El Mercadito

No encuentro parqueo. De repente aparece un joven quien me dice que ya se irá un carro, que me espere, mientras la conductora se ve en el espejo y se pone los lentes pienso en todas las verduras y frutas que compraré.

Por: Francisco Parada Walsh*

Lo primero que escucho al entrar es “Mi amor, ¿Qué le damos? ¿Qué va a llevar? Quise pasar desapercibido pero el jolgorio era de locura; es una robusta mujer quien mientras espanta las moscas de su venta me dice: ¿Qué le damos mi rey? “Acá hay corrupción dura-blanda, corrupción con chile, corrupción con loroco ¿Qué le damos?” Seguí caminando por esos estrechos pasajes.

Saqué la lista de las cosas a comprar, intenté dirigirme al área de frutas, mientras, se oye un grito de un mecapalero quien dice: “Apartarse que esta babosada pesa, no es su marido”, no dejó de darme un poco de risa mientras el flacuchento hombre se tambaleaba con la carga en su espalda.

Debo pasar por el área de piñatas, los colores de las diferentes piñatas engalanan el techo, es un hombre que luce una licra color rosa y que deja mostrar una pequeña tanga que al verme, hizo como que se le cayó algo, y mientras trataba de pasar en el poco espacio disponible me dice: ¡Ay papasito, tan rico que estás! Me quedé en silencio, en mis adentros dije: ¡Una buena ganga no me sale, pero qué pegue tenés para los homosexuales! Mientras avanzaba, es una delgada joven quien me dice: “¿Qué anda buscando patroncito? Aquí le tengo piñatas de las que usted nunca ha visto, está la piñata de la compra de trajes y botas a precios altísimos, le tengo la piñata de pokemón y de la falta de pago del seguro de vida al personal de salud, mire esa piñata tan bonita, esa es la piñata de los 15 millones diarios que el Banco Central de Reserva dio al Ejecutivo por siete meses, aquella piñata es la del Bitcoin ¡mire que chulada!” Le agradecí su tiempo, debía darme prisa y antes de llegar a la venta de frutas y verduras debía pasar por las ventas de carnes.

Es una mujer rechoncha quien grita “¿Qué le damos mi amor? ¡Mire qué bonita la carne que le tengo! Esta es carne de los desaparecidos, de esta no encuentra en ningún lugar; ese lomito es de las personas asesinadas dentro de los centros penales, aquella lengua es de los hermanos que mueren en el desierto”; parecía que todo era un sueño, todo giraba a mi alrededor, me preguntaba dónde estaba, sentía vértigo y asco.

Quería salir corriendo, me decía una y mil veces que yo había ido a un mercado a comprar frutas y verduras, me lo volvía a repetir pero todo era en vano, sentía que los gritos me estaban volviendo loco, intentaba buscar la puerta de salida, pero daba vueltas en el mismo lugar.

De repente siento que mi gato Julio César muerde mi barbilla, todo era una pesadilla, aún, me llevó tiempo entender lo que soñé, mientras preparaba el café negro con azúcar blanca en tazas verdes como la esperanza entendí que no hay esperanzas, que todo está perdido, que lo soñado no es mi loca imaginación sino una realidad, de esas que espantan pero es innegable que el país muere, que la fe la perdimos y ni sabemos dónde la dejamos, que el dolor de una familia poco importa, que el sadismo destrozó al amor, que la codicia impera, que la muerte galopa por caseríos, cantones, pueblos y ciudades llevándose a lo mejor de una sociedad que es el joven.

Sea un joven pobre o de clase alta es lo mejor que tiene un país y no parece importar; somos testigos mudos de la tragedia que vivimos y en vez de orar, cantamos himnos a la muerte. Todo lo que nos sucede y sucederá lo tenemos merecido. En vez de café decidí tomarme una cerveza para amainar esos gritos del mercado de la muerte.

*Médico salvadoreño

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