La cárcel

(Por: Francisco Parada Walsh)

Todo sucedió tan rápido, tan vertiginoso. En segundos un viaje de placer se convirtió en un viaje de dolor. En minutos el ego de su miserable alma fue borrado por golpes, insultos y patadas.

Como tiraban a los cristianos en un circo romano así lanzaron a Jorge a la cama de un pick up, no es un gladiador que luchará contra otro gladiador y alguna posibilidad de vivir tendrá, no; luego fue lanzado a una celda que rebalsaba de pandilleros, por cosas del destino fueron estos los que lo protegieron de sus captores, fue en los «Grupos terroristas» donde encontró esa solidaridad que siempre soñó.

El jefe de la pandilla le mandó a lavarse la cara para retirar la sangre; en esos segundos otro pandillero conminó a Jorge a entregar sus chancletas de cuero, no pudo negarse.

Mientras acomodaba su adolorido cuerpo en el suelo se dio cuenta que no tenía nada en sus bolsillos, mucho menos tenía dignidad.
Todo quedó afuera, en alguna gaveta de un desvencijado escritorio guardaron su billetera, cincho y teléfono.

En esa miserable soledad reparó que lo que un día fueron amigos ya no quieren saber nada de él. Apenas entraba un rayo de luz por las herrumbrosas láminas que servían de techo; hubo un momento que no sabía si era de noche, si era de día.

Recuerda que intentó hacer una llamada y el amigo ya no contestó, poco a poco su mente fue aclarándose, entendió que en la agenda de teléfonos el contacto más importante empieza con «D», Dios y nadie más. Aún en sus resabios de soberbia intentó pactar con Dios: «Si me sacas de aquí en 24 horas te alabaré», por suerte recapacito y cambió el pacto: «QUE SE HAGA TÚ VOLUNTAD».

La familia de Jorge llevó comida rápida que distribuyó entre los 19 pandilleros y 11 reos aparentemente comunes, comida rápida que se comieron rápidamente, un cardumen de pirañas no se les compara; el ataque a la comida fue brutal, certero, mortal.

El calor era insoportable, llegó la noche y los códigos de las pandillas aparecen. Todos guardan silencio. El jefe de la pandilla le dijo a Jorge que durmiera a la par de él para que nadie lo molestara, la diferencia entre el jefe de la pandilla es que dormirá sobre los cartones de las pizzas, esa es una cama de lujo, una «box spring» en una bartolina.

Mientras caía la noche el jefe de la pandilla dijo en voz alta: ¿A quién nos vamos a coger?, todos los presos guardaron silencio. Sólo fueron palabras. La noche en una bartolina es una locura, todos se acomodan en su invisible cama, no hay chance de dormir de lado; despertar a otro reo es un problema.

Amanece y llega el conteo de reos, el policía lee el nombre y el reo contesta: «Aquí», «Presente» o sólo levanta la mano. No hay desayuno, no hay café humeante; sólo hay dolor, confusión, vergüenza, ira y frustración.

A media mañana llegó un policía y dice el nombre de Jorge, éste se apresta a subirse a una patrulla esposado de un joven de 17 años, a Jorge lo llevan a Medicina Legal para el reconocimiento de ley por los golpes recibidos por el personal policial, el viaje inicia mientras los agentes acusan al joven de 17 años, para ellos es diversión, el adolescente está quebrado, llora, por su lenguaje corporal parece decir la verdad.; Jorge entró a una pequeña oficina donde un médico le dice:« Cierre bien la puerta que estos cuilios se ponen a oír».

Tanto Jorge como el joven regresan a celdas diferentes.

Es mediodía, el calor es insoportable, Jorge se cubre los ojos con una toalla ajena; de repente siente un golpe cuando le lanzan una camiseta, al abrir los ojos e incorporarse lo que tiene frente a sus ojos es una tortilla con queso ofrecida por el segundo al mando de la pandilla.

Jorge entendió por qué viven y mueren por el barrio, es esa maldita solidaridad inexistente en el mundo de Jorge. Por la tarde llega la familia de Jorge a visitarlo, un policía le permite salir a tomar aire; mientras platica con su familia llega un hombre flaco, narizón y grita: Jorge Francisco Parada Walsh, inmediatamente le dije: « Soy yo», el hombre flaco le dice: «Firme acá, está libre».

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