El clamor de un Santo

Por: René Mauricio Mejía

Hace 39 años, Monseñor Romero, durante la homilía de la misa del domingo 23 de marzo, sin que le temblara la voz hizo el siguiente llamado: “Yo quisiera hacer un llamamiento muy especial a los hombres del Ejército, y en concreto a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles: Hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos y, ante una orden de matar que dé un hombre, debe de prevalecer la ley de Dios que dice: ‘No matar’. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el Gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡cese la represión!”.

La soberbia y la maldad de quienes daban las ordenes de matar no resistió la fuerza, la bondad y humanidad de este llamado y respondieron con odio a la fe y al siguiente día, el lunes 24 de marzo de 1980, mientras Monseñor Romero oficiaba la palabra de Dios, en la Capilla del Hospital Divina Providencia, lo martirizaron y su sangre derramada en el atrio de aquel santuario, se sumó a la de miles de salvadoreños que abonarían un doloroso calvario de 12 años de conflicto armado, que se habría evitado sí el llamado del profeta que clamaba por el cese de la represión se hubiese atendido.

Ahora el sacrificio y martirio de Monseñor, sus enseñanzas, su labor pastoral vinculada a una Iglesia comprometida con los pobres, son un faro que ilumina no sólo el sendero para alcanzar la paz del pueblo salvadoreño, sino de muchos pueblos en el mundo que desde su muerte vieron en el humilde pastor, a un Santo que intercede ante la providencia que ésta llene nuestras mentes y corazones y encontremos el camino de la reconciliación.

En el mundo, son millares de feligreses no sólo católicos, sino también de otros credos religiosos que conmemoran el sacrificio y martirio de Monseñor exaltando su amor a la humanidad. En El Salvador ahora la Asamblea Legislativa dominada por el partido ARENA fundado por Roberto d’Aubuisson, el responsable de su martirio, se une al reconocimiento del salvadoreño que le dio voz a los sin voz y que por su opción preferencial por los pobres, fue sacrificado para volver eterno su clamor por que la paz duradera y la justicia social sean muy naturales en nuestra querida patria.

 

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