Dos años de gobierno: entre el discurso y la realidad

Por Omar Serrano.

Casi siempre que se evalúa una gestión se suele enumerar lo que se considera positivo y lo negativo, para terminar haciendo un balance general. Aunque ese es un método útil, corre el riesgo de limitarse a enumerar medidas y políticas sin profundizar en el contexto y en sus móviles. Por ello, para hacer una valoración de los dos años del gobierno de Nayib Bukele, vamos a destacar los aspectos que más han caracterizado el ejercicio del poder en este tiempo.

¿Qué tipo de gobierno tenemos?

Hay un debate académico sobre el tipo de gobierno que se ha ido configurando en estos dos años. Algunos creen que todavía estamos en un régimen híbrido1; otros afirman que ya estamos en una dictadura2.  El consenso general apunta a que estamos ante un gobierno autoritario que camina peligrosamente hacia una dictadura. El gobierno ha eliminado de facto el derecho a la información pública, desnaturalizando el Instituto de Acceso a la Información Pública y declarando en reserva prácticamente toda la información que tenga que ver con el uso de los recursos públicos. Ha debilitado la protección jurisdiccional al asimilar las instancias defensoras de violaciones a los derechos de la ciudadanía por parte del Estado. La incipiente institucionalidad ha sido desnaturalizada y puesta bajo la tutela del presidente y los derechos a la libertad de prensa y de asociación han sido permanentemente atacados y amenazados.

¿Cuál es su criterio de legitimación?

Aplicando al gobierno lo que Antonio González dice para los Estados3, no hay gobierno que no busque una legitimación, es decir, que no busque hacer creer que es un gobierno bueno y necesario. Unos acuden a legitimaciones normativas (conjunto de normas o principios por cumplir), otros a divinas (impuestos por una divinidad), otros a legitimaciones fácticas. Este parece ser el caso del gobierno de Bukele. Nicolás Maquiavelo ofrece también un ejemplo de este tipo de legitimaciones. El Estado se legitima por sí mismo.“Lo que los hombres llaman justo es lo que se mantiene por el poder de la fuerza. Un gobernante es aclamado cuando es fuerte, es criticado cuando es débil.4

Bukele tiene una fuente principal de legitimación: El respaldo del pueblo. Todo lo que hace es porque el pueblo así lo quiere, asumiendo que  él encarna sus deseos. Este gobierno vive, como pocos, de la popularidad. Por eso la dimensión comunicativa es tan crucial para Bukele. La otra fuente de legitimación, no tan reivindicada pero muy importante si llega a perder la primera, es el respaldo del ejército y de la Policía Nacional Civil.

Las legitimaciones fácticas, aunque populares, presentan un problema, por lo menos desde la ética política. El rumbo por el que se inclinará un gobierno es incierto; puede ser para la Democracia o para la Autocracia. Para Maquiavelo solo hay una respuesta posible a esta incertidumbre: Se opta por la que más beneficia al gobernante.

 ¿Cuál es el mayor éxito?

Sin duda el mayor logro de la administración Bukele en estos dos años es que, a pesar de todos los señalamientos anteriores, goza del respaldo mayoritario de la población, no del 97%, pero ciertamente mayoritario que, como dijimos arriba, es su principal criterio de legitimación. Este respaldo masivo se debe básicamente a dos factores.

El primero es una estrategia mediática exitosa. Si en algo ha invertido el presente gobierno es en la estrategia de comunicación; no solo en el mundo de medios y redes digitales, sino también con una ingente inversión en medios tradicionales y en un numeroso y potente equipo de asesores especialistas en marketing político. La mejor prueba del éxito de esta estrategia es que la opinión de la mayoría de la población, reflejada en las encuestas, es un eco de lo divulgado por el presidente. Mucha gente cree que él lucha por mejorar la vida de ellos y repite su discurso sin llegar a cuestionar la verdad o falsedad o lo ético o antiético del mismo. A esto hay que añadir que la oposición política partidaria, además de ser irrelevante en la aritmética legislativa, está desarticulada y sin una voz que haga contrapeso a la narrativa oficial. El resultado de todo esto es que la dinámica política y la narrativa del país la define el gobierno y, por tanto, ha desaparecido en la práctica la pluralidad política. El país se encamina hacia un pensamiento único, dicho sea de paso, propio también de regímenes dictatoriales.

En el centro de la estrategia de comunicación está una narrativa. Bukele se montó en el descontento social con los gobiernos de la posguerra y lo capitalizó, culpando de todos los males a “los mismos de siempre” y presentándose como el “salvador”. El país es como una casa totalmente en ruinas (por culpa de ellos). La única manera de salir adelante es echándola abajo, para construir una nueva y mejor. La destrucción implica anular los otros poderes del Estado, destruir la institucionalidad democrática y desconocer el ordenamiento jurídico. Por esta narrativa, el pueblo es sumamente tolerante a la actuación del presidente esperando la edificación de un nuevo país.

El segundo factor que posibilita el mayoritario respaldo social al presidente es la ejecución de una estrategia de clientelismo político muy efectiva. Siempre en línea con lo planteado por Maquiavelo, los seres humanos no se mueven por ideales abstractos, sino por necesidades e intereses muy concretos y materiales. “Conociendo las fuerzas que le mueven, sabremos cómo organizarlos, manejarlos y gobernarlos de un modo adecuado”5, sentenció el filósofo y político italiano. Esto lo entiende a perfección el presidente y su equipo. Las transferencias económicas no condicionadas de $300 por familia y las llamadas bolsas solidarias de alimentos han sido medidas altamente valoradas por la población. Además, la construcción del Hospital El Salvador y la remozada de los hospitales nacionales, el proceso de vacunación contra la pandemia, la entrega de computadoras, son otras acciones que han calado en la población. En sí mismas, estas medidas son buenas, pero todas han sido ocasión para ocultar los gastos realizados por el gobierno sin ninguna justificación, pero le han valido mantener o acrecentar el respaldo social.

¿Cuál es el proyecto?

Si se quiere encontrar un proyecto político programático que haya guiado hasta hoy o vaya a guiar las acciones del gobierno, la búsqueda será infructuosa. El único proyecto que se ha consolidado en estos dos años es el de la acumulación de poder personal y familiar. Si algo han dejado estos dos años es la concentración del poder en manos del presidente, su familia y sus allegados. Desde el 1 de mayo, las decisiones más importantes del país no las toman las instituciones de control como la Fiscalía, la Corte Suprema de Justicia y la misma Asamblea Legislativa, las toma el presidente y su grupo. Es un proyecto político personal en detrimento de la institucionalidad. Pero Bukele es experto en vender como democracia -una democracia real, dice él- lo que en realidad es autoritarismo.

¿Cuál es el talón de Aquiles del gobierno?

El gobierno tendrá que lidiar con, por lo menos, dos grandes retos inmediatos: el primero es el de las finanzas públicas en franco deterioro y, el segundo, la corrupción cada vez más difícil de ocultar. La reforma fiscal que implemente y las decisiones que tome con respecto al sistema de pensiones marcarán el rumbo en un futuro cercano. Por otro lado, todos los indicios apuntan a que la reserva de toda la información oficial, la anulación del Instituto de Acceso a la Información Pública, la destitución y sustitución de los magistrados de la Sala de lo Constitucional y del Fiscal General de la República y la incomodidad con los medios de comunicación independientes, tiene que ver con la necesidad de ocultar la corrupción en el gobierno, que no parece ser cosa solo de un par de funcionarios. Incluso el distanciamiento con la Cicies a partir de la presentación de 12 casos investigados por corrupción al anterior Fiscal General y en los que están involucrados altos funcionarios, es otro signo de que se quiere tapar la corrupción. Un gobierno y un presidente que llegó al poder enarbolando la bandera de la anticorrupción -cuando nadie roba el dinero alcanza- debe, a cualquier precio, ocultar la corrupción existente en su gobierno, so pena de que la gente despierte y le quite el respaldo del que ahora goza.

¿Hacia dónde vamos?

En el informe que el presidente dio a la Asamblea Legislativa el 1 de junio en su segundo aniversario de gobierno, dos cosas merecen la atención: la primera es que el presidente hizo jurar a los diputados y diputadas, y a todos los funcionarios presentes en el evento, para “defender lo conquistado”. Este juramento es similar al que hizo con la población el 1 de junio de 2019 y en otra ocasión con los militares en una ceremonia. Los historiadores que han estudiado el juramento que los militares y funcionarios alemanes tenían que hacer, no de fidelidad a la Constitución sino de lealtad personal a Adolf Hitler, consideran el juramento personal como un elemento psicológico importante para obedecer órdenes de cometer crímenes de guerra, atrocidades y genocidio. La segunda cuestión es que el presidente insistió demasiado en que, a pesar de haber destruido a los mismos de siempre, la oligarquía que estuvo detrás de ellos mantiene todavía el poder del aparato ideológico. El presidente dio a entender, sin decir nada concreto en esta como en ninguna parte de su discurso, que lo que seguía era acabar con el poder ideológico que todavía no está en su dominio. Es decir, medios de comunicación, religión, centros de pensamiento, etc.que no coincidan con su discurso. Dos sencillos ejemplos, dados por el mismo presidente, que muy bien pueden confirmar que nos adentramos no en la democracia como gusta decir impunemente, sino en los tortuosos caminos de una dictadura.

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Referencias

1. Daniel Zovato entiende a los regímenes híbridos como una mezcla “con instituciones propias de los sistemas democráticos yuxtapuestas a un asidero de prácticas del ejercicio del poder inherentes al autoritarismo”. Zovatto, D. (2011): Democracia y gobernabilidad en América Latina en el siglo XXI temprano, Cuadernos de divulgación de la justicia electoral, # 8, p. 17.
2. Las dictaduras, en términos generales, son gobiernos no democráticos y no legitimados por la vía de la tradición, un tipo de poder que no sufre límites jurídicos, que puede llegar por la vía democrática pero que permanece fuera de la legitimidad, trastornando el orden político preexistente. Suspende los derechos de libertad de los ciudadanos y la emancipación del poder respecto a los controles normales. Se puede ampliar en Vásquez L.G. y Sánchez A. M. (2016). p. 47  https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=5843929
3. González, A.  (1987); Introducción a la práctica de la Filosofía; San Salvador, UCA Editores, p. 320
4. Op. Cit. P. 322
5. Citado por González, A. Op. Cit.  p. 322.

*  Omar Serrano, vicerrector de Proyección Social. Artículo publicado en Proceso N. 47.

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