Emergencia climática: Cuando el destino nos alcance

Por: Autora: Veruscka Cavallaro

Mi infancia estuvo marcada por el cine de ciencia ficción con tramas distópicas donde la humanidad —en el futuro para mí muy lejano— enfrentaba situaciones ambientales, demográficas, económicas y políticas en extremo sobrecogedoras.

Entre las que me impresionaron está Soylent Green (1973); una película dirigida por Richard Fleischer y adaptada por el guionista Stanley R. Greenberg, de la novela Make room! Make room! (1966) de Harry Harrison. El nombre que le dieron en castellano creo que fue lo más determinante: Cuando el destino nos alcance.

La historia transcurre en el año 2022, en la ciudad de Nueva York. Una ciudad habitada por 40 millones de seres humanos sin derechos civiles que, en su mayoría, no tienen un techo donde vivir y padecen las penurias de un limitadísimo cupo semanal de agua potable y comida.

Una calurosa y contaminada Nueva York con escasa gasolina, energía eléctrica y sin ningún esplendor; en donde, por supuesto, una minúscula élite tiene demasiadas comodidades.

En esa distopía el planeta se encuentra ya en medio de lo más agudo del efecto invernadero, perdió por completo sus bosques y selvas con su rica biodiversidad; un planeta donde la humanidad consumió, casi en su totalidad, los reservorios de aguas dulces y los combustibles fósiles.

Allí, en ese futuro, las granjas que aún persisten son custodiadas militarmente; los océanos se secan vertiginosamente y su plantum, último vestigio de alimento para las mayorías empobrecidas, se acaba.

2023, el más cálido en 100 mil años

Esta es una película a la que vuelvo cada cierto tiempo y siempre pienso lo mismo: “más que un relato de ciencia ficción, la historia parece una predicción del futuro cercano”.

Para muestra un botón: El año 2023 se designó como el más cálido nunca antes registrado, con cerca de 1,5 °C por encima del nivel preindustrial, según alerta en su informe anual el Servicio de Cambio Climático Copernicus (C3S).

Y para Carlo Buontempo, director del C3S, este fue probablemente el más cálido de la historia y “posiblemente uno de los más cálidos de los últimos 100 mil años”. Lo que es realmente preocupante, no solo por la evidente relación con las olas de calor que provocan la muerte de, por lo menos, 489 mil personas anualmente como alerta la Organización Meteorológica Mundial, basándose en datos de la Organización Mundial de la Salud y otras instituciones.

En el resumen del informe del C3S se lee que “2023 ha reemplazado a 2016 como el año calendario más cálido registrado”, los datos arrojan que la temperatura media planetaria fue 0,17ºC más alta que la registrada en 2016. Y el análisis continúa asegurando que “Cerca del 50% de los días fueron más de 1,5°C más cálidos que el nivel de 1850-1900”, además acota que “dos días de noviembre fueron, por primera vez, más de 2°C más cálidos”.

Me parece que sería atinado recordar que en el 2015 el compromiso asumido en París, adoptado por 196 países en la COP21, fue “limitar el calentamiento mundial a muy por debajo de 2, preferiblemente a 1,5 grados centígrados, en comparación con los niveles preindustriales”.

No parece que estemos avanzado sustancialmente en esa meta, aunque hayamos presenciado —impasibles— las casi 400 millones de hectáreas devastadas por incendios forestales, en los cinco continentes del planeta.

Los peligrosos negacionistas de la Emergencia Climática

Muchos insisten en negar el progresivo cambio climático que hoy degenera en una emergencia planetaria. Pero esto se vuelve absolutamente peligroso si quienes lo niegan tienen incidencia directa en las políticas estatales de cualquier país.

Por ejemplo, Donal Trump rechazó el calentamiento global y la crisis climática mientras fue presidente de EE. UU. y aún lo hace. En 2018 negó la veracidad de un informe respaldado por 300 científicos que detallaba los efectos de la emergencia climática en la economía, salud y ambiente.

En el 2020 —y en medio de la mortandad causada por la pandemia de COVID-19— Estados Unidos se retiró del Acuerdo de París. Además eliminó normas diseñadas para hacer frente al cambio climático, así como elementos centrales de la legislación ambiental norteamericana que buscaban asegurar agua y aire limpios, protegiendo zonas sensibles para ello.

