Habemus Papam, habemus bellum.

*¡HABEMUS PAPAM!

Por: TOÑO NERIO *
La sede vacante es el lapso que existe entre el momento en que se declarara la muerte del Papa y el día del inicio de la reunión -llamada Cónclave- en la que los cardenales facultados para elegir a su sucesor votan hasta que se consigue la mayoría de los votos requerida.
La sede vacante de vacante -o sea, el lapso previo al Cónclave- dura entre quince y veinte días porque ese es el tiempo considerado prudencial necesario para que los Cardenales facultados lleguen hasta el sitio de la reunión.
Una vez que están reunidos en la Capilla Sixtina los electores, se les encierra “bajo siete llaves” y comienzan a deliberar, argumentar y votar. Si las votaciones no alcanzan para decidir, las papeletas se queman empapadas en una sustancia que provoca que el humo que sale por la chimenea sea negro. Así, hasta que un Cardenal consigue la mayoría legal. En ese caso las papeletas se queman con algo que produce humo blanco.
Los fieles, turistas, periodistas y mirones casuales saben entonces que ya hay un nuevo Papa. Es en ese momento cuando termina la espera que comenzó al saberse de la muerte del anterior.
Dicha la frase del título desde el balcón central del edificio llamado Capilla Sixtina del Vaticano, donde se realizó el congreso electivo, la multitud estalla jubilosa: periodistas, turistas, fieles o simples metiches ríen, lloran, chiflan y gritan pletóricos de la emoción contagiosa del momento.
Eso justamente es lo que vimos en estas últimas semanas.
Un espectáculo replicado millones de veces, un día tras otro, como cuando se disputa el mundial de fútbol o la justa olímpica.
Toda la gente estuvo pendiente, y preguntándose ¿quién crees que va a ganar?, y al ver salir humo blanco de la chimenea se preguntaban ¿quién ganó?, aunque solo fuera por pura curiosidad, solo por saber y aunque no les importe ni por qué ni para qué.
No les importa -realmente porque no se imaginan- la enorme trascendencia mundial, política e ideológica, de aquello que sucede en un minúsculo lugar llamado Vaticano.
Pero aun cuando desconozcan por completo el peso específico que ese hecho de la elección papal tiene en la guerra cultural que forma parte de la guerra híbrida en la que estamos inmersos, la verdad es que la decisión referida a quién es el Papa todo el tiempo ha sido importante para toda la humanidad desde el tiempo del imperio romano de occidente, bajo Constantino. Este emperador fue el primer gobernante que reconoció la importancia del poder papal y su nombre pasó a la historia ligado íntimamente al catolicismo “por haber promulgado en el año 313 el famoso Edicto de Milán, proclamando al cristianismo religión oficial de estado y concediendo a los cristianos la libertad de culto; además devolvió a la iglesia católica todos los bienes confiscados, a la vez otorgándoles nuevas donaciones”.
Pero, bueno, al salir la “fumata bianca” después de tres “fumatas neras”, en casi todo lugar del mundo las campanas repicaron alegres en lo alto de las iglesias.
La televisión entrevistaba a personas en los más diferentes idiomas y todos éramos capaces de entender a la perfección las frases que nos traducían los gestos, las lágrimas y las sonrisas.
Apenas unos días antes el ambiente era lúgubre, luctuoso, doliente. Pero en un abrir y cerrar de ojos, en un instante, una nube blanca asomó por la chimenea y un choque eléctrico inundó todas las almas del mundo.
Terminaba la espera que comenzó con la sede vacante y pronto la expectación ocupó el lugar de la tristeza: ¿quién habría sido el señalado por el dedo de Dios? ¿El Papa de un nuevo Pacto o el del Armagedon, el de la batalla final entre el bien y el mal?
En todo caso ¡el rey ha muerto, que viva el rey!
Documentos del Departamento de Estado de los Estados Unidos, basados en el Derecho Internacional, declaran que la Santa Sede “tiene el estatus de entidad jurídica soberana”. Mantiene relaciones formales con 184 países, entre ellos cuatro que son comunistas: China, Corea del Norte, Laos y Vietnam; y, además, con la Unión Europea y la Soberana Orden Militar de Malta.
Por cierto, la Santa Sede apenas estableció relaciones diplomáticas formales con los Estados Unidos apenad el 10 de enero de 1984, aunque para esa fecha ya había tenido un presidente católico, John Fitzgerald Kennedy, en 1961.
Pues bien , casi tres semanas después de la muerte del anterior jefe del Estado Vaticano se han conocido el nombre, la biografía y las tendencias del sucesor al mando del catolicismo. Todo mundo se puso a buscar noticias, a revolver hemerotecas, videotecas, a buscar entrevistas, artículos, releer tuits y retuits para saber si le gusta el ceviche y el ají de gallina o las hamburguesas y la coca cola.
La enorme expectativa que se mantuvo en el aire durante todas esas jornadas se ha disipado.
“Álea iacta est”, dice Suetonio que exclamó Julio César al cruzar el Rubicón con sus legiones y declarar con ello su rebeldía que hizo estallar la guerra civil que puso fin a la República e instauró el nuevo imperio.
Álea iacta est, los dados han sido echados, significa que a partir de aquí no hay retorno.
Las decisiones del Papa son palabra de Dios, literalmente. Su voz es la de un monarca que gobierna de manera unipersonal e inapelable, cuya única sala de apelación es la corte celestial. Y su gobierno tiene una jurisdicción mundial.
Por lo tanto, si su dedo pulgar apunta hacia arriba vive la vida, si es al contrario, prevalece la muerte.
Entonces, unos, los católicos conservadores, que estuvieron rezando para que el Espíritu Santo, soplara al oído de los cardenales electores el nombre de un hombre valiente, justo, digno de la representación divina en la Tierra, un Papa “bueno” que trajera un acial en la mano para darle azotes al “mal”, como lo hicieron en su momento Juan Pablo II (el cura Woytila, el feroz anticomunista polaco) o, peor, Benedicto XVI (el nazi aleman, Ratzinger).
Mientras que los otros, los “progres”, estaban rogándole a la misma persona de la Santísima Trinidad por un Papa moderno y progre, uno que fuera continuador de la modesta obra del muerto.
Todos ellos, tanto los católicos conservadores como los católicos modernizadores, tienen razón en desear lo que desean, desde sus puntos de vista ideológicos y, por esa precisa razón, lícitos, sinceros, y honestos.
Para todos esos expectantes, limpios de corazón, las casas de apuestas se pusieron a la orden para tomar sus dineros y ponerlos en la mesa del juego: ¿Pizzaballa, Zuppi, Parolin o Burke?
“Los que entran favoritos a la capilla del cónclave como favoritos salen cardenales después de las votaciones”, dicen las gentes avispadas, y no apuestan. El viejo dicho se ha cumplido nuevamente.
Mientras tanto, en todas partes del mundo, paralelamente, una frenética marejada de mensajes, visitas, ofertas, promesas y hasta amenazas, salían de las oficinas de los hombres dueños de los negocios más grandes, de los consorcios mundiales y de los gobiernos más poderosos, todos empujando, queriendo que salga elegido el más cercano a sus intereses y no a los del Espíritu Santo. ¡Ay de aquel que vote en contra!
Es que lo que estaba en juego sobre la mesa no es ninguna baba de perico: desde el trono de Pedro se dirige a una población de más de mil 406 millones de personas.
El sucesor del Príncipe de los Apóstoles es casi tan importante como Xi Jinping, que gobierna a mil 411 millones de chinos y un poco menos también que Narendra Modi, que gobierna a más de mil 464 millones de indios. Pero entre los tres en conjunto tienen influencia en las vidas de más de 4 mil 280 millones de personas, es decir, más de la mitad de la humanidad (ocho mil 156 millones de personas).
Si a las poblaciones de esos tres estados les agregamos las de
Brasil, Rusia, Sudáfrica, Egipto, Etiopía, Irán y los Emiratos Árabes Unidos, que pertenecen al grupo de países conocidos como “los BRICS+”, vemos fácilmente que el platillo del poder multipolar supera en peso al del poder unipolar que han ejercido el imperialismo estadounidense y sus socios anglo europeos y australianos.
Ahora, cuando la nube de humo blanco se ha disipado, conocemos el nombre Robert Francis Prevost Martinez como el del hombre elegido nuevo Papa, y que su nombre pontifical será de hoy en más Leon XIV, una luz de esperanza se enciende allá al final del túnel tenebroso del capitalismo bestial.
“A Dios rogando y con el mazo dando”, decían los ancianos de antes. Ellos, como Ali Primera, sabían bien que no basta rezar y que, por el contrario, hay que luchar para hacer realidad los milagros.
Dependerá, como siempre, de la lucha de los pueblos que sea una realidad la caída de este imperio y que en su sitio se alce un mundo de mayor libertad, justicia y verdad.
Sin embargo, tal como lo había previsto en un artículo anterior, ya estalló la guerra caliente… la India y Pakistán elevan la crisis. Lejos de amainar, las otras guerras se incrementan.
Habemus Papam, habemus bellum. (Tenemos al Papa, tenemos la guerra).

Si te gustó, compártelo

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.