“Estudiar a los asesores”

Manuel Alcántara*

La Ciencia Política tal y como hoy la conocemos es una disciplina relativamente reciente. Su institucionalización se produce a lo largo del siglo XX moviéndose entre los avatares que jalonaron este siglo como la democracia representativa de masas, el desarrollo de los partidos políticos, el surgimiento en consolidación de los estados del bienestar, la quiebra de las democracias, las revoluciones populares, los procesos de transición y de consolidación de la democracia. Todos ellos constituyeron un rico índice de asuntos que nutrieron programas de investigación en los que no faltaron diferentes aproximaciones metodológicas al alimón con lo que sucedía en otras disciplinas próximas en el ámbito de las ciencias sociales. Así, la revolución conductista, la teoría de sistemas, la elección racional, la teoría de la cultura política, el neoinstitucionalismo y la introducción de diseños experimentales fueron hitos metodológicos que se sucedieron al albur de la propia expansión del mundo universitario que ampliaba su oferta de títulos para acoger a un estudiantado que llenaba cada vez más las aulas de educación superior.

El estudio de las instituciones y su capacidad de modelar el comportamiento de los actores tuvo un lugar central en la edad de oro de la disciplina que se afianzó hace medio siglo desgajándose definitivamente del Derecho y , en menor medida, de la Sociología. Los trabajos en el seno de la teoría siguieron la senda procedente de la tradición filosófica, mientras que se afianzaron los relativos a las políticas públicas buscando un campo diferente del de la Economía. Otras líneas retomaron viejas avenidas como las relativas al estudio de las elites y algunas se aventuraron por caminos nuevos como las relativas a la comunicación política o la neuropolítica. Muy recientemente también se abordó el terreno de las nuevas tecnologías y de la inteligencia artificial de manera que en el congreso de APSA 2021 se presentaron 80 ponencias sobre Tweeter y 55 sobre Facebook, le siguieron 12 sobre WhatsApp, 10 sobre Instagram, 6 sobre YouTube, 8 sobre Reddit y 3 sobre TikTok.

Sin embargo, hay todavía nuevos retos que no son atendidos en la medida de su relevancia. Aunque no es de ahora el incremento de la presencia en la arena política de candidaturas de personajes que se autodefinen como independientes, parece evidente que se número ha aumentado notablemente en los últimos tiempos. La crisis de los partidos en el seno de lo que Peter Mair denominó de banalización de la democracia, el individualismo rampante, los incentivos de ciertos diseños institucionales como es el presidencialismo, incentivan una forma de hacer política basada en estas figuras a las que, invariablemente, acompañan una variopinta gama de empresas consultoras. Este relativamente nuevo ámbito se analiza poco y no hay un seguimiento sistemático de su andadura, así como de su capacidad de introducir modas, relatos e incluso nuevos paradigmas. Esta situación se ve reforzada en términos de lo que señalan los estudios sobre comportamiento electoral en la medida en que el votante mediano tiende hoy a emitir su voto por razones emocionales o muy personales en las que su adscripción a diferentes burbujas puede ser determinante y no desde la fría racionalidad, la pertenencia o la identidad ya que esta se ha diluido enormemente y además resulta cada vez más inestable. Ello requiere de nuevas formas de aproximación desde la oferta que viene envuelta en toda campaña electoral.

Jaime Durán Barba es uno de los consultores políticos más conocidos en América Latina. De origen ecuatoriano, aunque ha actuado profesionalmente en distintos países de la región, Argentina ha sido el centro de su atención en los últimos tiempos. Además de ser profesor universitario es también un habitual columnista en diferentes medios. En uno de ellos recientemente afirmó con un evidente tono provocador que “entre los consultores y los cientistas políticos existe la misma distancia que entre los confesores y los psicólogos. Los religiosos teorizan sobre el sexo y el pecado, tratan de que sus clientes no se vayan al infierno. Los psicólogos no son tan trascendentes, pretenden que las personas con las que trabajan tengan una vida mejor en esta tierra. Los cientistas políticos elaboran ideologías, trabajan en el deber ser, defienden lo que sería bueno para la humanidad y combaten el mal. Los consultores solo tratan de comprender a seres humanos concretos, para que los líderes puedan comunicarse con ellos, para ganar elecciones o lograr gobernabilidad”* .

Esta visión, lejos de ser ofensiva en mi opinión representa un reto que tiene la ciencia política y que requiere darle la vuelta en un sentido doble. Por un lado, en el reconocimiento del hecho de que la política de lo subjetivo, del relato y de las emociones ha llegado para quedarse, ¿se fue alguna vez? Se sabe de sobra que nadie muere por el conocimiento, pero sí por sus creencias y que estas se pueden sostener denodadamente contra las evidencias. El componente emocional de la resistencia al cambio es algo siempre presente, aunque muy difícil de medir y, por consiguiente, de evaluar. Y que sobre todo ello una narrativa bien construida desquicia a muchos planteamientos basados en soportes de naturaleza histórica, análisis racionales o supuestos vinculados con el devenir de las instituciones.

Pero, lo que me parece más relevante es lo segundo: hay que incorporar en la agenda de investigación de la ciencia política el seguimiento sistemático de estas empresas dedicadas a la asesoría y consultoría política y de las personas que las integran. Saber cuáles son sus estrategias, sus redes de clientes, el acomodo de su oferta a la demanda de cada caso. En fin, mapear el soporte curricular de sus integrantes y, eventualmente, sus conexiones con el mundo de los negocios o de patrones internacionales. En este campo, la disciplina tiene una tarea importante que hacer para señalar que el consultor, como el rey, está desnudo y que su carácter benéfico esconde intereses espurios que hay que desvelar.

*Catedrático de Ciencia Política de la Universidad de Salamanca.

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