romero también envía a los cristianos a ser testigos del amor de Dios en el mundo, siendo transfiguradores de la realidad, transformando las estructuras injustas que generan muerte y opresión. Esto supone una acción liberadora y solidaria con los pobres y marginados, anunciando con nuestra vida y nuestra palabra el Evangelio de Jesucristo.

Seguramente hay otras formas de leer y aplicar sus mensajes, según el contexto y la experiencia de  fé o de realidad de cada uno. Lo importante es que nos dejemos iluminar por la palabra de Dios y por el testimonio de los mártires, para vivir nuestra fe con coherencia y compromiso y actitud contra el pecado social de nuestros tiempos.

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