Lo que no mata engorda

Dichos populares, frases que acuñamos en la infancia;  recuerda cuando se cae algún alimento al suelo y antes que dejarlo tirado, lo recogemos en forma rápida, hacemos como que lo limpiamos y de una mordida, pasó a la historia.

Por: Francisco Parada Walsh*

El Salvador engorda poco a poco, no muere en su maldad, solo muere el de siempre; mientras nos convertimos en una sociedad, grupo, clan, tribu o como se llame con cara de marrano, nos vemos al espejo y solo observamos a un cerdo que cepilla sus filosos colmillos,  nos ordenamos el nudo de la corbata y apenas parecemos elegantes cerdos.

Estamos a reventar de maldad, esa barriga no esconde ni tripones ni vísceras sino indiferencia, complicidad y gozo por lo que sucede en las fosas, en las cárceles, en nuestros hogares pues tanto las cárceles como las fosas no son más que una extensión de nuestras vidas, de ese hogar o casa que cultiva no valores sino anti valores.

Nos preparamos para ir a trabajar, papá marrano se ve en el espejo antes de salir, su hijo marranito juega play station y la mamá marrana ordena las loncheras del esposo y del hijo; cada día engordamos más, unos mueren torturados; otros como yo, morimos a pausas, muero por partes, muero por falta de sueños.

Un día muere mi fe, otro día muere mi dignidad, pasado mañana mueren mis valores, pero ¿Cuáles valores? No lo sé, no hay valores, todo es adverso, apenas respiro mientras un país entero engorda hasta reventar; nada nuevo en estas rojizas y empapadas tierras de sangre, donde pareciera que somos tan sutiles que evitamos las realidades, preferimos clavar nuestra comatosa mirada en trivialidades, jamás en ver al cielo y que la sombra de la cruz donde cuelga el torturado nos afecte; seguimos engordando, nos hartamos tanta maldad que nos hace tan indiferentes, y quizá sea lo mejor; que cada quien se lama sus heridas, mientras nada me suceda, todo debe seguir su curso.

Lo  que atraviesa el país es gravísimo, pero el ejecutivo no es el culpable, somos ese pueblo siempre perdido que aun, parece no entender la realidad; marranos pariendo marranitos, marranitos educados por la educación engañosa donde se les enseña las mentiras históricas y mientras, el objetivo es capturar a todo aquel que parezca sospechoso, sobre todo que parezca pobre y hay un silencio total, nadie denuncia, no hay izquierda ni derecha, no hay iglesias, todos somos apestosos marranos que únicamente vamos tras nuestros personales intereses.

La piara llega al delirio cuando el verdugo lanza excremento, abrimos los hocicos y nos hartamos hasta reventar, no hay diferencia entre el verdugo y nosotros, una parte de nosotros es el verdugo, quizá somos el hacha que cercena el pensamiento, a lo mejor somos el barril con hielo que enfría la dignidad, no lo sé pero no dudo que somos tan asesinos como los torturadores ¿Cómo pudimos llegar a esto? Y aún falta, el sadismo es una conducta humana donde el disfrute del dolor ajeno me excita, me hace feliz, me vuelve loco; sadismo hasta en la sopa y todos sabemos lo que ocurre, en apariencia deberíamos ser una sociedad o grupo más instruido de lo que pasa, pero no lo somos, las redes sociales nos sirven para lo que no es importante, mientras hogares han quedado destruidos, y que ese.

“Dios, Unión, Libertad” que enarbola a una bandera roja se convierta y dé paso a “Lo que no mata engorda”; nos convertimos en la familia marrana y engordamos, parece que vamos a explotar pero no; a lo lejos vemos a dos niños, que salen de una alcantarilla, tienen un bote de pega en sus manos, la mirada vidriosa y el caminar errante los señala, mientras la vendedora de papas fritas lava su producto, poco le importa el trajín de la gente.

Son esos niños endrogados, errantes, sin futuro, con la mirada perdida  el reflejo de cada salvadoreño; siempre endrogados, siempre queriendo ser lo que nunca seremos, seres de paz. Sádicos por historia. Sádicos por genética.

*Médico salvadoreño

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