UN MAGNICIDIO, PRODUCTO DE LA FALTA DE DEMOCRACIA

Por Mauricio Mejía.

Los magnicidios en su mayoría son el resultado de una conspiración de uno o más grupos de poder, que con un plan bien articulado, ordenan la eliminación física de un gobernante o personaje con influencia política que no es de su complacencia, a través de la contratación de sicarios bien entrenados por algún ejército, especialmente de aquellos preparados para la represión de pueblos o para la invasión de países.

La condición para integrar estos grupos criminales es que sean asesinos de profesión, a fin de que no tengan escrúpulos para asesinar a sangre fría, tal como sucedió con el asesinato del presidente de Haití, Jovenel Moïse, de 53 años, asesinado por un grupo de al menos 26 hombres armados, algunos ex miembros del ejército de Colombia, quienes asaltaron la casa de residencia del mandatario haitiano el miércoles 7 de julio a eso de la una de la madrugada y no obstante que algunos de los detenidos acusados de pertenecer al grupo de exterminio ha dicho que la intención era secuestrarlo, el escenario del crimen, en la que no hay evidencia de resistencia en tanto ningún miembro de la seguridad del presidente resultó herido, indica que la orden de disparar a matar contra  Jovenel Moïse, era absoluta.

La historia política del pueblo haitiano esta llena de acontecimientos que muestran su ánimo de libertad, al constituirse en la primera colonia en América Latina de alcanzar su independencia, acontecimiento que no resolvió los graves problemas de violencia y marginación social que el pueblo buscaba erradicar y que al no ser superados mantuvo en el poder dictaduras que utilizaron el asesinato político para preservar el control del poder, vinculado a inversiones de empresarios estadounidenses.

Para preservar ese control entre 1915 y 1934 y con la bandera de instalar la democracia, el pueblo haitiano fue sometido al control de una invasión del ejército estadounidense, que al retirarse no dejó una democracia sino una dictadura, en la que destaca la de François Duvalier, quien se proclamó presidente vitalicio, lo cual cumplió pues solo dejó la presidencia, al morir.

El presidente Jovenel Moïse, asumió el cargo en 2017, con un escaso apoyo ciudadano en un esquema electoral no democrático, amenazado por un clima de violencia dominado por la delincuencia común y el crimen organizado que en alguna medida, goza de la impunidad de un régimen no democrático, cuyo titular ahora es víctima de esa nociva convivencia con la corrupción y las secuelas dictatoriales del antiguo régimen de Duvalier.

En nuestro horizonte visualizamos que este magnicidio merece la condena unánime de todo los países sin distinción política o ideológica; en tanto no puede aceptarse que la eliminación física de un oponente, sea una de las formas de resolver las diferencias políticas en la lucha por el poder público, pues es obvio que el asesinato con motivación política es una debilidad o defecto de nuestro modelo de democracia occidental que debe ser superado y en ese esfuerzo esperamos que los autores intelectuales de este magnicidio no queden ocultos en la obscuridad de la impunidad, pues de ser así, que se cuiden mejor los presidentes que le sobreviven a Jovenel Moïse.

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