Médicos con fronteras

Francisco Parada Walsh.

Un día escribí un artículo “Médicos sin fronteras”, era un médico libre, temerario, osado, atrevido y quizá ingenuo; con el pasar de los años dejé de ser libre, me convertí en mi propio amo y mi propio esclavo; dejé poco a poco esa libertad de ir a Honduras, recuerdo que mientras regresábamos a El Pinochini de América después de ir a atender a un paciente escuché comentarios que no me parecieron, eran amenazas vedadas por no haber cobrado menos de lo acordado. Sentí que patear Honduras era un riesgo.

¿Qué otra experiencia me dio la razón para no volver al vecino y dejar de ser un Médico sin fronteras?:

Luego que una familia salvadoreña solicitara mis servicios profesionales para hacer un acta de defunción de un joven compatriota de 23 años asesinado en Honduras aduciendo que murió de causas naturales preparé mis tiliches pero había algo que me decía que debía investigar si podía hacer ese reconocimiento pues era Medicina legal de Honduras la responsable de hacerlo pero la familia pasó el cadáver por el río Sumpul sin el documento legal; fue así que me avoqué a la Policía Nacional Civil que me dijo: “Lo que usted haga es la ley”, todo hablado, nada escrito por lo que se me ocurrió llamar a un gran amigo abogado a quien le presenté el caso diciéndome que la Fiscalía General de la República jamás aceptaría un acta de defunción de muerte natural en un joven y que mi persona sería objeto de investigación, le dije a la familia que no podía hacer ese documento por su ilegalidad, no les pareció, se retiraron molestos en busca de solucionar su problema.

¿Qué pasó realmente a ese joven?:

Fue asesinado, vapuleado y estrangulado en Honduras y para borrar evidencias su familia lavó el cuerpo, le cambiaron ropa y aparentemente todo estaba solucionado. Segunda experiencia. Debido a la profunda y arraigada creencia y práctica de la brujería cercenar la oreja derecha del asesinado lo libera de algún “Daño” que pueda venir; en mi caso personal quisiera encontrar una bella bruja que me vuelva más loco de lo que soy con sus poderes y encantos; no quiero “Contras, fama ni fortuna”, quiero que me convierta en sapo sabanero para poder buscar mi rana y así logre alguna conquista.

¿Cómo es el actuar del creyente de la brujería?:

Gastan dinero, mucho dinero tal fue el caso de un des-conocido quien para poder alejarse de joven amante decidió visitar a la bruja burbuja quien le solicitó como pago por sus servicios infernales una camionada de leña, chilacayotes y 700 dólares salvadoreños, no sé si el hechizo resultó, sólo sé que la bruja disfrutó de un sabroso dule de chilacayote y de esos reales con su querer.

¿Por qué la vida vale tan poco en la montaña?:

Esto es histórico, cuentan que antes no había domingo sin muerto, hoy eso ya no se vive.

¿Qué diferencia hay entre el salvadoreño y el hondureño?:

El hondureño visita Oniriolandia y no tiene ningún problema, 25 lempiras hacen un dólar salvadoreño, vienen, compran, chupan y nadie se mete con ellos a diferencia de un salvadoreño que tiene temor y desconfianza de visitar Jocotán o algún pueblo de Honduras. Al darme cuenta que ir a Honduras con el alma pura y servirle a un paciente me podría traer grandes problemas, inmensos problemas en un mundo donde robamos y matamos al otro preferí poco a poco dejar ese atrevimiento y esa torpeza en casa. Trato que la frontera física no afecte mi frontera mental y siempre mantener la excelencia en la atención al paciente sea éste salvadoreño u hondureño.

¿Qué clase de paciente me visita?:

De todo un poco, pacientes con dinero, pacientes que reciben sendas remesas y los más desafortunados: Los pobres de pobres.

¿Quiénes son Los pobres de pobres?:

Aquellos que por la codicia de unos pocos fueron condenados a vivir libres en las peores e inimaginables condiciones de vida, sin pasado, sin presente ni futuro; un guisquil chuponeado con tortilla es el almuerzo, casas en pésimas condiciones sufriendo ese inclemente frío, hijos que ganan siete pesos al día en el jornal agrícola y con eso deben mantener a hermanos menores y a sus padres enfermos.

¿Quiénes son esos padres enfermos?:

Son aquellos señores vencidos por la vida, la enfermedad no es física, no hay daño orgánico; toda la enfermedad está en la mente, prefiere auto diagnosticarse con una enfermedad mortal y no volverse a poner de pie, todo es excusa pero sólo viviendo y conociendo esa casa, ese rostro surcado por la pobreza es que apenas se puede entender. Cualquiera puede acusarlos de haraganes pero tener setenta años en un país tan adverso y comiendo apenas pan dulce con café no hay nada que hacer, no tienen ningún tipo de seguridad social, es difícil entender que se prefiera morir que luchar y vivir. Yo entro en ese grupo, soy pobre como ellos, quizá esté una escala arriba de ellos pero no tengo recursos que me permitan ingresar a un hospital privado, toca el sistema nacional de salud y no soy el único, conozco a tantos profesionales que prefieren hacer largas filas y esperar su medina que bolsearse, sencillamente no se puede. La violencia en la montaña data desde que este paraíso-infierno fue poblado por el hombre, a pesar de llevar casi cinco años sobre muriendo en mi montaña hay cosas que jamás entenderé y lo único que de mi depende es ser discreto en mi vida, ayudar cuando se puede y vivir plenamente aquella sabia frase: “El respeto al derecho ajeno es conservar los dientes”.

¿Por qué escribir sobre algo que la mayoría de salvadoreños está hastiado como es la violencia?:

Porque cuando anclé mi alma en este paraíso-infierno pensé que Adán y Eva serían mis vecinos pero la realidad es otra, la violencia se ejerce sin miedo a la autoridad.

¿Cuál es esa amnistía que se vive en la montaña?:

Creo que el río Sumpul a pesar de ser la frontera que los hombres inventamos no es más que un frío testigo que ve como una persona que cometió un ilícito en 15 minutos está libre y seguro. Algo que todavía me cuesta entender que en la montaña todos son parientes, es como una gran familia, todos son parientes menos yo y vivir en ese limbo donde se tiene cédula de identidad de Honduras y documento único de identidad salvadoreño no es diagnóstico de bipolaridad, razón suficiente para entender mi calidad de forastero y así evitar problemas o situaciones que puedan agriar mi dulce y eterna vida.

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