La iglesia y las pandemias en la historia

Por Marjory Hord Bordem, Antropóloga, lingüista y Editora de la Revista Alianza – México.

En la antigüedad, se dieron a conocer los cristianos por su cuidado de los pobres, las viudas y los enfermos. De hecho, los cristianos tenían un mayor promedio de expectativa de vida que la población en general. Durante las plagas, los creyentes aprovechaban la oportunidad para ministrar no solo a sus congéneres sino también a los que no pertenecían a la iglesia. 

Cuando la plaga de Cipriano golpeó en el año 250 d.c. y duró varios años, los cristianos de forma voluntaria se convirtieron en la única organización en las ciudades romanas que cuidaban de los moribundos y enterraban a los muertos. Irónicamente, a la misma vez el gobierno romano empezó a perseguir a la iglesia con mayor fuerza.

Dionisio, el obispo de Alejandría, escribió, según Ferngren: «que los presbíteros, los diáconos y laicos se encargaron del tratamiento de los enfermos, ignorando el peligro para sus propias vidas… Su actividad contrastaba con la de los paganos, que abandonaban a los enfermos o echaban los cuerpos de los muertos en las calles». Estos cuidados resultaron en que los miembros de la iglesia tenían una mayor probabilidad de sobrevivir.

Los cristianos procuraban dar ayuda aun a los que perseguían a la iglesia. Cuando Constantino legalizó el cristianismo, estos servicios se formalizaron en varias instituciones, incluyendo los primeros hospitales.

Durante la Muerte Negra o plaga bubónica del siglo XIV, el mayor catástrofe de la historia, murió la tercera parte de la población del mundo, unos 20 millones de habitantes. Los enfermos morían en tres días o menos. La plaga avanzó hasta afectar la mayor parte de Europa. Algunos hermanos y esposos se rechazaban el uno al otro. Algunos sacerdotes se negaban a escuchar confesiones.

Sin embargo, hubo también casos de caridad cristiana extraordinaria. Según un cronista francés, las monjas en un hospital, «sin temor a la muerte, atenderion a los enfermos con toda dulzura y humildad». Monjas nuevas tomaron el lugar de las que morían, hasta que la mayoría había muerto.

La santa medieval y doctora de la Iglesia, Catarina de Siena, vivió en aquel tiempo de temor casi apocalíptico. La Muerte Negra y las convulsiones institucionales de la iglesia católica causaron clamor de parte de la población devastada. Catarina venció sus temores y las convenciones de la sociedad para sanar a los enfermos, hablar la verdad a la autoridad papal y construir una red caracterizada por el diálogo y la reconciliación en el nombre de Cristo.

Hubo esfuerzos por aplacar la ira de Dios, como procesiones aprobadas por el papa, que de hecho contribuyeron al contagio. Los penitentes descalzos se echaban cenizas, se arrancaban el cabello y con el tiempo también se flagelaban.

Algunos volcaron su ansiedad en contra de los judíos, que supuestamente querían «destruir a la cristiandad y tener señoría sobre el mundo», y llevaron a cabo linchamientos. El papa Clemente VI procuró parar la histeria. Dijo que los cristianos que imputaron la pestilencia a los judíos habían sido «seducidos por el diablo». Instó a los sacerdotes a proteger a los judíos, aunque apenas se escuchaba su voz en medio de la histeria.

En un pueblo, una comunidad entera de varios cientos de judíos fue quemado en una casa de madera construida especialmente para aquel propósito. En Estrasburgo, Francia, dos mil judíos fueron llevados al cementerio, y los que no se convertían fueron quemados en estacas.

Aunque en algunos casos los creyentes hicieron intentos por vivir con más moralidad, también se criticó a la Iglesia por los excesos de muchos clérigos, que se aprovecharon de la gente al cobrarles por sus servicios durante la pandemia. Este hecho fue condenado severamente por el papa Clemente VI.  El descontento con el comportamiento de la iglesia en un momento crítico aceleró los movimientos de la reforma, que surgieron con más fuerza más de un siglo después.

                                               

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