Siguiendo con los cuentos de la pandemia. Los peros de la mentada mascarilla

Por: Miguel Ángel Chinchilla/

Quesiesque hoy día una sale al súper por pura necesidad, con mascarilla como bandida y si es posible con guantes como cirujana. En mi caso que no tengo marido una se arregla bonita a ver si encuentra alguna victima (hombre digo) que quiera ayudar con los gastos y de paso acostarse en tu cama pero no para dormir sino a otra cosa.

En la actualidad con esto de la peste toda la gente anda con mascarilla o tapaboca, y solo se miran los ojos, con el misterio a flor de velo como las famosas esclavas otomanas conocidas como odaliscas.

Un día de estos empujando mi carretilla en medio de las góndolas del súper, escandalizada por los precios elevados en todos los productos de la canasta básica especialmente de los huevos, por accidente chocamos espalda con espalda con un caballero maduro que andaba comprando solo, poseedor el hombre de unos ojos expresivos y tan lindos que desde el primer momento me cautivaron. El señor muy educado se disculpó conmigo, pero bien noté que su mirada me recorrió desde las sandalias hasta el cuello, lo que me hizo estremecer y ruborizar, de lo cual creo que él no se percató por la mentada mordaza que cubría la mitad de mi rostro. Algo comentamos sobre los precios exagerados de los productos y luego cada uno prosiguió con sus compras.

Ya afuera del súper volví a encontrarme con aquel hombre de los ojos lindos y expresivos, que muy amable ofreció llevarme a casa con mis comprados, pero yo le dije que no se molestara ya que había llamado un Uber que llegaría dentro de unos minutos. De todos modos, acoté con ganas de averiguar, no quiero ponerlo en problemas con su esposa, ante lo que sonriendo confesó ser viudo y que solamente vivía con su mamá que ya estaba anciana y una hija que era médica y por la emergencia estaba de turno.

Por alguna razón entonces, el hombre tuvo que quitarse la mascarilla por algo que le molestaba, y fue cuando sentí la estocada de halitosis que emanaba de su boca, aparte de que era chimuelo y tenía una llaga en la comisura como herpes. Menos mal que en aquel momento llegaba mi Uber y apenas despidiéndome me introduje al carro casi a la carrera. En el camino me fui imaginando por morbo cómo sería un beso con aquel hombre de los ojos lindos y expresivos pero de aliento apestoso, y me reí de mi misma, menos mal que el chofer, un joven de apariencia atractiva no se dio cuenta de seguro por el tapaboca. Con la lengua me toqué la corona de oro que tengo en el incisivo superior. Sentí entonces ganas de tirarme un ventoso pero me aguanté hasta llegar a casa. Ah cosas.

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