El Maestro y yo

Recientemente recibí un escrito de un Maestro, me refiero al doctor Ulises Gutiérrez quien me tomó de la mano y me llevó al exquisito mundo de la siquiatría donde desmenuza cada artículo y por ende a mi persona.

Por: Francisco Parada Walsh*

Pocas personas han dejado huella en mi vida, me refiero a huellas buenas y él es uno de esos seres mágicos que como hobbits o pitufos aparecen en el bosque de la vida para decirme que soy un maestro, al principio negué que lo era sin embargo él me explicó que MAESTRO es aquel que basta que enseñe y cambie la vida de tan solo una persona y ahí entendí que sí lo he hecho; desconocidos  que me buscaron por cielo, mar y tierra y me encontraron, mi única queja era que seis cervezas apenas humedecen mi alma ante las carcajadas de ellos; ya la próxima vez era el doble o un buen botellón de algún ron.

Ser maestro no es un título que se encuentre en el pensum de una universidad sino que lo da la vida, el dolor, el amor, la lucha, el coraje y quizá quien firme ese título de MAESTRO DE LA VIDA sea la patita de un gato.

Aprendo de todos, jamás me quedaré en la paz que da la falsa paz, no, aprendo del agua que busca su cauce, del árbol que me grita ¡Dame agua que así como a ti te da sed, a mí también semejante cabron!, del gato que parece molesto conmigo y fija su mirada en mi persona, amo esa fortaleza, esa vitalidad de un felino que me atraviesa con su destino; vivir en la montaña me ha enseñado a respetar tantos ritos, mitos y creencias y eso enriquece mi vida; platicar con un niño de siete años y ver la agilidad mental, esa fuerza que solo los que nacen con todas las adversidades pueden desarrollar; nací sin que me faltara nada y ahora, entiendo que tener todo no fue lo mejor; que un hombre aprenda a usar un azadón a los casi sesenta años debería llenarme de vergüenza pero ni modo, prefiero aprender tarde a nunca aprender y esa es mi nueva vida; después de tener unas manos de modelo según mi ex esposa, ahora, son callos y heridas las huellas de mi vida y es ese azadón mi maestro, quien me enseña cómo asirlo, cómo ser uno con él.

Particularmente mi principal maestro debo ser yo, deben ser mi pensar, mi hablar y sentir el triduo que gobierne mi vida y eso es lo que intento hacer día a día; recuerdo que al principio me era difícil de repente todo siguió la misma ruta y son esas tres acciones las que dan gozo a mi vida; no podría mentir y mi corazón ser cómplice; no podría sentir y mi boca decir algo diferente y recuerdo que eso lo escuché una vez de un gran amigo, es el licenciado en sicología Jorge Gómez quien mientras pasaba consulta en esas clínicas inventadas para estafar a la personas para perder peso, puse frente a él, lo que debía hacer y los días que le faltaban de tratamiento y cuando le hice ver que su tratamiento terminaba determinado día, le pregunté qué haría al día siguiente; don Jorge inmediatamente entendió, luego, fue el Licenciado Gómez,  a quien  contratamos para dar charlas a los pacientes sobre el auto estima en una relación directa con la alimentación y fue en una de esas charlas que él mencionó la importancia de ser coherente en el hablar, pensar y hacer.

¿Puede un gato o un perro ser mi maestro? ¡Por supuesto! Aprendo la lealtad, el temor, la furia, el amor, el juego como si fueran niños mientras quizá mi mente solo piensa en juegos para adultos llámese sexo, alcohol, drogas, eternidad.

He tenido maestros que me lanzaron al mar con las herramientas necesarias, no puedo dejar fuera de esta pequeña lista a mi primer mentor: Francisco Rovira, el rey de las franquicias americanas, a mi Maestro Ulises Gutiérrez quien me enseñó más de lo que era su deber pero en eso radica la esencia del maestro, en dar más, lo demás depende de uno y fue él, quien me dijo que debido a la gravedad de la enfermedad de mi madre, que sería bueno decirle que se suelte, que se deje morir; no es fácil decirle eso a una madre, no olvido después de treinta años de fallecida la cara de severidad que mi madre puso al escuchar “Ya no sigas luchando, en el cielo te esperan Danielita y Ricardito”; poco a poco todo terminó y es el acto de morir con dignidad una de mis más grandes satisfacciones que puedo hacer con mis pacientes, gracias a mi Maestro Ulises Gutiérrez; luego es el Doctor Ulises “La Pepa” Flores quien me lleva al nivel del poder en este sufrido país, a veces solo escuchaba, a veces lo incomodaba y siempre hubo un balance, no éramos ningunos angelitos y a él le encantaba joderme pues para no perderme en lo que debía preguntar siempre llevaba mis preguntas en un papel aturrado, y él me decía: ¿Qué otra mierda me vas a preguntar de tu papel lleno de caca? Y era inevitable no reírnos; en ese momento la depresión era de culeros, no imaginé nunca pasar por ella y aun, soy hijo no grato de la puta depresión y fue, es y será el maestro Dr. Francisco “Paco” Paniagua quien con solo el cariño de un padre logró sacarme de ese infierno; él, sobrepasó los límites del Maestro.

Fue mi Maestro Doctor Ulises Gutiérrez quien me dijo que yo era un maestro y que si no me consideraba como tal (Cambiar la vida de una persona) que debía buscar en mi interior sin embargo le hice ver que sé que he cambiado decenas de vidas, no digo cientos ni miles pues sería un vulgar y apestoso mentiroso, solo le hice la aclaración que cuando escribo aparto el ego de mis escritos, no me gusta que el lector crea que estoy en otro nivel pues entonces seríamos un epitelio diferente, cuando tanto el maestro como el alumno salen del mismo cuero.

¿Quiénes son mis maestros en este momento?: colibríes, gatos, perros, rosas, mariposas, lo sencillo, el café, el amanecer, el amor y el dolor, dios y el diablo, el frío y el calor, el amor y el odio, el libertinaje y los celos, lo puro y lo profano; aun, moriré y seguiré aprendiendo de mis maestros: Los gusanos.

*Médico salvadoreño

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