La joven especie humana está asustada

Por: Dr. Víctor Manuel Valle Monterrosa*/

La humanidad es nueva en el universo y siempre ha ido a la zaga de la naturaleza. Antes de los seres humanos existieron la rotación y la traslación del planeta sin que hubiera siglos y milenios. Los equinoccios y los solsticios colmaban de luz y sombra a la tierra sin tener nombres.

Al inventar los calendarios y las 24 horas simultáneas distintas, vinieron los arreglos a la medida de las ocurrencias humanas y con ellas algunas supersticiones. Por eso la supuesta magia del primero o del último día de un año, el misterio del martes 13, la fe ingenua sobre los horóscopos y los astrólogos y otros hechiceros de igual talante.

Por esa razón, cuando se creyó que entraba el siglo XXI de nuestra era (otro invento humano al margen de lo que dicta la naturaleza) hubo pánico anticipado e injustificado del llamado 2YK, o año dos mil. Muchos adelantos tecnológicos colapsarían, se dijo, pues los inventores de los computadores no previeron ese fatídico día: el primero del siglo XXI. (En efecto, el primer día del siglo XXI no fue el primer día del año 2000 sino un año después: el 1 de enero de 2001, pero este detalle fue ignorado por huestes de analistas, publicistas y profetas de un tecno-apocalipsis). Llegó el día y no hubo catástrofe.

Algo parecido ocurrió con la llegada del 2020 actual que tiene una fecha capicúa, es decir una que escrita en números se lee igual de izquierda derecha o viceversa. Y esa fecha que puede ser presagio de algo misterioso (dentro de la imaginación supersticiosa), es el día 02 de febrero del 2020: 02022020. Y para ese año extraño que contiene esa fecha capicúa debían esperarse grandes acontecimientos, tal vez catastróficos, para la humanidad entera. Al margen de las supersticiones y las coincidencias, el 2020 sí ha resultado trágico por el covid19. El 2019 fue el año en que la llamada guerra comercial entre Estados Unidos y China tuvo momentos culminantes.

El Fondo Monetario Internacional en su documento Perspectiva de la Economía Mundial publicado en octubre del año pasado, meses antes de la pandemia anunció: “las crecientes tensiones comerciales y geopolíticas han incrementado la incertidumbre acerca del futuro del sistema de comercio global y comercio internacional, afectando la confianza empresarial, las decisiones de inversión y el comercio global”.

A fines del 2019, autoridades de salud chinas informaron a la Organización Mundial de la Salud los primeros casos de una variante de neumonía, desconocida y contagiosa. Más de dos meses después, la Organización Mundial de la Salud anunció, el 11 de marzo de2020, que declaraba como una pandemia el virus que daba origen a esa extraña neumonía y lo bautizó como el COVID19.

Al entrar mayo de 2020, el mundo se encuentra en medio de una inédita, inmensa e inesperada crisis sanitaria que afecta a todos los países por sus daños inmediatos –enfermos y fallecidos-, su impacto en los recursos para la salud, que muchos países no los tienen en cantidades óptimas, y en la paralización de la actividad económica. Hay vacilaciones en tomar decisiones de parte de los liderazgos en general y políticos en particular y se han instalado angustias e incertidumbres en todas las sociedades del mundo. La humanidad está encerrada.

Como resultado del obligado confinamiento, muchos intelectuales se han dado a la tarea de escribir sobre la naturaleza de la pandemia, sus efectos inmediatos y los escenarios posibles que, como secuela, se prevén en el futuro de la humanidad.

Los científicos que estudian y escudriñan el universo y el origen de los tiempos explican que nuestro planeta Tierra, que existió antes de tener nombre, surgió y se consolidó como masa errante en el espacio y en permanente cambio, hace 4600 millones de años. La vida habría surgido, en forma de microorganismos primigenios, hace más de 4 mil millones de años, “poco después” de consolidarse la existencia del planeta y cuando hipotéticamente surgió el “caldo primigenio” dando origen a lo que los científicos llaman el más antiguo antepasado común universal (LUCA por siglas en inglés de Last Universal Common Ancestor) y sus descendientes inmediatos en forma de bacterias y hongos, hasta llegar a los animales y las plantas.

La vida evolucionó hacia diversos cursos y, en uno de ellos, los humanos comenzaron a poblar el planeta hace 300 mil años. Si se construye una escala de medición y se equipara la existencia del planeta tierra, (4600 millones de años) con un metro, se puede decir que cada milímetro representa 4 millones 600 mil años.

Es más, si los humanos aparecieron en el planeta hace 300 mil años, eso, en el imaginario metro, equivale a menos de 7 centésimas de 1 mm. Y si Confucio, de gran influencia en las culturas orientales, o los filósofos griegos, que han moldeado el pensamiento de la civilización occidental, florecieron hace 3000 años, que es la centésima parte de la existencia humana, quiere decir que la antigüedad de Confucio y Sócrates equivale a una milésima parte de ese milímetro, es decir en la micra final y más precisamente en menos de la millonésima parte del tiempo que ha existido nuestro planeta.

Olvídense las micras y la aritmética como fuente de reflexión para percatarse de lo pequeño y joven que es el género humano en la grandeza del universo y, al mismo tiempo, acéptese que, en esa relativa pequeñez, está la paradójica grandeza humana que, a pesar de que su historia cabe en una infinitésima parte de la historia del planeta, tiene la virtud de conocer, emocionarse y pensar y con ello alegrarse con la esperanza de un futuro promisorio o angustiarse con su posible extinción. Ese es un dilema que podría surgir en los tiempos del post-covid19. Por eso, la joven especie humana está asustada y, ojalá, aprendiendo con mucho dolor una lección de humildad necesaria y de respeto a la naturaleza impostergable.

*Docente universitario salvadoreño.

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