Guerras culturales

Identidad y diversidad, tesoro inmarcesible

Por: Manuel Alcántara Sáez

Las identidades múltiples están ahí. Suponen un fluido imparable en la vida cotidiana que unos contemplan con prevención, otros alaban y la mayoría ignora hasta que le toca alguna fibra sensible. En términos demográficos más gruesos caminan del lado de los movimientos de población, como siempre sucedió, pero también vienen de la mano de profundos y amplios cambios culturales que paulatinamente se han ido asentando. Estos últimos dinamizan patrones de existencia heterodoxos y, por otra parte, amplían la empatía entre las personas, los modelos de reconocimiento y las pautas de la tolerancia. Al final, el galimatías en que vivimos se nutre de una indudable riqueza. La abuela a quien cuida la emigrante peruana lo sabe bien tras los primeros meses de convivencia y haber tomado conciencia del valor de lo ajeno y, sobre todo, de la diferencia.

Sin embargo, no todo el monte es orégano porque la pulsión de quienes defienden a capa y espada la homogeneidad y, en definitiva, la pureza de sangre permanece vigente. Frente a ellos un exceso de radicalización en la exacerbación de la diferencia, cuando no de su imposición, contribuyen a configurar un campo de batalla en el que la lógica de la cancelación se impone. El otro es borrado del mapa, ninguneado, como resultado de una nueva guerra que ha estallado ahora sobre la base de componentes culturales.

Mi amigo es profesor de la Universidad de Salamanca, una institución con un pedigrí muy particular en lo referente a su internacionalización. Durante el habitual paseo que emprendemos cada martes me cuenta que todos los años pregunta a los estudiantes por su procedencia, sus estudios de base, sus intereses. Este año, me dice, “ocurrió algo nada anecdótico. Entre 33 estudiantes había 21 nacionalidades -aunque más de media docena no sabían decir con precisión de dónde eran: crecí en Bélgica, pero nací en Francia y he estudiado en Estados Unidos. Soy argentino, pero he vivido los últimos diez años en Alemania. Mis padres son de Francia y Alemania, pero yo he estudiado en Inglaterra… “Me encantó”, añade con complacencia. La pregunta «de dónde son» se ha transformado con un dónde global, porque su identidad ya no radica en dónde, como no radica en un género, y, seguramente, tampoco en una profesión, con la que las generaciones anteriores se habrían autodefinido sin más problema, concluye.

Siempre he mantenido que, además de su historia – ¿o quizá por ella? – el activo más importante de esta universidad, que es también el de otras, como la de Granada, es que en algunas clases o en ciertos programas, la heterogeneidad de su estudiantado constituye su activo más preciado. No lo somos el profesorado, ni la propia oferta académica, tampoco lo es la tersura de la ciudad, el relativamente barato nivel de vida, la seguridad de sus calles, aunque todo ello ayude. Es el colectivo plurinacional que concurre a las aulas, la rica perspectiva vital que proyecta, la permanente posibilidad de confluir lo heterodoxo que desborda estrictamente lo nacional como algo ligado a una mera cuestión administrativa. Todo ello da cabida a las diferencias en órdenes de la vida variopintos que ponen patas arriba visiones canónicas del orden preestablecido que muchos llegan a considerar como inamovible. Ese sutil impulso es el que vivifica la vida universitaria dándole un componente de una riqueza sin par y que a veces se decanta sin darnos cuenta.

El peso de los arraigos

¿Qué pregunta viene primero? ¿Quién soy?, o, ¿quiénes somos? ¿Son simultáneas? Dentro de los aspectos que configuran el complejo asunto de la identidad uno que llama poderosamente mi atención es el sentido de pertenencia. Incluso para aquellas personas que tienen muy arraigados comportamientos individualistas la idea de formar parte de ciertos colectivos no les abandona. A veces es clara su aversión a identificarse con grupos añejos establecidos que se configuran en torno a la religión, la política o el trabajo. También es manifiesto su rechazo a relacionarse, cuanto no a integrarse, con otros de carácter social o cultural que pueden ir desde lo deportivo a lo literario, sin dejar de lado los lúdicos que se centran en el puro entretenimiento mitigador del ocio. Pero todo ello es posible que procure ocultar una insólita propensión a pertenecer a comunidades imaginadas consecuencia de un sueño, de un deseo en pro de una ambigua trascendencia o, simplemente, de confrontar el pánico ante la soledad.

