El arca de Carlos

Francisco Parada Walsh.


«Y miró Dios la tierra, y he aquí que estaba corrompida; porque toda carne había corrompido su camino sobre la tierra. Dijo, pues, Dios a Noé; He decidido el fin de todo ser, porque la tierra está llena de violencia a causa de ellos; y he aquí que yo los destruiré con la tierra. Hazte un arca de madera de gofer; harás aposentos en el arca, y la calafatearás con brea por dentro y por fuera”.

Todo fue una pesadilla, Dios abrió sus ojos y sintió gran alivio al darse cuenta que todo fue un mal sueño. Pocas veces entre el cielo y la tierra había gran entendimiento. Dios contemplaba el corazón noble y puro del hombre; sus mandamientos eran cumplidos a cabalidad, aún, hubo comunidades de América que presionaban a Dios para que no fueran diez mandamientos sino cien mandamientos, algunos de ellos parecían innecesarios o quizá demasiado estrictos conociendo la naturaleza pecadora del hombre.

Pero todo alegraba a Dios y Dios era feliz; su gozo fue tal que pensó que el hombre asumiría una conducta y semejanza a él; por momentos había incredulidad al ver que la tierra era un lugar demasiado perfecto, Dios sabía que su plan había cambiado y no por el temor del hombre al castigo divino sino que el mismo hombre era un ser perfecto que gozaba de una obediencia y felicidad nunca vistas. Fue así que Dios cansado de luchar por un mundo mejor y aceptando que el hombre no era tan malo como él creyó después de la desobediencia de Adán y Eva pensó que había llegado el momento de un celestial descanso: Dios se apersonó a la asociación de fondo de pensiones “La Divina Providencia” para ver cuánto sería la pensión de que gozaría por la eternidad; inmediatamente un joven que lucía unos lentes de aros de carey con betas azules, una barba muy cuidada y el cabello engominado apretó un botón y luego de un par de minutos entregó a Dios su estado de cuentas: Dios no lo podía creer, recibiría apenas 200 dólares salvadoreños, inmediatamente presentó una severa hipoglicemia por lo que se apersonaron los médicos del reino, buscaron una gruesa vena en su brazo izquierdo y le suministraron una carga rápida de glucosa; en minutos Dios estaba consciente aunque un poco mareado, apenas recordaba el episodio que lo postró; ya recuperado poco a poco fue entendiendo que su imagen y semejanza al hombre no sólo era en el plano celestial sino que todo se cumplía tanto en el plano terrenal, algo que Dios jamás creyó se pudiera llegar a dar.

Dios viviría y sufriría lo mismo que el hombre. La tierra era un lugar lleno de paz, terneros jugueteaban con lobos; las orquídeas, rosas y tulipanes alcanzaban el tamaño de un abedul cubriendo con su sombra al caminante. Ríos cristalinos llenos de coloridos y bellos peces engalanaban la tierra.

Dios miraba con regocijo el cambio en el hombre pero había algo que no podía sacar de su divino corazón: “No puede ser que el hombre haya cambiado tanto, el hombre es malo, es perverso, es un fornicador empedernido, ladrón y mentiroso, debo dar tiempo al tiempo, no juzgaré, esperaré pero este cambio no me convence del todo pero debo aceptar que aún en mi condición divina hay cosas que salen de mi control”. Las páginas del apocalipsis fueron arrancadas del libro de la vida y cada vez el hombre con su buen testimonio daba vida a aquella criatura que un día soñó Dios. La tierra era el paraíso. No había lugar para el mal. Fue así que Dios pensó descansar pues su presencia sabia y en muchas veces severa ya no era necesaria.

La tierra no podía estar mejor. Algo que llamó la atención a Dios fue ver que unos obreros construían un arca similar a la de Noé por lo que decidió salir de dudas y preguntó a uno de los trabajadores qué hacían y quién era el propietario; el obrero sólo se encogió de hombros, limpió el sudor de su cara y respondió: “Señor mío, a nosotros sólo nos dieron órdenes de hacer un arca con las medidas del arca de Noé y al parecer el dueño es un tal Carlos, es lo único que le puedo decir mi Señor”. Dios pareció algo contrariado y agradeció la respuesta del joven obrero aunque recorrió su cuerpo un tremendo escalofrío. Ya no era la tierra que Dios creó.

Todo era bueno. Mientras Dios dormía profundamente como resultado de los ansiolíticos recetados por los médicos celestiales a causa del sin sabor que tuvo al darse cuenta de lo baja que sería su eterna pensión llegó apresuradamente el diablo a despertarlo diciéndole: “Dios, alguien tiró un arca al mar y navegan mar adentro y lo que me contó un diablo disfrazado de sacerdote es que metieron a varias parejas de animales, no fueron todos, sólo escogieron a los animales más malos de la tierra”; Dios apenas se limpió los ojos y vio a lo lejos un arca navegar, apenas daba crédito a lo que sus ojos veía; el arca era dirigida por un tal Carlos que aprovechando el amor y la paz que reinaba en la tierra decidió escoger lo peor de lo peor y salir a poblar y conquistar otras tierras.

Debido a que la maldad no cabía en la tierra Dios no dudó por un segundo apersonarse al puerto de donde partió el arca y pudo ver cómo los animales más nobles fueron abandonados; Dios con lágrimas en los ojos sintió que le clavaron un puñal en la espalda, justo entre ala y ala; inmediatamente llamó a sus asesores y empezó el conteo de animales y bestias de carga, fueron llamando animal por animal, empezaron a pasar lista y el primer animal en ser llamado fue la abejita quien revoloteando emitió un fuerte zumbido, continuaron con el águila quien alzó un majestuoso vuelo y dio un fuerte chillido, así fueron llamando animal por animal y llegó el momento de llamar al asno, hubo un silencio sepulcral, todos los animales se miraban entre sí, llamaron al cerdo y nadie respondió, fue así que Dios con su inmenso poder comprendió que todos los animales de pezuña y de sangre fría fueron seleccionados por Carlos para llevar la maldad a tierras lejanas: Dios sabía que la rata, la hiena y la serpiente ya no serían animales de su reino.

Dios y el Diablo sintieron profunda cólera y tristeza al ver que a pesar de todos los acuerdos firmados entre ellos para que la tierra fuera un lugar amoroso y sin espacio para el mal sería Carlos con sus animales que llevaría pobreza, saqueos, miseria, violaciones y la maldad pura a tierras lejanas. Y Dios con su omnipresencia pudo ver cómo la serpiente mordía las patas traseras de las ratas y de las hienas y aún con vida eran arrojadas al agitado mar por Carlos volviendo la serpiente a ser el animal que llevaría la ruina a la tierra junto a Carlos. Fue Dios quien se acerca al Diablo y le dice: “Diablo, nada ha cambiado, todo fue un engaño, el hombre fue, es y será el malo por la eternidad; ya que hay tanto que hablar te invito al cielo, habrán unas comuniones y luego unas bodas y cocinarán tu plato favorito: Espagueti a la Diabla”.

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