El otro y el espanto

Por: Marcelo Valko*

El temor del muro

A pocas semanas de las elecciones en EEUU las caravanas de emigrantes centroamericanos siguen en pos del sueño de estar del “otro lado del muro”. La construcción de una muralla tiene distintas motivaciones. El móvil principal que aflora a simple vista es que se trata de establecer una barrera que impida el paso. Puede ser de piedra como la célebre Gran Muralla China que se extiende a lo largo de miles de kilómetros donde varias dinastías con la paciencia que las caracteriza emplearon siglos en su construcción. O los 800 kilómetros del irracional muro que Israel construyó frente a los palestinos avanzando sobre territorios y creando una exclusión de facto. Existen otros de factura más modesta como el que Argentina intentó implantar en la pampa durante el último cuarto del siglo XIX para separar blancos de indios. Se trataba de una profunda trinchera de 730 kilómetros, un foso, por eso es conocida como Zanja de Alsina recordando al ministro de Guerra que fue su mentor (Para los lectores de El Independiente que desconocen semejante despropósito los invito a ver el por youtube el documental La Muralla Criolla). Más conocido en la actualidad es el muro que Trump está erigiendo en la frontera con México alardeando ante la CNN “que debería deportar once millones de migrantes” y de ese modo poner coto “a pandilleros, mal nacidos y traficantes” depositando en los trabajadores latinoamericanos todas las culpas habidas y por haber. Con el mismo desparpajo Donald Trump acusa a México de “arrebatarnos lo nuestro más que ninguna otra nación”. Lo irreal de tal demonización es que EEUU le despojó a México más de la mitad de su territorio (California, Nevada, Utah, Arizona, Nuevo México, parte de Colorado y Texas).

El objetivo aparente de un muro es establecer un límite o frontera. En este artículo me interesa plantear lo que subyace debajo de esa apariencia, lo que se encuentra oculto y enmascarado por el poder y que constituye a mi juicio la motivación más profunda. Me refiero al miedo al otro y al otro lado que lleva a que el poder separe malamente a las personas. Se trata del lúgubre Temor y Temblor del que nos habló el danes Kierkegard. Para que se entienda veamos otros ejemplos. Uno de los más patéticos fue Muro de Berlín calificado como “muro de contención anti imperialista” donde paradójicamente todos los impedimentos estaban ubicados para imposibilitar el cruce hacia el oeste. Incluso existen barreras que no son de piedra, ni de rejas o cercos electrificados, sino de aguas y olas como el mar Mediterráneo donde cientos inmigrantes “clandestinos” se juegan la vida en precarias pateras para traspasar la fortaleza europea. Me interesa detenerme en un último caso que podrá parecer extemporáneo. Hacia el 122 aC Roma estaba en su apogeo, acababa de derrotar al cartaginés Aníbal al punto que llamaban Mare Nostrum al Mediterráneo, se consideraban con orgullo centro del mundo y de la civilización donde ningún reino les hacía sombra. Y precisamente en ese momento de esplendor el emperador Adriano resuelve construir una muralla en el norte de Inglaterra. Envía varias legiones a levantar piedra sobre piedra en lo que se conoce como el Muro de Adriano que aún perdura en la actualidad. Ahora bien, una cosa es una imagen y otra el símbolo que representa. El muro era una imagen que buscaba erigirse como sinónimo del poder de Roma, un imperio capaz de construir más de cien kilómetros de un límite pétreo, pero al mismo tiempo quiérase o no simbolizaba su debilidad. ¿A qué me refiero? Un muro, una barrera frente a otro marca un límite entre dos lados. Adriano estaba planteando “hasta aquí llegamos…”. Sus piedras proclamaban hasta aquí llegamos nosotros y de aquel lado están ellos, los temidos otros. Estigmatizados con distintos nombres como mongoles, indios, palestinos, negros o sudacas, agrupados todos en una misma bolsa de gatos con un mismo rotulo a lo largo de la historia: bárbaros.

Fronteras de viento

Durante la conquista de la zona andina uno de los más “eficientes extirpadores de idolatrías y bestialidades” como fue el fraile Pablo José de Arriaga que destruyó centenares de huacas sagradas castigando a diestra y siniestra cuenta un episodio que aunque lejano en las brumas del tiempo no solo es pertinente para apuntalar ésta argumentación, sino también posee actualidad. Arriaga escribe que en cierto momento cuando un miembro de su congregación quiso evangelizar el territorio de una antiquísima huaca cercana al Cuzco su primera tarea consistía en levantar una cruz. La costumbre de colocar cruces sobre puntos sagrados para contrarrestar su faz idolátrica fue una práctica muy difundida y aun hoy en día podemos ver cruces en lo alto de infinidad de cerros. Sin embargo Arriaga afirma que “se levantó tan gran viento y con tan grande ruido que parecía que hablaba la huaca y no pudo hacerlo” se lo impidieron “los airazos” o golpes de viento. Ese fraile supo que se encontraba en una suerte de límite de lo evangelizable y de lo que nunca podrá ser extirpado. Una divisoria geográfica. Un espacio refractario e inaccesible, una frontera que se resignaba a dejar en manos de lo demoníaco. Eso mismo le sucedió al emperador Adriano que en la cúspide del poder romano, disimulo el temor que vislumbraba para el futuro y se resignó a edificar una ficción. Con su muro en realidad construyó “un otro lado que jamás sería doblegado”. La imagen de su muro era el símbolo de la imposibilidad, la erección de una defensa tras la cual los romanos intentarían ocultarse en vano de la omnipresente existencia del otro.

Niego luego creo que existo

El muro en cualquiera de sus modos y variedades busca no ver ni mirar lo que hay del otro lado, intenta evitar la presencia del otro a como dé lugar. Sin embargo negar al otro en todas sus formas es una ficción inútil que no hace más que presentificar su ausencia. Confiar que una barrera lo obligará a que permanezcan en una geografía marginal ubicada en un territorio del otro lado es fingir una seguridad inexistente. Pero la simulación de los unos sin los otros no significa marginarlo de sus temores. Cuanto más alto es el muro más sólido es el temor frente a lo que viene. Cuanto más profundo es el miedo más desesperación se vuelca sobre los cuerpos que intentan romper el cerco. Es una ley inexorable el temor del poder lleva a la desesperación del poder.

Argentina con el trazado de la Zanja de Alsina buscó llevar a la práctica la idea de Domingo Sarmiento sobre Civilización y Barbarie, una idea vieja como el tiempo. Y el tiempo también nos demostró que los mongoles cruzaron la muralla china y fueron ellos los que estuvieron del otro lado; las tribus del norte asolaron a los romanos y se adueñar de Inglaterra; trozos de muro de Berlín fueron subastados al mejor postor en una demostración de lo efímero que es el poder de turno; las pateras siguen sorteando mil obstáculos en busca de una esperanza que siempre será mejor que su realidad actual; en la pampa otros bárbaros cruzaron la zanja para demostrar que el país blanco y europeo nunca fue más que un espejismo de las elites y aquel fraile representante del poder que pretendió exorcizar a las rocas que simbolizaban a la huaca no pudo con el viento… En el pasado los bárbaros cruzaron todos los límites interpuestos por los ingenios de los mejores arquitectos e ingenieros y es evidente que en el futuro los volverán a cruzar… “Si altas son las torres, el valor es alto”. Es lento, pero viene…

*Autor de numerosos textos, psicólogo, docente universitario, especialista en etnoliteratura y en investigar genocidio indígena.

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