¡Quiero ser un muerto chingón!

Me veo en una mesa fría, de  esas que ocupan para las autopsias, ese desecho soy yo; solo que todos los muertos debemos tener derechos como los que están vivos: ¡Que una pasarela! ¡Que mi pensión en el cielo o infierno sea justa! ¡Que quiero una muerte piadosa! Mientras escribo, viene mi vida reflejada en luces, nunca hice el amor en cámara lenta, todo fue vertiginoso, soez, vulgar pero bellísimo; por eso no creo que merezca más vidas y  sí, deseo una muerte silente.

Por: Francisco Parada Walsh*

Solo pido que sea una doctora de Medicina Legal quien haga mi autopsia; no hay muchas opciones, o frente a esa piltrafa humana que empieza a apestar decide hablarme al oído, solo pueden suceder dos cosas: O estoy tilinte y  que tal mi estado catatónico desaparece ante los arrumacos de una bella doctora, y si Dios o el Diablo me piden gustos, quiero a una doctora desnuda, que solo esa hipócrita gabacha blanca la cubra y después de ver mi lamentable  estado  decida verme como otro muerto más o quien sabe, ante su acuciosa autopsia, qué tal volvemos a re- nacer  o a re-morir, todo depende de lo que ella examine y decida.

Solo es una idea. No quiero que nadie diga: “Ese hombre fue derecho”, “Cómo ayudaba a la gente”. No hay muerto malo y mucho menos una muerta mala; ante mi soledad empedernida, mi pobreza y mi insatisfacción quizá en mi vida quisiera ser empleado de una funeraria para embellecer más a esas mujeres bonitas que se creen inmortales, intocables cuando si disfruto un vino, una linda canción ¿Cómo no voy a disfrutar  ver una mujer hermosa, primorosa en su lecho de muerte? Y  que en vez de donar su cuerpo a la humanidad ¡Lo done a la ciencia! O a mí, no, a mí. El tiempo apremia.

No quiero una mujer ideal y tampoco hay hombres ideales. Quiero ser un muerto chingón,  que mientras hay una larga o corta fila de conocidos dándome el ultimo adiós, en una especie de abstracción estaré bailando, riéndome de lo hipócrita que son, desde el techo de la funeraria estaré  cantando las canciones de José José, de Diego El Cigala, de los Rolling Stones y mientras mis escasas visitas llegan a verme, decidiré tocarle las nalgas a todos para que crean en el mas allá mientras estoy en el más acá, aprovecharé  tocarles las nalgotas a las visitantes, por más tiempo, despacio para que puedan decir con algo de gozo “Que el Diablo las jugó”.

Quiero que  mi ataúd sea una lata de sardina no Madrigal sino de las más baratas, “Costeña” creo que se llama, no quiero nada astral, nada; solo quiero morir en paz. Ahora, si no estoy muerto y ante tantos actos de pobreza, y muero de mentira ante una deuda, quiero que me den unos días de velación, que estén seguros que estoy frío como una paleta y tieso como un pene de un veinteañero.

Si después, cerciorados que estoy tilinte, que me entierren y mi cuerpo no quede boca arriba, sino boca abajo, por si las dudas, por si debo  o quiero salir e ir a joder al último anillo del inframundo. Quiero guaro, diablas hermosas que luzcan sendos  tacones, que les guste la farra.

No quiero velas ni flores; quiero amigos sinceros que me digan si alguna vez importé, aun, eso es irrelevante; no quiero mocos nasales ni cervicales corriendo por una nariz o  una vagina destorrentada, quiero morir y si existe el infierno, y que cada persona que llegue por un simple compromiso diga si fui bueno, más o menos cachimbón; al que mienta,  le garantizo irle a puyarles  el trasero por mentiroso, no soy bueno, no, bueno es el que vende café en un termo, el vigilante de una colonia, el gondolero ¡Esos sí son buenos! No vendo nada.

Solo sueños y fantasías. Quiero que junto a la tajada de limón que pondrán  en mi boca, pongan todo lo que nunca dije, y una vez, mi entendimiento se aclarezca  en que nadie es más ni menos y que pueda seguir mi viaje sin retorno. Siempre me ha gustado la música, la amo y pido a mi séquito enterrador me permitan que sean cuatro diablas, ricotas, que canten antes de mi últimas paladas: “Con dinero o sin dinero…” que es lo mismo que “My Way” y que, estos bandidas tengan compasión de mí y que esas  diablotas no me dejen solo, que sientan frio caliente, calor helado y no a un Francisco, tieso, inerme, apestoso.

No sé qué me pueda revivir, he dejado de escribir por unos segundos: Lo único que quizá levante mi espíritu atormentado es que  me zampen en mi lata de sardinas una computadora, una máquina de escribir y si no se puede, siquiera un lapicero y un cuaderno para seguir escribiendo; una bella pasión y siempre mantener esas hermosas amistades con mis lectores, desde el cielo o el infierno o desde la nada y seguir enviándoles mis sencillos artículos.  No quiero hipocresías.

*Médico salvadoreño

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