El Colibrí

Dicen que cuando un colibrí visita a una persona, es un ser querido que se acerca a nosotros, viene a decirnos que está  bien, que no nos preocupemos por él y mientras arreglo el jardín no hay día que no me vengan a verme varios colibríes, no sé quiénes de mis seres queridos se viste de gala, su piel la transforma en un bellísimo  plumaje tornasol y sus labios que un día besaron mi frente, se convierten en un enorme pico que me dice al oído cuánto me quiere.

Por: Francisco Parada Walsh*

Mientras parece disfrutar del néctar del clavel, de la rosa y de tantísimas flores que adornan mi efímero jardín no es tanto el gozo por lo dulce de la rosa  y del amor sino que es verme, decirme que  todo va bien, que me aman; quizá ante la gente parezco loco, quizá más cuando decido hablar con el colibrí.

El colibrí que tiene el pecho rojo es mi madre, ese pecho que me crió y me sostuvo cuando caía rendido ante una derrota de la vida y que, en varias ocasiones lloré ¡Cuánta falta me haces mamá Colibrí! Ya estoy cerca de que revoloteemos juntos, y que volvamos a ser aquella familia con su bemoles, con sus altibajos pero familia al fin.

El colibrí con sus alas  anaranjadas es mi hermano Ricardito, que, me viene a decir que no entiende por qué  dios se lo llevó tan joven, tenía apenas quince años cuando la maldita o bendita muerte que montaba un negro corcel lo cercenó de tajo de este mundo, a esa puta muerte no le importa la hora, era mediodía, el calor reinaba, la arena caliente, mi sangre fría cuando entendí que mi Ricardito ya no estaba en este planeta, que ya no tendría aquel hermano a quien admiraba tanto.

Ricardito, mientras revolotea me dice que solo es cuestión de tiempo para que nos tomemos unas cervezas, esas reuniones de hermano a hermano, de hablar de culos, de contarnos secretos, quizá hablar de gatos, de ángelas, de mujeres traidoras pero ricas en todo sentido.

El colibrí que tiene una pequeña cresta rosadita es mi hermana Danielita, mi negra, te vi tendida en esa arena de la vida y solo pude recoger ese radio, en mi confusión creía que si la radio encendía, tu volverías a la vida pero la vida no es así, no colibrí Danielita, eso de los milagros no es para todos aunque quizá deba contarte que hace cinco días me trajeron una gatita que andaba perdida, no sé si en su auto suficiencia y en ese delirio de grandeza creía ser una leona bravucona y andaba retando a cuanto perro existe, un buen samaritano me la trajo, miagaba como si fuera presidente de una república bananera, la tomé con cariño, la empecé a alimentar con crema y la bandida, de ser una pelota de pelos dio un brinco y ya la tenía en la cama, me buscó la oreja y la barbilla y me empezó a mordisquear.

No puedo negarte querida colibrí Danielita que pensé que era de mis quereres que se me adelantaron, mujeres hermosas pero no, era esta minina que por lo hermoso de su recuperación y su gran cariño hacia mí, su nombre es Milagro.

Debo preguntarte Hermana colibrí Danielita  ¿Qué es eso de la luz eterna? No lo entiendo, no creo que cuando muera o cuando viva pues no sé si voy o vengo podré ver una luz cegadora, ni lo creo ni lo quiero; quizá esté equivocado pero debo contarte que la pobreza se ilumina no por arte de magia sino por arte de hambre.

Que la enfermedad siempre será una luz eterna que ilumina al paciente y ese rostro adusto de no entender qué pasa, que el pobre debe morir por ser pobre, no creo que sea lo mejor pero eso de una luz eterna no me interesa; deseo que en esta vida haya una luz eterna que me permita ver lo que mis ojos no ven y sea mi corazón gitano quien podrá ver era luz eterna en mi hermano, en mi prójimo, en mi perro, en mi gato y quizá lo más tremendo de este secreto que te cuento sea que soy incapaz de ver mi luz, quizá soy oscuridad, un hombre lúgubre que nadie puede ver, que no brilla, que muere poco a poco.

No lo sé, solo que en vez de colibrí quiero ser el rey zopilote para devorar lo pútrido, lo malo, lo muerto y poder picotear los ojos de los que no ven el dolor de los detenidos injustamente y también de todo aquel que se regocija por creer que el dolor ajeno es merecido.

Un zope que corte las lenguas de los hablantines, de los que la coprolalia es su única manera de comunicarse, volar alto y caer en picada en el corazón de los que nos han desplumado y que, mueran, pues desde lejos, estaré posado en un árbol y debo estar seguro que todos estos hijos de puta los entierren no con la cara al cielo sino que por un momento den las nalgas, que nazcan y mueran dando  el trasero y si por esas cosas de la vida, reviven, que nunca aparezcan en mi patria, que se hundan, que vaguen por montes y praderas pero no quiero ser colibrí. Zope, no Rey Zope, solo zope quiero ser.

*Médico salvadoreño

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