Europa y su «espera por los bárbaros»

(Por: Mauricio Escuela)


El doble discurso de los países desarrollados sobre el tema de la emigración: por un lado, declaran que el fenómeno es necesario porque genera oportunidades y atrae, a sus países, mano de obra y capital humano; mientras que, por otro lado, se aplican duras legislaciones que desde antaño buscan desestimular el flujo migratorio regular, en una política de contención hacia el Tercer Mundo que no está exenta de prejuicios.

Si el lector se acerca a algunos de los portales web que abordan la crisis migratoria del Tercer Mundo hacia la Unión Europea (UE), encontrará –junto a las cifras terribles de los muertos en el Mediterráneo– otras historias «felices», donde emigrantes de África y Medio Oriente se integran a la cultura occidental, mediante la «amplia y ordenada» oferta de oportunidades que la UE le estaría –supuestamente– ofreciendo.

Se trata del doble discurso de los países desarrollados sobre el tema de la emigración: por un lado, declaran que el fenómeno es necesario porque genera oportunidades y atrae, a sus países, mano de obra y capital humano; mientras que, por otro lado, se aplican duras legislaciones que desde antaño buscan desestimular el flujo migratorio regular, en una política de contención hacia el Tercer Mundo que no está exenta de prejuicios.

El fin de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) marcó el inicio de las normas fronterizas en torno al uso de pasaportes y el cierre de fronteras, hasta el punto de llegarse a la xenofobia extrema en la mayor parte del continente europeo, lo cual provocó el fenómeno del fascismo y su alto costo en vidas para la Humanidad.

El odio y/o miedo hacia el emigrante transitó, en la última década, de las élites a las clases trabajadoras. Ello explica el ascenso de partidos derechistas que culpan «al otro» del desbalance económico y la carestía de oportunidades.

Junto a la hipocresía de pregonar un paraíso para el emigrante, donde se garantiza la inserción de los más desfavorecidos, está la cruda realidad de un continente insolidario, en el cual las naciones receptoras de personas (como Francia y Alemania) viven en disputa con aquellas que se hallan en los márgenes y que reciben cada año a miles de barcazas cargadas.

Las receptoras deben ofrecer una imagen de apertura y desarrollo primermundista, donde se priorice la inclusión. A las de los márgenes les toca aceptar las recetas dictadas por las naciones más fuertes hacia el extranjero (contención, mano dura, cierre); una situación que no solo no favorece al emigrante, sino que coloca en crisis la «unión» de esa Unión Europea.

DE MARE NOSTRUM A MARE TENEBRARUM
La Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas reportó que entre 2015 y 2016 se detectaron 2,3 millones de cruces ilegales a través del Mediterráneo. Debido al cierre de fronteras, en 2017 fueron rechazadas 439 505 personas que solicitaban visas de entrada a la Unión, sin detenerse el flujo de emigrantes ilegales por el mar, con 172 300 y más de 3 000 muertos.

El mare nostrum de los romanos, navegable y seguro, se transformó en el tenebrarum (tenebroso), donde se halla la muerte en un santiamén, en medio de las persecuciones de las patrullas y el tráfico que se ha organizado, como una red, hasta los mismos países receptores. La crisis migratoria ha golpeado tanto la agenda pública que el 72 % de los europeos quieren que sus gobiernos intervengan en las políticas al respecto y sienten rechazo hacia lo que la Unión legisle sobre eso. Esta situación estuvo en el centro de todas las últimas elecciones, incluyendo al Parlamento Europeo, e impactó a los votantes por el Brexit.

La eurofobia en los países del Sur de Europa se apoya en el peligro de una «avalancha total», que barrerá con las ya pocas oportunidades de empleo y con el débil Estado de Bienestar. En manos de Italia, Grecia y España quedó el papel de «policía malo» hacia el emigrante, desprestigiando y causando gastos adicionales. El sueño europeo parece hundirse en el nacionalismo, el odio al emigrante y la desconfianza hacia las medidas egoístas de Bruselas.

ESCLAVOS Y MONSTRUOS
Jean Paul Sartre, en su famoso prólogo a Los condenados de la tierra de Franz Fanon, declaró que Europa se había hecho a sí misma creando esclavos y monstruos. La frase calificaba el conflicto de Francia contra su rebelde colonia de Argelia, y sirvió para retratar en toda su esencia al coloniaje.

Los esclavos serían los de siempre, quienes hoy habitan el África Subsahariana, la región más joven del planeta, con el índice de mortalidad mayor y los límites de pobreza más alarmantes. Se sabe que más de mil firmas europeas, con negocios en esa región africana, están registradas en la Bolsa de Londres por un valor de mil millones de dólares. Francia, por ejemplo, es dueña de las finanzas de 14 excolonias africanas, mediante el franco CFA (Comunidad Financiera), de manera que, para manejar euros, dichos gobiernos tienen que depositar en las arcas francesas la mitad de su tesoro.

Libia quiso crear una moneda común africana, idea que sería exitosa gracias a la abundancia de recursos de ese continente, pero la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y EE. UU. destruyeron esa alternativa. En cambio, la UE le ofrece a África una zona de libre comercio que conduciría –en condiciones desiguales de intercambio– a una mayor dependencia y la ruina de las escasas empresas locales. Costa de Marfil, por ejemplo, que es el mayor productor de cacao, no tiene en sus manos esa riqueza, pues Francia maneja casi la totalidad de la materia prima y deja solo un 5 % en el país.

Aunque la propaganda occidental coloca a África como un continente en la dependencia, esta le paga al resto del mundo 58 000 millones de dólares anuales, dejando diariamente a 400 millones de subsaharianos sin nada que llevarse a la boca. La situación empeora: la política de los gobiernos locales va hacia la integración común sobre la base de una zona de libre comercio con Europa, pero con fuertes restricciones migratorias. Los esclavos son los mismos y los monstruos… también.

LA NOVELA DE JM. COETZEE
En los últimos años se ha disparado la venta del libro, Esperando por los bárbaros, del Premio Nobel de Literatura sudafricano JM. Coetzee. La historia transcurre en un lugar impreciso y versa sobre una invasión inminente que trastoca las lógicas habituales del pequeño universo «de los que siempre vivieron en este mismo sitio». El miedo casi irracional hacia el otro, el extraño, retrata al escenario europeo actual. Es una obra que genialmente leyó la realidad: la espera por los bárbaros, a la vez que deshumaniza al esperado, lo hace con quien espera.

La Agencia para las Naciones Unidas de los Refugiados declaró que, solo en 2017, 44 000 personas se vieron obligadas a desplazarse de sus países, debido a las desiguales relaciones económicas y a conflictos bélicos con participación occidental, y el 85 % de ellos logró entrar a los países del primer mundo. La invasión relatada por Coetzee quizá ya esté en marcha.

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