La postura que tuvo Jair Bolsonaron en torno a este tema también es conocida. Durante su mandato aumentó la minería y la agricultura en la zona amazónica con un incremento de la deforestación selvática y, según el informe del 2023 elaborado por la alianza de organizaciones ambientalistas brasileñas, durante su presidencia se ​​emitió 9.400 millones de toneladas métricas de gases de efecto invernadero; cifra que supera las emitidas durante el período 2003-2006.

Una de las decisiones de Bolsonaro —y que reflejó su postura ante la situación climática— fue negar la sede de la COP25 (2019) a Brasil.

Otro negacionista de antología es el español Santiago Abascal, actual presidente de Vox y diputado del Congreso desde 2019.

Abascal, en una entrevista televisiva del 2018, aseguró que el cambio climático era una excusa de la extrema izquierda y los poderosos de las multinacionales para restar libertades y “para al final decirnos qué tenemos que comer, que tenemos que tener menos hijos porque el mundo está superpoblado; que no tenemos que andar en coche…”, en la mejor tónica de un conspiranoico de derechas.

Sus opiniones parecen ser compartidas por toda la cúpula de Vox. En el 2021 sus diputados votaron contra la Ley del Cambio Climático y Transición Ecológica de España y, uno de los puntos de su programa de gobierno para las presidenciales del 2023, Vox usó una retórica absolutamente populista y sin sentido para una supuesta España verde: «toda política de defensa del medioambiente debe contemplar también el interés de los españoles».

¿Es que los intereses de las y los españoles —y de toda la humanidad— no pasa por preservar un planeta en el que las especies animales y vegetales podamos vivir?

Por supuesto que existen muchos más negacionistas, pero estos 3 nos forman una buena idea del peligro que representa que personajes ligados a intereses económicos se hagan con el poder. Tras las decisiones de Trump está evidentemente el lobby petrolero; y de las decisiones de Bolsonaro y Vox podemos concluir que está el agronegocio.

Otras voces

En momentos me he preguntado si en el proceso de creación, tanto Harrison como Greenberg, no imaginaron la posibilidad de que figuras relevantes —científicos o políticos— denunciaran la futura catástrofe. Quizás no era relevante para el argumento de su trama.

Mas, en la realidad en que vivimos, sí es relevante. Y sí hay voces —y hubo— que nos alertan sobre una catástrofe de escala apocalíptica.

El comandante Fidel Castro Ruz sentenció, en 1992, en la Cumbre de Río de Janeiro:  “Una importante especie biológica está en riesgo de desaparecer por la rápida y progresiva liquidación de sus condiciones naturales de vida: el hombre”, y enfatizó sobre el corto lapso que teníamos para tomar medidas con una frase lapidaria “ahora tomamos conciencia de este problema cuando es casi tarde para impedirlo”.

Castro determinó que eran las sociedades de consumo “las responsables fundamentales de la atroz destrucción del medio ambiente”. Y no sólo él puso énfasis en identificar la responsabilidad del modelo económico y político en la actual situación.

Con un estilo distinto en las formas, pero bajo la misma línea de pensamiento, el presidente Hugo Chávez señaló responsabilidades en la COP15 (2009), “uno pudiera decir, señor presidente, que un fantasma recorre Copenhague, parafraseando a Max […]. Ese fantasma es un fantasma espantoso, casi nadie quiere nombrarlo: el capitalismo”.

La contundencia de Chávez clamó en la sala —con una potencia de argumentos políticos y humanos irrebatibles— “no cambiemos el clima, cambiemos el sistema y en consecuencia comenzaremos a salvar el planeta. El capitalismo, el modelo de desarrollo destructivo está acabando con la vida, amenaza con acabar definitivamente con la especie humana”.

Así como Castro, Chávez dio muestras de lo inminente del desastre que se nos avecina y también de lo indolente de las cúpulas de poder ante la situación “a pesar de la urgencia han transcurrido 2 años de negociaciones para concluir a un segundo período de compromiso bajo el protocolo de Kioto y asistimos a esta cita sin un acuerdo real y significativo”.

Las acciones humanas originaron, sin lugar a dudas, la emergencia climática que pone en riesgo nuestra supervivencia como civilización y como especie. Pero me acojo a las palabras de Simón Rodríguez para infundir un soplo de esperanza “como nada es constante, en el mundo, sino la variación, puede esperarse de ella una mudanza favorable a la vida social”.

Un mundo devastado por los intereses económicos de una minoría que opera impunemente en el marco del capitalismo y un planeta asolado por la inclemencia de una desertificación global no tienen por qué ser un destino que nos alcance.

Hay propuestas alternativas y nos urge aplicarlas de manera inmediata, hablaremos de ellas en una siguiente entrega.

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