Mi amigo tiene una recurrente obsesión a la hora de repetir cuando viene al caso el lugar de procedencia de sus abuelos. La forma en que pronuncia el nosotros cuando está junto con su madre, su esposa, en la que coincide el mismo arraigo, y su hija es enfático. El brillo de sus ojos no disimula una autosatisfacción que, no obstante, busca la aquiescencia del interlocutor. Es distinto, aunque hay un evidente poso de equiparación, a cuando el nosotros lo aplica al hablar de su profesión pues entre los presentes en la reunión solo hay otra persona que ejerce la abogacía con quien los guiños son de otro tenor. Ni que decir tiene que el clima del encuentro se agita cuando alguien no acepta ser considerada como integrante de un grupo pretendidamente homogéneo de católicos. La situación no es sino una evidencia de que el escenario se complica cuando se superponen las querencias y, además, se activa en mayor o menor medida el grado de militancia en ellas. ¿Cuál es la predominante? ¿Hay incompatibilidades flagrantes?

Hace cierto tiempo el presidente argentino en un acto de bienvenida a su contraparte español al referirse a sus nacionales los definió como gente que procedía de los barcos. Se trataba de una imagen potente que pretendía ser amistosa y que buscaba cierta complicidad, pero que resultó un completo fiasco. Al querer agraciar al jefe del gobierno español con un guiño tan manido que buscaba cierta empatía a través del vínculo migratorio tuvo la torpeza de dejar fuera a aquellas poblaciones de su país que estaban asentadas antes de la llegada de los inmediatos antepasados de una gran mayoría, pero no de todos. Los denominados pueblos originarios demandaban un justo reconocimiento que la sesgada definición del ser nacional los excluía. En la construcción del relato nacional se pasa por etapas que van enterrando a las anteriores y esa circunstancia hay que tenerla en cuenta. Se superponen capas que van sedimentándose poco a poco construyendo espacios híbridos de difícil definición omnicomprensiva.

Tramas crípticas

No entiendo lo que quieres decir. No es cuestión de plantearme hoy por qué deseas retomar ese asunto ni se trata de valorar si está bien o mal escrito. Para lo primero, mi curiosidad es mínima y en cuanto a lo segundo no tengo conocimiento suficiente para formular un juicio. Tampoco me refiero a si es el momento oportuno para sacarlo a colación ni incluso si eres la persona idónea para hacerlo. Después de tantos años y habiendo sido testigo más próximo otra gente que conocemos mucho, podría subrayarte con fundamento que tu equivocación es mayúscula por evocarlo, precisamente tú. Creo, además, que has usado un medio inadecuado para comunicarlo, si bien, sinceramente, es una cuestión baladí; no te lo reprocho, pero queda dicho. Nada de eso tiene importancia. Lo relevante es que no sé a dónde quieres llegar con esa soflama. Pero, no, yo me confundo, porque eso supondría que me preocupan tus motivos. No es eso. Es más simple. No te entiendo. No sé quién eres.

¿Por qué no te pones en mi lugar? Solo te pido un pequeño esfuerzo. No es difícil. Conoces mi vida, mis orígenes, los sitios insólitos donde me he movido. Sabes de los antecedentes de esa historia, del peso de mis arraigos y lo mucho que siempre valoré conseguir ese puesto. Sé que nunca te gusta meterte en la vida de la gente, ni incluso cuando atañe a seres a los que dices querer. ¿No puedes hacer una excepción? Señalan que el ejercicio de la empatía es saludable. De alguna manera, nuestras neuronas espejo y su desarrollo nos dan, por excelencia, el sello de humanidad. ¿Por qué no ejercitarlas? Me dices que cultivas tu derecho a ser tú y que ello es incompatible con mi petición. No te planteas pasos al frente. Insistes en que mis asuntos son solo míos y que cualquier intervención tuya sería una trapacería no solo improcedente sino, lo que reconoces sentir más, lamentable. ¿Dónde estamos?

He anunciado a los cuatro vientos que lo que hice lo volvería a realizar una y mil veces porque es un acto que ha salido de mis entrañas y que como tal es consustancial con mi identidad. Una identidad que ha sido inveteradamente cuestionada por quienes me rodean por considerarla un mero sucedáneo de los avatares de cada día. Recalco que jamás había alcanzado un nivel de realización personal tan alto; que ahora todo el mundo sabe a qué atenerse al haberse despejado la más mínima duda. Siento que un torrente de expresividad recorre mis venas y que ya ninguna de las personas que reprocharon mi oscurantismo puede estar confundida. Pienso que la nitidez de mi obrar se empareja con el sentimiento profundo que me invade desde que tengo uso de razón. Opino que, por fin, también lo he hecho partícipe al grupo de modo irrevocable y definitiva. Asumo que no hay efectos colaterales porque las identidades del resto me resultan ajenas. Tampoco tengo idea, ni me importa, del alcance de mis palabras ni de la incapacidad de ponerme en el lugar de nadie. Sé quién soy.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

A %d blogueros les gusta esto: