Leonardo Da Vinci, una mente brillante

El más reciente libro del biógrafo Walter Isaacson lo describe como el genio más creativo de la humanidad. Este escritor explica por qué no ha existido otro genio como Da Vinci y que las grandes mentes de la historia tienen algo en común: la curiosidad.

A lo largo de la historia, la humanidad ha engendrado mentes brillantes de todo tipo: Isaac Newton, Benjamin Franklin, Albert Einstein, Amadeus Mozart e incluso William Shakespeare. Esos genios han florecido y trascendido en el tiempo en todos los aspectos intelectuales posibles: ciencias, artes plásticas, música, política, literatura, arquitectura y baile.

Pero ninguno ha logrado abarcar tantos conocimientos como Da Vinci. Un hombre que además de pintar, estudiaba las estrellas, investigaba la naturaleza e inventaba objetos sorprendentes.

Era cien hombres en uno. Así lo describe el biógrafo de genios Walter Isaacson en su nuevo libro. Un relato íntimo y emocionante que recoge las mil caras del florentino y devela cómo, a partir de la curiosidad, este se obligó a convertirse en un gran observador e ingeniero del mundo que lo rodeaba.

Quizá lo más revelador de la investigación de Isaacson es que se requiere más que inteligencia para ser un genio. Para él, las personas inteligentes “son una moneda de diez pesos” y con ello quiere decir que realmente la capacidad creativa y la imaginación hacen a un genio. Esto lo comprobó al analizar los cuadernos personales de Da Vinci. Mediante el estudio cronológico y a profundidad de su método creativo, Isaacson descubre que no precisamente su inteligencia llevó a este gigante del Renacimiento a convertirse en una de las mentes más brillantes. En realidad, lo hicieron su curiosidad obsesiva y su capacidad de controvertir las reglas y aplicar la imaginación a casi cualquier campo de la vida.
“Creo que Da Vinci fue el genio más creativo de todos los tiempos. Principalmente, porque fue curioso sobre todo y amaba cualquier tipo de temas. Quería saberlo todo sobre la creación, incluida la forma en la que encajamos en el mundo. Eso le permitió ver patrones en la naturaleza. Estudió los remolinos de aire, agua y cabello, y supo conectar los patrones de la ciencia y las matemáticas con su belleza”, según el autor estadounidense.

Además de la curiosidad, los genios como Da Vinci tienen una gran capacidad de hacer conexiones entre distintas disciplinas -artes, ciencias, humanidades y tecnología-, lo cual “es la clave de la innovación, la imaginación y el genio”, asegura el periodista.

Isaacson describe al gigante del Renacimiento como un hombre gay, vegetariano, zurdo, fácilmente distraído y en ocasiones herético. Para nadie es un secreto, por ejemplo, que robó cadáveres y los estudió luego para saciar su profunda curiosidad por el funcionamiento del cuerpo humano. Esas observaciones luego resultaron en una serie de dibujos muy útiles para el estudio de la anatomía y le ayudaron a perfeccionar su pintura. Da Vinci también era un excelente músico: tocaba con virtuosismo al menos diez instrumentos, y en el campo de la ingeniería, buscó con obsesión inventar una máquina voladora. Ese amor por la ciencia y la tendencia a aplicar el método científico para observar el mundo hicieron de Da Vinci, según Isaacson, un gran artista y un gran genio.

En un reciente artículo de la revista Time, Isaacson asevera que este patrón se repite una y otra vez en la historia de los grandes genios sin importar la fecha y el lugar. Casos como el de Albert Einstein y Steve Jobs lo demuestran.

Einstein, por ejemplo, tardó cuatro años en comenzar a hablar y su familia llegó a pensar que era un “retrasado”. Además, albergaba una profunda rebeldía que lo llevó a convertirse en el peor estudiante de su clase. Pero según Isaacson, estas dificultades garantizaron su éxito: su testarudez lo llevó a cuestionarse lo que sucedía a su alrededor -sobre todo la sabiduría que recibía- y su dificultad para hablar sembró en él múltiples preguntas sobre el tiempo y el espacio, que lo llevaron a desarrollar, años después, su teoría sobre la relatividad especial.

Isaacson sustenta su hipótesis también en la historia de Benjamin Franklin, al que “le faltaba el poder de pensamiento analítico de un Hamilton y la profundidad filosófica de un Madison”; pero aun así, “se enseñó a sí mismo a convertirse en un gran inventor, diplomático, científico, escritor y estratega de negocios de la ilustración estadounidense”, argumenta Isaacson.

Sobre el caso de Steve Jobs, a quien Isaacson siguió muy de cerca, le impresionó su sensibilidad por la belleza. En su libro describe cómo antes de encontrar la inspiración, el genio de la tecnología se inscribió en clases de danza y caligrafía, y tiempo después, viajó a buscar su espiritualidad a India. De hecho, el propio escritor presenció cómo el gigante de Apple no podía contener las lágrimas al leer una hermosa carta que le había escrito a su esposa.

Pero no solo era sensible. Aunque nunca fue un genio interdisciplinario como Da Vinci, Isaacson cuenta que Jobs siempre estuvo obsesionado por conectar el arte, las humanidades y la ciencia, lo que lo llevó a convertirse en uno de los grandes innovadores en el campo de la tecnología. “Para ser un gran genio, creo que debes saber conectar el arte con la ciencia. Tienes que conectar las humanidades con la ingeniería. No deberías ser demasiado especializado [como ocurre en la actualidad]. Steve Jobs fue así, por lo que Leonardo da Vinci siempre fue su héroe”, cuenta el periodista.

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