Oda a los Mayores

Soy un hombre mayor sin embargo hay muchísimas personas a las que amo y que no pude, puedo ni podré despedirlas.

Por: Francisco Parada Walsh*

Pensé que en la Semana Santa podía hacer mi personal vía crucis y empezar a visitar las casas de mis pocos amigos, de mi familia de sangre y de mi familia de amor; convivir gratos momentos y entender que tal vez sea la última vez que los vea o ellos a mí, no lo sé; no creo poder cumplir ese sueño, es el único sueño que tengo donde todo es amor, sé que en esas conversaciones o silencios nos estaremos diciendo cuánto nos amamos y sé, que no volveremos a vernos ni en la tierra ni en otro lugar.

Recientemente falleció la madre de un amigazo y quedé con ese dolor enclavado en mi pecho donde la flecha de un viejo cupido  solo me hizo sangrar más, no pude ir a visitar a Doña Mirna; su hogar fue mi hogar, sus alegrías fueron mis alegrías y aun, sus secretos fueron mis secretos, no sé qué pasa que a veces tenemos más confianza con otras personas que con nuestra familia y ese fue el caso de Doña Mirna, fue  mi paciente, madre de dos exitosos y talentosos médicos; mi amigo que recién hace dos años  me ofreció su casa, la llave de su casa, carro, cerveza, vino y lo que fuera y aún no he podido ir a visitarlo y cuando supe la muerte de su madre, conversamos sin que hubiese dolor, más que como que fue ayer que dejamos de vernos pero eso me duele, era su madre una de las personas que tengo en la lista de “Oda a los Mayores”; luego vienen mis amigos terrenales que debo visitar, ese viaje es al infierno, todos somos diablos y debemos como tal, ir a donde está el mal, si, a ver bailar a nuestras diablotas, ir a algún lugar exótico y zamparnos el guaro que corresponde, disfrutar de ricas bocas; hay un lugar al que llamo “La Catedral”, es una cervecería donde empecé a hacer mis pininos, bocas de patas de cerdo empanizadas, sesos bañados en salsa de tomate y cómo los adoro sin ser Hanibbal Lecter, ceviches y tantas delicias más; luego ya recuperado de esas noches o días de farra, hacer una estación donde mi hermana mayor, mi querida hermana Beatriz, la “Ticha”, y abrazarnos y saber que quizá ya no nos volvamos a ver; ir donde mi hermana Guadalupe y conversar por horas y horas con ella y mi cuñado Francisco, y nuevamente abrazarnos como si fuera la despedida final; luego que mi bitácora sea visitar a mis ex suegros, almorzar ese delicioso pescado envuelto en huevo, aquel sabroso caldo lleno de garbanzos y amor, el arroz blanco y sin faltar el vino que en vano limpia mis venas y nuevamente despedirme, abrazarlos como si nunca más los volveré a ver y empezar a subir a mi montaña, sabedor que nada me hará bajar, nada.

Reflexiono que así debería ser cada vez que vemos a quien sea, no pensar en un mañana sino en que tal vez nunca se dé. Los abrazos fuertes y largos, él te quiero, él “los quiero”, él “gracias por todo” deben ser palabras de rigor y si debo llorar lo haré pero no me gustan los velorios donde se reúnen los cobardes e hipócritas que, no pudieron decir cuán importante era esa persona, por eso no soy ni de entierros ni velas, prefiero elevar una plegaria personal;  si debo llorar lo haré en mi soledad y quizá debe ser imperativo hacer ese vía crucis pero no la tengo fácil, pero falta un par de semanas y quizá reúna el dinero que se necesita en un país tan pobre con el costo de la vida de un país de primer mundo.

Es en vida donde se hacen las pases, eso de que hay un cielo esperando por mí no lo creo, no necesito analgésicos para el alma sino amores de verdad.

*Médico salvadoreño

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