Una Beatificación Insípida

No hay duda que cada día, el mal vence al bien; quizá no sé qué es el mal ni qué es el bien sin embargo, que un país tan particular y malvado como El Salvador tenga a un santo y a Rutilio “El Grande” caminando esa cuesta hacia la santificación y ya a nadie sorprenda,  alegre, entristezca, irrite o alborote, solo habla por nuestra indolencia y frialdad a lo que, en apariencia rige nuestra vida como son las fuerzas divinas.

Por: Francisco Parada Walsh*

Cualquier país del mundo hubiese celebrado con enorme júbilo que un hijo de la patria se acerque a Dios pero aquí no, no pasamos de cánticos, vigilias que más parecen lunadas en la playa, aplausos y todo es apenas, un rosario de ritos externos a más no poder; católicos divididos en contra de su beato, sin conocer la historia que fue el beato quien acarició el corazón de un Romero, por momentos agreste, lejano a su comunidad; debieron ser las masacres de campesinos en Santiago de María que empezaron a ablandar el corazón del ahora San Romero y mientras el país se despedazaba, estos hombres dieron voz a un pueblo mudo; donde “vos, aquel y yo” nunca hemos importado y no vamos a importar.

Recuerden que los asesinos de San Romero, pertenecen a esa oligarquía, que, ante el ruido que produce la verdad, prefirieron el sonido de un disparo calibre 22 que, amar el evangelio. Un país, que ve en un presidente a una especie de mesías y se aleja de la verdad, no merece algo bueno. Merece lo que tenemos.

Dar la espalda y preferir vivir desde la llanura una celebración que cargada de amor y de fe, no puede ser como el agua, inodora porque ni a incienso huele no digamos al fuego de un roble que caliente el alma de un El Salvador del Mundo, que, cada día lo veo más famélico, solitario, aburrido y pensativo; da la impresión que, ante el franco retiro del que fuese el feligrés, prefiere agarrar sus tiliches e irse en ese éxodo a otra tierra; una celebración incolora donde el rojo sangre  venció al azul y blanco y no nos pongamos patriotas que es lo menos que soy, no tenemos un color que nos identifique, ese color fucsia púrpura, queda relegado para Fabio y su yo; una fecha inolvidable por insípida, más parece que la sangre y el cuerpo de cristo representado en un sopón suculento cargado de los más sabrosos valores, apenas llega a un caldo chirle, donde, que aquel, haga lo que yo debo hacer.

No entiendo a mi país, aun, con iglesias y capillas a lo largo y ancho del territorio, no vemos más que a un árbol y ese hermoso bosque lo evitamos; esos abedules son San Romero y el beato Rutilio “El Grande”, un país incapaz de dar su vida por un evangelio no merece ser país. Quizá los nuevos curas sin sotanas son todos los jóvenes que, sin haber cursado altos estudios teologales, dan la vida y desaparecen, esos son “Los nuevos curas”, mientras, el silencio atronador de una jerarquía católica asusta, no hay temple, no hay ejemplo sino que tenemos a una cúpula que como la gelatina, tiembla y se acomoda al molde que se le ponga.

Tristes días esperan a esta tierra; así como el “Mágico” será uno en mil años, así serán San Romero y el beato Rutilio “El Grande”; somos un experimento mundial, a nadie le importamos y aun, ni como sociedad nos importamos y eso es gravísimo; tenemos tótem de dioses, corazones de piedra pómez, sin peso, sin miedo a la nada, porque si negamos que hubo guerra civil, San Romero vive, no fue asesinado;  Rutilio está en un asilo; todo fue un exabrupto de la invención. No hubo guerra. No hay santos ni beatos.

No hay desaparecidos. Las drogas me causan demasiado daño. Sé que la depresión me afecta profundamente, y todo es al revés. País de Fosas, País de tumbas donde el dolor se esconde en una sencilla habitación, se reparte entre el padre y la madre, ya no hay nada qué hacer, un país que calla, que mata a su gente debe desaparecer.

Me dijeron que era católico, nadie me preguntó si aceptaba tal denominación, ahora, que busco al rebaño, no lo veo, apenas unos cuantos perdidos, poco a poco la ausencia de la fe nos derrotó y dimos paso a los ídolos como era antes, tótem sin almas y perdimos esa magia de creer en algo, ya que en nosotros no creemos.

Recuerdo cuando era un feligrés adicto, llego a la iglesia  Cristo Redentor, punto de reunión de la raza del presidente, y de repente aparece un sacerdote de nombre Jaime Paredes ¡Qué homilías! ¡Qué poemas! Entonces decidí grabar todas las misas y pasarlas a “Word”, eso me ayudó muchísimo para conocer la realidad de este país, la crudeza de la guerra y el papel jugado por una iglesia cojonuda; recuerdo cuando el sacerdote comentaba que en vez de dar misa, prefería ir a tomar fotos a una quijada, a un cráneo que apareció de repente, lo hacía con la esperanza de que algún día, si, algún día quizá ese hueso fuera armado en un mapa llamado humanidad; fue el quien creó en Tonacatepque que todos los agricultores ofrendaran el diezmo de su cosecha para el comedor de ancianos, y así, instituyó el amor y así es recordado.

Poco a poco la iglesia Cristo Redentor fue quedando vacía, en misa de siete de la mañana no pasábamos la veinticinco personas y cada mes, éramos menos; tuve el enorme privilegio de que cada 24 de marzo, leía la primera lectura, aun, hubo rivalidades por un afán de protagonismo en quien entonaba mejor ¡Tan bajeros somos! ¡Demasiado! No soy un santo, pero ofrezco profundo respeto por lo que leo, aun, respeto todas las creencias religiosas y por ende, si leo frente a un auditorio, debo por lo menos entender, y sobre todo sentir lo que leo, como sucede en este momento, que siento lo que escribo.

La iglesia vacía, el grupo palestino se fue marchando donde la verdad fuera mentira, donde la crítica fuera sutil, donde el rico puede tirarle una cora al pobre con todo el desprecio del mundo y nadie se ofende, donde juntando lo recolectado por la iglesia Corazón de María, Cristo Redentor y la iglesia de la colonia Roma, no se reúne ni por cerca, el diezmo que la iglesia de la colonia Santa Lucia reúne ¡Vergüenza! Pero esa es mi patria, y valoro como pocas cosas, la crudeza de esas homilías y que sirva Aminta y Carlitos como mis fieles testigos de lo que escribo.

*Médico salvadoreño

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