Relato: Un primer amor

Todos te decían Azucena, pero yo prefería decirte ‘chelita’. Y es que realmente tu piel era una porcelana. Tu cabello tenía el color del trigo y tus ojos de cielo le daban un toque de dulzura a tu mirada.

Por: Prof. Mario Juárez

A menudo vestías de overoles y blusitas blancas que, con los días, pasaban del rojo al amarillo, del celeste al rosado. Tus zapatos de charol negro con hebillas resonaban con un no sé qué de un rítmico andar infantil.

Mi madre me ponía panes con frijoles y queso y refresco en la lonchera, que yo compartía contigo. Tú también llevabas lo mismo. ¿Recuerdas cuando la campana sonó para indicar que entráramos a clase? La directora indicó que la jornada iniciaría con el himno nacional. Como ni tú ni yo sabíamos el himno, nos entretuvimos viendo las pinturas del Lobo feroz, la Cenicienta, el Soldadito de plomo, Pinocho, Blancanieves, que adornaban las paredes…

Con tus ojos me indicaste que me sentara a tu lado. En el recreo me buscaste y te acercaste a mí. Nuestras manos inocentes se enlazaron con la calidez de la inocencia. Todos los días nos buscamos con la mirada para entrar al salón; sólo queríamos escribir y dibujar juntos, estar cerca uno del otro.

Yo procuraba agradarte en todo. Te llevaba cutuquitos de lápices, plumones, alguna tarjeta, una flor. Tú me pagabas con tu sonrisa. Nuestras manos se buscaban y hacíamos las rondas de Chancha Avalancha… a la Víbora de la mar…, Pomponte, niña Pomponte, que ahí viene su marinero…; y cantábamos La patita, El ratón vaquero, Las vocales…, de Cri Cri.

Parece que fue ayer cuando aquel 15 de septiembre, en que desfilamos entre los sones de la banda y rodeados de nuestras madres, tías y maestras, que armaban gran escándalo por que marcháramos muy bien. ¿Lo recuerdas? Toda la cipotillada del kínder (en una marcha caótica) iba convertida en una mínima banda de guerra y escuadrones de soldados, enfermeras, policías, bomberos, menudas cachiporristas. ¡Y lluvia de aplausos que nos cayó encima!

Si el tiempo pudiera revertir aquellos momentos que pasamos juntos, me gustaría aquel, cuando rodeaste mi cuello con tus bracitos y me diste un beso en la mejilla. Entonces supe que los niños también aman, solo que de un modo diferente. Éramos un primer amor.

Fue después de ese beso cuando te fuiste y no te volví a ver.

La apatía me invadió y todo a mí alrededor se tornó en gris. Los años se fugaron, y en mi adolescencia te busqué como se busca una aguja en un pajar. Sólo pude tener consuelo cuando encontré un sencillo poema que decía: “Si amas algo, déjalo libre; si vuelve a ti, es tuyo; si no vuelve, nunca lo fue”.

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