La amistad del perro

(Por: Francisco Parada Walsh)


Tramos inseparables. Unos jóvenes locos, risueños, relajos, ocurrentes; nuestro día empezaba al llegar al colegio, una de las materias que no aparecían en la libreta era: “Ser feliz” pero nosotros sabíamos que esa era la asignatura más importante de nuestras vidas.

Los martes era día de farra, unas cervezas en ayunas por aquí, otras allá, un buen chapuzón, almorzar un pollo encebollado en el Colegio Médico y nos saltábamos la calle como gatos negros y a clases.

¿Qué locuras no hicimos con mi amigo Chamba?: Incontables y algunas inenarrables, éramos felices, felices; llevamos la amistad a un lugar mágico, al corazón que se tiene cuando al amigo se quiere; en una de esas francachelas Chamba tuvo un quebranto de salud y le practicaron una serie de exámenes de sangre y radiografías de tórax y aparecía con dos corazones, eso causó confusión en el personal médico pues esa mal formación o quizá esa buena formación daba como diagnóstico clínico: “Corazón ectópico del bien”, ese era el corazón que mi amigo tenía para dar amor y sonrisas a buenos y a malos, a justos y pecadores; terminamos el bachillerato, yo escogí medicina y mi amigo Salvador de los angustiados decidió estudiar derecho aunque curvilínea fue su vida; seguíamos haciendo magia en las calles, en el bolerama, en donde fuera.

Un día me dice que se va para el norte a dar norte, poco supe de él, la única vez que hablamos en la distancia me contó que fue sometido a una operación de corazón cerrado y abierto; la vida de Salvador cambió, empezaron modificaciones de hábitos; la cerveza que era nuestro elixir donatal fue sustituido por anti plaquetarios y un montón de medicinas; el vodka colorado del bar del colegio médico fue reemplazado por dietas de caldos chirles, la sonrisa relaja cambió por una vida más tranquila, sosegada.

Recién en los días navideños recibo por las redes sociales una felicitación navideña de mi Salvador, le contesté y me alegré muchísimo saber de él; a las pocas horas recibí una llamada, era un teléfono nacional, a lo lejos escucho una voz que me dice: “Pancho López, el mero pancho López”, no podía reconocer esa voz, lo que vino a mi mente demente era que mi amigo Salvador de los afligidos estaba bajo los efluvios del guaro, nada raro en nuestras vidas y como buen interlocutor pensé que era mi obligación escucharlo, en ese intercambio de palabras me dice: “Derrame cerebral”, mi mundo se cayó, así como se cayera un mapamundi y empezara a rodar, así cayó mi mundo; mi Salvador de los oprimidos apenas balbuceaba unas palabras, me contó que no podía distinguir entre los colores, la dificultad para contar números y tantas más.

Recordamos tiempos hermosos cuando reíamos, cuando pasábamos sentados a la orilla del mar zampándonos todas las cervezas en el puerto de la esclavitud, cuando surcábamos los aires en patineta desde la Ceiba de Guadalupe hasta llegar a nuestros destinos.

Mi olfato y mi corazón se activaron, nada detiene una amistad verdadera, nada; al contrario, serán los futuros momentos que decidirán si fuimos conocidos o amigos fieles como los perros; siempre he sido un profundo crítico de porque pasa un año el otro será mejor, debo ser yo el que me agarre, me arranque y ponga otro rostro como se arranca las páginas de un calendario, no me alegra lo que vive mi Salvador de los aburridos y aun en la distancia olfateo aquellas palabras cargadas con el mayor cariño, mi amigo se adelantó a cumplir el ciclo del niño al adulto y me pregunto ¿Será que estoy exento a sufrir una enfermedad que me deje en el limbo de la vida?: Soy más pecador que Salvador por eso debo ponerme en sus zapatos, olfatear su nariz y jugar como niños, bueno; nunca dejamos de ser niños pero a veces por vivir vidas cargadas de egos y miserias nos olvidamos de vivir.

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