Cerrando un año por demás desesperanzador, lleno de incertidumbres y mucha desprotección social para la clase trabajadora

Por: Róger Hernán Gutiérrez*

La esperanza de un gobierno de la pequeña burguesía, se suponía afianzaba su calidad para gobernar, desde la consigna de ser diferente “a los mismos de siempre, y de un voto de castigo a las empresas electorales de arena y del FMLN”. Para el 2020, ya con un presupuesto propio y con funcionarios supuestamente “competentes y probos” en el gabinete, la suerte estaba echada y, no era más que mover las piezas del ajedrez con la suficiente inteligencia para hacer de la economía, la seguridad ciudadana y el ataque frontal a la corrupción como sus más preciadas piezas en el juego político.

¿Qué pasó entonces, qué fue sucediendo de tal manera que 2020 no representara los cambios sustanciales en época de mucha desesperanza, preocupación por un problema de acelerado empobrecimiento de los sectores populares y población históricamente marginada y excluida socialmente?

La apuesta comenzó con el asunto no del tema de la corrupción, en tanto el debate por una CICIES, era confuso, no existiendo condiciones para un Ministerio Público, competente, probo y valiente para enfrentar el tema del poder de los grupos oligárquicos, dominantes de la economía en manos de 160 personas que se llevan el 80% del producto interior bruto, de una débil institucionalidad pública sometida a las reglas del mercado, entre otros aspectos como el deterioro acelerado de los derechos humanos—evidenciados por la desprotección social en la que viven más de tres millones de salvadoreños—

Ya se iba imponiendo el tema del sars (coronavirus) y se comenzaba a impregnar el ambiente nacional e internacional de declararlo una pandemia por parte de la OMS, esto empezó a determinar que el gobierno modificara sus prioridades y se centrara en esta cuestión y de acuerdo a la inexperiencia sobre cómo enfrentarlo, trajo e impuso en el escenario salvadoreño muchísimas medidas, acciones legales y otras no muy legales que la obsolescencia y el anacronismo jurídico-legal existente daba para atacar la enfermedad y el contagio.

El miedo se fue apoderando de las élites políticas que al igual que la Presidencia, no encontraban mayores decisiones para una población en su mayoría que subsiste con ingresos diarios mínimos obtenidos de la venta informal de comercio y servicios, que son los que proveen a los sectores empobrecidos, que empezaron a sentir con más rigor el asunto de la pandemia al cerrarse todas las posibilidades de subsistencia diaria, impedida con el rigor de las fuerzas policiales y armadas, que daban ya señales de un adherimiento a la figura del Presidente como un líder mesiánico que iba conducir la cruzada y necesitaba de la fuerza coercitiva y represiva donde habían focos de “rebeldía y subversión” a las medidas diseñadas por el ejecutivo.

Acá empieza a agravarse la vida y existencia de mucha población salvadoreña que no tienen los ingresos necesarios, ni pueden salir; encontrando vedado el camino de su cotidianidad obstruida por la militarización—que aleja al comprador diario que le provee su comida, la lógica dialéctica de comerciar empieza a trastocar las vidas rutinarias en los grupos poblacionales que han venido a asentarse históricamente en lugares donde el movimiento económico y la oportunidad de hacerse de ingresos es más propicia, la capital y sus alrededores—la clase trabajadora de la economía informal de nuevo es la más perdidosa y va acentuándose una mayor gravedad a su vida individual y familiar.

La lógica de proveerse de ingresos es anulada de tajo. Y va el asunto atacando la formalidad en los bolsillos en las diferentes actividades económicas de subsistencia, pero a la vez favoreciendo las empresas en aquellas corporaciones mediáticas, comunicacionales, alimenticias, bancarias, farmacéuticas, de provisión de equipos y accesorios de salud. La institucionalidad pública se detiene, en tanto son personas las que la mueven, que se ven impedidas de llegar a sus trabajos, por razones de no existir funcionando el transporte público.

En las zonas hospitalarias y de salud en general, trasciende la obligatoriedad de estar atendiendo la enfermedad y el contagio, hay abusos y arbitrariedades que lesionan los derechos humanos—las empresas se protegen y dejan de pagar los salarios y prestaciones, vienen despidos que la institucionalidad administrativa y jurisdiccional es incapaz de detener, sólo queda la denuncia, la justicia se para, aunque hoy parece más lenta y dilatoria.

La reivindicación se estanca, no hay salario mínimo revisado, subsidios de salud y el problema de bioseguridad y sanitario excede las limitaciones y debilidades—el caos se impone, los oportunistas y vividores del mal ajeno afloran en exceso, la violencia intra doméstica es el pan de cada día—hay desesperanza mayor, los paliativos no llenan y satisfacen—el poder adquisitivo se deteriora y la clase trabajadora se ve inmersa en el desasosiego, la desesperanza y la preocupación—el año termina, pero el panorama no cambia, hay lucha, poca organización, se imponen las lógicas neoliberales—la navidad se acerca, todo es confuso, complejo y lleno de estrés, cansancio, las fuerzas lasas van esparciendo el clima, la desventura, los caprichos se imponen; y la obscuridad abruma, las almas de los que piensan y luchan con entusiasmo son cada vez menos.

Un 2021, por demás incierto, cabizbajo y meditabundo, entregado a promesas y con la mirada perdida. Abur mis personas sindicalistas que la pasen lo mejor que puedan.

*Sindicalista salvadoreño

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