42 carros fúnebres

La gravedad de la pandemia no tiene límites ni límites tiene la maldad del hombre que con todo el dolo del mundo se ingenió descabezar al planeta Tierra Roja. Desde un inicio todo lo referente a la pandemia fue una mentira; no había necesidad de mentir pero sí, de robar. El estado retiró diariamente por siete meses quince millones en efectivo y de eso el pueblo, siempre ausente.

Por: Francisco Parada Walsh*

Lamentablemente la muerte fue el negocio de sus vidas para muchos funcionarios y ahora, las evidencias de ver estacionados  42 carros fúnebres solo dice que todo se salió de control y que a pesar de esa altísima mortalidad el sector salud se dedica a acatar órdenes, no se ven estudios científicos ni posturas serias que avalen no eliminar los signos y síntomas sino eliminar el virus y su cadena de transmisión.

Definitivamente el médico es un proletario más que por miedo a perder su trabajo asume y ejecuta cualquier orden que se le dé, no hay cuestionamiento sino simple obediencia y los resultados están a la vista. Una sociedad indolente y salvaje que de a poco se ha convertido en un país suicida donde importa más un partido de futbol que el auto cuido, no podemos esperar peras de un olmo; tenemos lo que merecemos y dentro de esa inmensa irresponsabilidad poco importa contagiar al que no tiene ni una pizca de culpa de ese albedrío insensato que prodigamos los salvadoreños.

Tristemente la pandemia pasó a convertirse en endemia, será como el catarro común y nadie puede decir que está a salvo, con todo el dolor de mi alma he visto caer a lo mejor de mi gente y todo es, ya historia. Mientras el virus nos mata, también nos mata la pobreza, la indiferencia y el odio. Tenemos tantas ataduras que pareciera que somos un pueblo víctima de brujerías, pero de esas que pegan, que amarran eternamente  a una patria para nunca salir de ese atolladero llamado dolor.

Esa frustración que siento cuando veo a un amigo que ha fallecido o sé de otro de que está grave me mata lentamente, me deprime pues no hay ni un tan solo ser humano que merezca ser víctima de un virus a semejanza del hombre; me afecta profundamente saber de un conocido que lucha contra la muerte y ese mismo dolor es el que siente cada persona en el mundo cuando ve caer a un ser querido.

El mundo gira al revés, hoy, todo el dolor tiene un precio, entre más dolor haya en el mundo, más rico se vuelve un sector; no entiendo cómo esas cuarenta y dos familias encontrarán la paz y el remanso mientras entierran a su gente, aun, la muerte y sus ritos quedaron atrás, todo debe ser “Light”, no puedo imaginarme que en horas, sin esas sentidas despedidas se debe desechar un cuerpo pero así las cosas.

Creo en el morir con dignidad y no me resulta ni raro ni fuera de contexto que un paciente que atiendo, decida no visitar un hospital, sino que prefiera morir en su casa rodeado de sus seres queridos, de sus gatos, perros, plantas y cariño; al contrario, les hago ver pros y contras y acordamos que serán atendidos cada día mientras el cuadro clínico tome el curso que debe tomar. Gracias a Dios que en estas soledades, no he tenido ni una sola baja, eso me llena de orgullo y felicidad, no ese orgullo de creerme un excelente  médico, no, si no, sencillamente cumplir con mi trabajo fundamentado en el respeto, la verdad y la honestidad.

Como decir que le tengo miedo al virus; el contagio y la muerte son inevitables y definitivamente le tengo más miedo a morir escondido ante mi cobardía de no servir a mi prójimo. Muerte más digna no puede haber que morir luchando por darle la vida a mi hermano aunque eso cueste mi vida.

*Médico salvadoreño

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