Mi amigo, el Psiquiatra

El mundo está plagado de seres perfectos, inmaculados, bellísimos, perfumados; las aceras abandonadas y solitarias son transitadas por los locos como yo; todos se apartan, nadie quiere toparse con un loco, nadie.

Por: Francisco Parada Walsh*

Así transcurría mi vida, desde joven adolecí de locura, siempre apartado, siempre en mi mundo, siempre un paso adelante, siempre estudiando, el deporte como pilar de mi vida, especialmente la natación donde ahogaba mis penas en toneladas de agua aunque hubiera preferido barriles de cerveza.

Llegué a la universidad, no sabía que dentro de un pensum de materias monótonas, que aun, no sé para qué sirven, había una clase de magia, alquimia o qué sé yo, era la clase de psiquiatría. Al principio todos los exámenes eran de conocimientos teóricos, no recuerdo mis notas pero sé, que siempre obtenía  buenas calificaciones, sería una locura que una de las materias que más me apasionaban no la estudiara.

Mi Amigo, el psiquiatra, el Doctor y Maestro Ulises Gutiérrez se colocaba unas gafas oscuras mientras nos observaba o dormía, aun no lo sé mientras realizábamos el examen parcial. Llegó la hora de visitar el Hospital Psiquiátrico nacional, quizá en ese mundo y tras esas paredes realmente estén los cuerdos, los amantes que arden de verdad, los artistas, los sinceros, los auténticos y no ese remedo de sociedad donde ni sabemos quiénes somos ni hacia dónde vamos, solo somos elefantes amarrados por el moco, todos mansos, todos cautivos, todos sumisos y quizá en esa larga fila cantamos: “Un elefante se balanceaba sobre la tela de una araña y como vio que resistía fue a llamar a otro elefante, dos elefantes se balanceaban sobre la tela de una araña y como vieron que resistía fueron a llamar al gabinete, tres elefantes se balanceaban sobre la tela de una araña” y así, sucesivamente.

Una vez dentro del hospital psiquiátrico se debe estar preparado que no se verán cuerpos sino mentes poderosas, creativas, únicas. Recuerdo que mi Amigo el psiquiatra, llevaba a un paciente, lo sentaba en el centro del grupo y debíamos intentar siquiera averiguar su nombre, su edad, fecha de ingreso y casi siempre las personas que adolecen de una enfermedad mental tienen áreas particulares de la mente totalmente desarrolladas, en mi caso es la escritura, otros creen ser pilotos, presidentes, ministros y más y ese sábado, el paciente era un hombre que rondaba los treinta años, él, aparentaba ser un músico, nosotros aparentábamos ser estudiantes pero éramos invisibles, mientras él, ese cuerdo paciente preparaba guitarras, baterías, amplificador y otros; debía cada estudiante intentar, siquiera intentar preguntarle y tratar de obtener alguna respuesta de parte del paciente-músico; la inseguridad en el grupo de estudiantes era notoria, preguntas timoratas, el paciente las ignoraba completamenteMi Amigo, el psiquiatra ponía de nota cero o diez, no habían medias tintas y ahora entiendo, o se está loco de remate o somos de la sociedad o somos excelentes profesionales o nos merecemos el castigo y fuego del infierno por la eternidad: nadie de mis compañeros le atinaba, a mí, me picaban las patas por que llegara mi turno, sabía qué debía hacer, una vez Mi Amigo, el psiquiatra me dijo: “Jorge, pasa” me senté junto al paciente, al final no sabía si el paciente era yo o el joven al que creemos “el enfermo”, quizá deba aclarar que él era sincero, yo, era mentiroso, una gabacha me hacía creer que era normal que el futuro sería mío, que aun, debía ocultar mis temores, frustraciones, traumas, inseguridades.

Llegó mi turno, me hice pasar por músico, le dije al paciente que cuál canción tocaríamos, le pregunté si una de Los Mustang o de Los Vikings, él, aceptó una de Los Vikings, empezamos a preparar las guitarras y fue mi oportunidad para preguntar su nombre, su edad, de donde era originario; fueron apenas minutos, me metí en su personaje, no me fue difícil, al contrario, fue uno de los momentos más hermosos que recuerdo de la psiquiatría.

Mi Amigo, el psiquiatra, me felicitó efusivamente. El tiempo pasó. Mi madre, mi luz  enfermó; ante esa confusión en mi vida, dejé de ser un cayuco o un imponente crucero que no podía ver en la oscuridad de la enfermedad, me hacía falta el faro que guió mi vida y debí visitar a Mi Amigo, el psiquiatra, ¡Al fin era cuerdo! después de meses de  agradables y dolorosas conversaciones el estado de salud de mi luz empeoraba, cada día era una pesadilla y llega la ocasión que cambió mi vida, mi madre cada día perdía las fuerzas, como ese caballo blanco de José Alfredo, poco a poco el deterioro era notorio y me dice Mi Amigo, el psiquiatra: “Jorge, tu madre no va a sobrevivir, ya lleva casi cinco meses ingresada y día a día se deteriora, dile, dile al oído que deje de luchar, que eres un hombre de bien, que estás por terminar tu carrera, que ya no luche”, no fue fácil aceptar esas palabras, un consejo durísimo para mí, que ciego por el amor de mi Rosa, no lo concebía pero debía hacer algo; me armé de valor, durante la visita que realizaba todos los días a ver a mi madre le susurré al oído que ya no luchara, mi nudo en la garganta era un nudo marinero, no quería quebrarme y llorar sino que aparentar seguridad y fortaleza, cualidades lejanas a mi persona y de a poco le hice ver a mi madre que ya no luchara, que en el Cielo estaban mis hermanitos Danielita y Ricardito esperándola, que yo era una persona de bien (Mentiras) y que todo estaría bien, el rostro de mi Orquídea solo mostró severidad, no le gustó a mi madre esas palabras, lo entendí con solo una mirada.

A los pocos días falleció. Gracias a Mi amigo, el psiquiatra, aprendí que en la muerte debe haber dignidad y ningún egoísmo, en ese momento no pensaba en mi madre sino solo en mí y con los años entiendo que la muerte con dignidad es inherente al ser humano. Recientemente un colega amigo me envía un audio ¡Que alegría! Era Mi Amigo, el psiquiatra quien me dice lo siguiente: Hola, maestro, ¿Cómo estás?  Seguí haciendo cosas buenas en Chalate; me cuenta Jule que estas bien ahí. El mensaje que te di en esa ocasión sigue vigente para cualquier persona en esa situación”.

Todo fue hermoso, agradezco a mi Amigo, al psiquiatra y especialmente a Ulises las lecciones de vida que me enseñó, no aprendí a usar terminología psiquiátrica sino que me enseñó a amar, a respetar, a decir la verdad. Esos son los verdaderos Maestros de la Vida. Gracias Mi Amigo, gracias Psiquiatra de la vida, del amor, del dolor, de mi cariño. Amigo, le cuento que he aprendido otros trucos de magia.

*Médico salvadoreño

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