Lenin y la política contemporánea

En 1917, en sus famosas tesis de abril, Lenin definía como la principal tarea de la revolución, el paso del poder desde la burguesía al proletariado. A finales de ese año, gracias a la dirección y organización revolucionaria defendida por Lenin, esta tarea fue asegurada.

Por: Marlon Javier López*

Años después, pocos meses antes de morir escribía:

Recuerdo que Napoleón escribió: On s’engage et puis… on voit, lo que, traducido libremente, quiere decir: “Primero se entabla el combate serio, y ya se verá lo que pasa”. Pues bien, nosotros entablamos primero, en octubre de 1917, el combate serio y luego vimos ya pormenores del decurso (Lenin, 1987).

Estas palabras no deben interpretarse, desde ningún punto de vista, como una actitud aventurerista o un desdén por la teoría. Si quisiéramos caracterizar teóricamente al leninismo, diríamos que la perspectiva de totalidad y la dialéctica revolucionaria son sus notas esenciales. A ello se atribuye tanto su acertado análisis político (la caracterización del imperialismo como la etapa de la revolución), como su rechazo a las posiciones de aquellos que se niegan a tomar en cuenta todo factor objetivo (oposición de izquierda) y aquellos que se esfuerzan en esperar el momento adecuado para la revolución (oposición de derecha).

Es una perspectiva que no admite ninguna necesidad histórica, pero se niega a caer en un relativismo vacío. Desde un punto de vista genuinamente revolucionario, se debe tener siempre presente la contingencia histórica, como el único principio de validez universal: la capacidad que tiene la historia para crear situaciones siempre nuevas, siempre cambiantes.

Tal como observó Lukács (2005), el leninismo constituye el punto en el que la dialéctica materialista alcanza su resultado más alto, el momento en el que la teoría se funde con la praxis. Porque la dialéctica no es ninguna serie de principios aplicables en toda época, sino el reconocimiento de la incompletud y el antagonismo inherente al edificio social. Un edificio social del cual no está excluida la conciencia ni la praxis humana. Es por ello que Lenin dio una importancia vital al partido: la autoconciencia del proletariado; pues sólo a través de la organización consciente, la clase obrera es capaz de imponer un orden en el entramado de tendencias caóticas que surgen y se entrecruzan en un contexto de crisis.

Otro aspecto importante a tener en cuenta, es el relacionado con la autonomía del proletariado. También en este punto se evidencia el enfoque de totalidad mediante el cual son apreciados los fenómenos de la realidad. En relación a la política de alianzas, se debe tener siempre presente el entorno concreto existente, sin perder de vista el proceso total. Esto implica asumir que cualquier alianza es un compromiso solo temporal y está justificada en la medida en que cumple un objetivo específico: aprovechar al máximo la tendencia histórica del movimiento, en favor de los intereses de clase del proletariado.

De lo que se trata es, pues, de asumir la revolución como un asunto de actualidad, considerando cada obstáculo no como algo superable solo en un lejano futuro, sino como una etapa a vencer, en el largo camino ya iniciado: el de la edificación comunista.

Esto nos conduce a considerar la postura de Lenin en relación al comunismo. A diferencia de lo que muchos piensan, para el marxismo el comunismo no es una idea reguladora. Marx y Engels (1970) escribieron: “Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera al estado de cosas actual”. Nada más ajeno a ellos que el ideal de un “socialismo ético”; por el contrario, el comunismo viene a ser simple y sencillamente el nombre que recibe el conjunto de antagonismos sociales que generan e impulsan el camino hacia el comunismo.

Como muchas otras premisas, este postulado también es llevado a un nuevo nivel en la praxis leninista. De la misma manera este es el sentido con el que se debe apreciar la premisa “análisis concreto de la situación concreta”. Todos los esfuerzos llevados a cabo por Lenin apuntaron siempre a una idea específica; la de abordar el comunismo como una cuestión cotidiana, despojada de todo utopismo.

El realismo leninista, tiene tan poco que ver con una reconciliación pragmática con la realidad como con un voluntarismo que desprecia el análisis de la situación existente. Porque no hay un solo aspecto de la realidad que escape completamente al actuar y a la vida de los hombres. Como Marx escribió, “son los hombres los que hacen la historia, pero bajo condiciones que no han sido elegidas por ellos”. El comunismo adquiere su forma concreta como una lucha diaria por la emancipación humana. Lukács (2005) escribe a propósito: “El reconocimiento concreto del socialismo es, como éste mismo, un producto que se emprende por él; solo es posible adquirirlo en la lucha por el socialismo, sólo a través de esta lucha”.

La política contemporánea tiene mucho que aprender de esto. Una de las características del izquierdismo contemporáneo es la división entre ética y política, bajo la cual se relega a la política a una serie de intervenciones pragmáticas, despojándola de su dimensión emancipadora. La política es vista con desdén en favor de una pureza ética que sin embargo teme intervenir (La posición del alma bella, para utilizar una vieja expresión hegeliana). Este punto muerto, señala Zizek (2001), solo se puede vencer con una política de la verdad, la cual implica una vuelta a Lenin. Esta vuelta se puede explicar porque Lenin es el responsable de aplicar el marxismo a un contexto completamente ajeno al del propio Marx, y al hacerlo de hecho lo universaliza.

Esta enseñanza es la que deberíamos poner en práctica, comprender al marxismo como algo actual y al mismo tiempo desactualizado. Para hacerme entender, no se trata de una repetición mecánica de los presupuestos postulados por Marx, sino de mantener el núcleo de su enseñanza fundamental: el capitalismo como una maquinaria que produce antagonismos que constantemente apuntan a su propia disolución. Aquí nuevamente nos topamos con Lenin, la resolución constante de los antagonismos desatados por el capital constituye no el comienzo del camino hacia el comunismo, sino la construcción del comunismo como tal. Solo de esta manera se puede pensar al marxismo como una auténtica filosofía de la praxis.

*Profesor de filosofía de la Universidad de El Salvador


Bibliografía

-Lenin, V. I. (1987) Obras completas, T 45. Editorial progreso.
-Lukács, G. (2005) Lenin-Marx. Editorial Gorla.
-Marx, C., y Engels (1970) La ideología alemana. Editorial Grijalbo.
-Žižek (2001) On belief, Routledge.

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