El Pelo en la Oreja

Por: Francisco Parada Walsh* |

Vivo momentos que ni por cerca formaban parte del imaginario de Francisco,  ni por un segundo pensé llegar a los cincuenta y siete años, no, eso era demasiado para mi alma, para mi espíritu; ya había cabalgado demasiado y el caballo poco a poco boqueaba, por ratos se hacía el muerto, por ratos se hacía el vivo; mi edad cronológica dista mucho de mi edad mental, creo que sigo siendo aquel niño canoso que arrastra sus traumas, temores, inseguridades, pesadillas y más de algún sueño; creo que sigo siendo aquel adolescente que adolecía  no de orden, de calma, de quietud sino que era ese mismo caballo solo que lo cabalgaba a pelo, sin montura y con muchísimo dolor; creo que sigo siendo ese hombre treintón, fuerte, vigoroso, amante del deporte, de la buena mesa, del vino que en vano limpia mis venas, de un libro que libra mis penas, al final, ese era, soy y seré.

Cuando corro creo que soy joven, aun, me han advertido que puedo morir de un infarto fulminante y cómo quisiera morir haciendo lo que amo; como dirían algunos, “La muerte me hace los mandados” y no es mentira, lo puedo decir mientras viva, luego, aunque tiemble ante la muerte, no tendré derecho a nada; todos los días la veo sentada a mi paso, solo ríe, solo ríe, solo observa, se aburre, fuma y fuma, piensa y piensa, a veces, cuando está alegre me hace el mate que toma mis medidas, trato de esquivarla pero siempre me bloquea el paso y me dice “Cabroncito, sos pequeño y loco, pero vas de viaje”; esa es la vida, esa es la muerte.

Todo lo que hago, todo lo hago con una pasión indescriptible, demasiada pasión, sé, que hay huellas que no volveré a pisar, caminos que se desvanecen, estaciones de tren que se borran, puertos que se ahogan; por eso debo entender mi vejez, y llegué a una perruna y gatuna conclusión que en mis últimos días  debo estar rodeado de cariño, de apapachos, de verdades; recientemente tuve un fuerte quebranto de salud, la noche del jueves 14 de abril, eran las ocho de la noche cuando empiezo a hervir, no era el último hervor ni “El último Tango en Paris” sino que era una altísima fiebre, sabía que el pronóstico era reservado, sin embargo me  sentí tan solo, tan solo como pocas veces, no tenía a nadie a mi alrededor , ni quien me cubriera con una gruesa colcha, ni menos me ofreciera algún medicamento; en mi mundo, decidí ponerme un gorro y cubrirme de pies a cabeza, en mi mente lancé una moneda al aire, o amanecía muerto o amanecía vivo y sigo aquí jodiendo, pero eso me hizo reparar en mi vejez, en esa soledad de soledades, en ver que, creía, creía que esa soledad que vivo día a día era solo mía, pero me di cuenta que no solo es mía, sino que también es de la Señora Muerte.

Hay tantísimos signos que anuncian la vejez y uno de ellos es ese “pelo en la oreja”, lo encontré por casualidad, sin lentes ni siquiera hubiese entendido que hay una señal inequívoca de que, el camino no tiene regreso y por ende, entendí que soy un hombre mayor, mayor, que poco a poco deja el ego, el futuro en manos de un pasado que debe cobrar derecho de piso, todo acaba, todo y soy afortunado al saber que no soy nada, que en meses o años seré junto a una planta el binomio perfecto: “Planta y muerto: Amor eterno”, pido a dios y a los diablos que en mi sepultura germinen hortensias, orquídeas, rosas, girasoles y tulipanes y todos los esqueletos de mis gatos y perros y volvernos uno solo, una planta que de bellísimos frutos, no sé si flores con colas de gatos y hojas con cara de perritos, fragancias, efectos sicotrópicos o un futuro, no lo sé, solo deseo que las ramas abracen mi frio cuerpo y que, quizá algún pájaro se acerque a mi sepultura y todos los días cante a trina voz “El poema de mi Muerte” para que, todos mis amigos cercanos escuchen cada mañana por la eternidad, mi amor cimentado en una fría lápida, donde sepan que, gracias al amor por los animales y las plantas y el odio por las cosas, he recibido en mi última morada: Respeto, cariño, vida eterna y vino; la vejez me ha marcado y entiendo que solo es cuestión de segundos para, ser quien realmente soy, la nada.

*Médico salvadoreño

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

A %d blogueros les gusta esto: