Sin Salvador

Francisco Parada Walsh.


Era el hermano mayor de San Salvador, hijos de un pícaro conquistador español de nombre El Salvador de qué y de una bellísima princesa pipil de nombre Honradez Olvidada que vivían en una pequeña aldea de no más de 20,000 mil kilómetros cuadrados de nombre “La Pobrecita”. Cuando nació Sin Salvador el hogar de El Salvador de Qué y de Honradez se iluminó; a pesar de la desordenada vida llena de licor, violencia y codicia del padre pareció que el nacimiento de Sin Salvador aplacó ese mal vivir; la madre de Sin Salvador no cesaba en brindar a su hijo primorosos cuidos y sabios consejos sin embargo la conducta del pequeño no dejaba de preocupar a Honradez; el tiempo pasaba y Sin Salvador cada vez se alejaba de los sabios consejos maternos.

Para El Salvador de Qué el mal comportamiento de su hijo mayor era algo normal, al contrario, se sentía orgulloso de las travesuras de su hijo mayor; eran frecuentes las quejas de los vecinos de la aldea para con el padre cuando algo se extraviaba, todas las miradas señalaban a Sin Salvador.

Las quejas al principio abundaron pero ante la poca importancia que El Salvador de Qué ponía a las mismas poco a poco la población prefería callarse amén de saber que por disposiciones de la corona era El Salvador de Qué el encargado de recoger los tributos, motivo suficiente para que la aldea le tuviera un gran respeto, quizá era más miedo que respeto lo que hacía que todos aceptaran a regañadientes la mala conducta de Sin Salvador; por otro lado San Salvador era todo lo opuesto, era un galante y educado joven de tal forma que su comportamiento era admirado por toda la comarca y no era raro escuchar a un padre decirle a su hijo: “ Mira como es San Salvador, así deberías de ser cuando seas grande”. Sin Salvador no podía ocultar su envidia. Debido a que San Salvador había recibido una medalla a la excelencia por su buen comportamiento Sin Salvador estaba molesto y sólo esperó que llegara la hora de acostarse para recriminar a su hermano menor con una serie de incómodas preguntas : “Mira hermano y ¿Qué ganas con portarte bien?, ¿Crees que ser honrado te traerá buenas cosas?; ¿Qué acaso no has visto como nuestro padre arrasa con lo que puede?; ¿No te gusta que gracias al poder de mi padre no nos falta nada y somos respetados en la aldea?; realmente no te entiendo, con ese comportamiento no vas a llegar lejos pero al fin es tu vida”; no satisfecho con haber increpado a San Salvador le dice: “Dejo de llamarme Sin Salvador si en un par de años no te veo lleno de riquezas”. San Salvador sólo escuchaba a su hermano y en un tono comedido respondió a su hermano: “Mira hermano, toda tu vida has hecho lo que has querido, llegará un día que dejarás de ser el hijo de El Salvador de Qué y la ley caerá sobre ti, a diferencia mía que vivo pobre porque así lo quiere dios, pobre pero feliz”; después de escuchar ese chirle argumento Sin Salvador le dice: “Eso de ser pobre y feliz estoy aburrido de escucharlo, pobre pero feliz, pobre porque así nací, pobre porque dios así lo quiere y bla bla bla”, pobre eres tú por bobo”. Es así que San Salvador guardó silencio por unos momentos y le dijo: “A ti poco te importan las aflicciones de mi madre cuando vienen a quejarse que te has robado alguna cosa, lo único que te importa es tener más y más” a lo que Sin Salvador le respondió: “Ay hermano, somos dos mundos diferentes y espérate a que yo sea el que recoja los tributos, ahí seré el gran señor Sin Salvador y tú siempre serás el pobre gato de siempre pero no me olvidaré de ti a pesar de tu “ Afamada Gran honradez”; no seas hipócrita hermano, aprovecha que si tú no lo haces otros lo harán y cuando robes no robes poco, no te conformes con poco, roba lo más que podas, no olvides que vivimos en “La pobrecita” donde pasarás preso toda una eternidad por robarte una gallina pero si robas a manos llenas siempre serás fulanito de tal”; poco a poco el sueño venció a los hermanos.

No había pasado ni seis horas cuando un nativo llegó gritando como loco: “Han asaltado a la caravana, han asaltado a la caravana”; el asombro era tal que nadie daba crédito a lo ocurrido y algunos aldeanos cuchicheaban entre sí: “Este fue Sin Salvador, tenía que ser él”. Poco a poco las aguas volvieron a su nivel y lo que causó gran asombro entre los habitantes de la aldea “La pobrecita” fue que San Salvador dejó de ser aquel educado y sencillo joven, vestía las mejores galas, montaba un caballo percherón y los jóvenes más fornidos de la aldea frecuentaban su nueva casa; Su madre Honradez no dejaba de sentir que las cosas no andaban bien, conocía como a nadie a su hijo San Salvador y en el fondo las sospechas corroían su paz.

Fue entonces que el fornido joven gritó estruendosamente: “Maldita, maldita, así como me robaste el corazón te robaste el dinero de la corona”. Hubo un silencio total entre los curiosos.

Inmediatamente procedieron a la captura de San Salvador; a lo lejos su hermano Sin Salvador reía y recordaba las palabras que un día le dijo a San Salvador: “Dejo de llamarme Sin Salvador si en un par de años no te veo lleno de riquezas”. La aldea “La Pobrecita” estaba atónita, uno de sus mejores hijos era un vulgar ladrón; por órdenes de la corona española San Salvador fue presentado ante la justicia y sometido a juicio, no cabía ni un alfiler, todos querían ser testigos de la severa pena que sería impuesta a ese vulgar ladrón, la indignación popular era enorme como lo era el juez, hombre de ancha espalda, pómulos prominentes y resaltaba una cicatriz que atravesaba su rostro; todos esperaban al Señor Juez que una vez entró a la sala donde se llevaría la audiencia, todos los presentes se pusieron de pie, por unos segundos, juez y acusado cruzaron miradas y fue el secretario del tribunal quien dijo: “Pueden sentarse”; los alegatos entre defensores y acusadores iban y venían, al final la libertad o la condena estaba en manos del Señor Juez; todos esperaban ansiosos que San Salvador fuera condenado a severas penas, el veredicto estaba servido, Su Señoría empezó a leerlo: “ Se condena a San Salvador de Qué Honradez Olvidada a tres meses de trabajo comunitario y debido a sus honorables antecedentes la pena impuesta se reduce a quince días, trabajo que realizará en casa del sobador de la aldea.

Al escuchar la sentencia San Salvador cerró sus ojos, el juez le preguntó al condenado si tenía algo que decir, el acusado se pone de pie y empieza a caminar lentamente, poco a poco ese caminar se convierte en baile cuando su cuerpo se contornea al mejor estilo del divo de Juárez, todos los asistentes están asombrados, algunos dejan escapar sonoras carcajadas, el condenado se acerca a Su señoría y con su ronca voz le dice: “Soy honesto con él y contigo, a él lo quiero y a ti te he olvidado, si tú quieres seremos amigos, yo te ayudo a olvidar el pasado, no me aferres, ya no te amo… Firma: El Apátrida.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

A %d blogueros les gusta esto: