El Pan de la Vergüenza. (Segunda parte).

Primera parte. “Se le llama así, a todo aquello que se recibe sin merecer lo que se recibe, la vergüenza que se siente en el momento de recibir algo que no nos pertenece, o donde existe una vergüenza por recibir de la mano de un benefactor sin tener los méritos suficientes para poder recibirlo”.

Por: Francisco Parada Walsh*

El martes 11 de Agosto debe ser recordado por los salvadoreños como el “El día de la vergüenza”, fue ese día que se repartieron los paquetes de la vergüenza de parte de un estado sinvergüenza a una sociedad ¡sin vergüenza! En primer lugar no merezco algo que no me he ganado, no lo he pedido, no lo necesito sin embargo, esas latas de atunes, macarrones, aceites y otros los pagaré a un costo altísimo; más que el costo económico está mi desvergüenza que aniquiló mis sencillas bases morales al tomar algo que no merezco.

No es culpa del gobierno ese sentimiento de culpa que me abate, definitivamente los anti valores encabezan la gestión del ejecutivo y hacer creer a un pueblo que hay un deseo genuino de ayudar no es más que una propaganda demasiado cara para un país pobre, claro, el  lúgubre objetivo será que mientras preparo esos alimentos acordarme quien se preocupa por mí, que el salvadoreño, no olvide ¡quien le da de comer! Tristemente he escuchado comentarios tales: “Más de lo que este hombre hace por mí, nadie más”, ese es el árbol, pero cuando se vea el bosque será demasiado tarde.

Amigo lector, regalar lo que no es mío es demasiado fácil, regalar lo que me cuesta es difícil por esos apegos a la nada pero volver a un país dependiente hasta de la comida dice el nivel de control y sumisión que se ejerce; debe eso preocupar al salvadoreño porque si las elecciones se basaran en la satisfacción de las papilas gustativas del elector por recibir algo que no merece, sería una paliza de cantina la que espera a la oposición y tristemente, el más vapuleado sería, el pueblo salvadoreño.

Tenemos una combinación letal: Un papá estado populista, un hijo pueblo fanático y sinvergüenza  y una madre corrupta, ignorante y puta ¿Qué podemos esperar de esta trilogía de la vergüenza?: Lo inmediato es llenar las tres panzas y en meses o años viviremos un apocalipsis  donde  reinará el desempleo, despidos, plazas congeladas, aumento al Impuesto al Valor Agregado y a los servicios básicos, migración y un país sin rumbo; sin embargo cuando no es la manzana la podrida sino la flor de izote la que pudre a otras no tenemos una salida fácil, todo lo recibido sin haber sido ganado no lo merecemos y atentamos contra las leyes divinas y no puede haber perdón divino para mí ni como para los que me la trajeron, léase bien, no me la regalaron, la vinieron a dejar y ese “Pan de la vergüenza” tendrá un costo de unos tres cientos mil dólares que pagarán mis cuartas generaciones.

Hacer creer a un pueblo que merece un paquete de alimentos que no sobre pasa los veinte dólares salvadoreños dice que la brújula del avión perdió el rumbo pero más lo perdimos como sociedad y vale la pena recordar el experimento de Pavlov con los perros salivando cuando escuchaban acercarse al que los alimentaba, empezaban a salivar, sabían que ya venía el alimento y sin ambages, no hay ninguna diferencia acá; en este sencillo cantón habitan nativos que tienen más dinero que cualquier profesional exitoso, no necesitan ese “pan de la vergüenza” pero no olvidemos que ser salvadoreños nos hace diferentes, somos los Roque Dalton, somos los cómelo todos, los agárralo todo, los aprovéchalo todo; ver a una señora correr despavorida con su D.U.I. en mano dice mucho de que El Salvador no debería llamarse así, no salvamos a nadie, al contrario, hundimos al que podemos.

Jamás el país había sufrido un endeudamiento como el que vivimos pero ya es tarde, este festín apenas empieza, apenas; y parece que no nos damos cuenta, una sociedad comatosa  tiene los días contados y sus autoridades también, ese daño hecho a la moral de una sociedad no tiene perdón, el tejido social se rompe día a día y  “país de la sonrisa” poco a poco será el “país de caras largas, tristes y llorosas”.

Apelar a los más bajos instintos según la Pirámide de Maslow como son la respiración, “ALIMENTACION”, descanso, sexo, homeostasis solo dice que estamos patas arriba, será mi sueño llegar a la cúspide de la pirámide y que sea la moralidad, creatividad, espontaneidad, falta de prejuicios, aceptación de los hechos y la resolución de problemas lo que predomine.

SEGUNDA PARTE. Debe ser recordado el 3 de Septiembre de 2021 como una fecha para nunca olvidar; quizá lo más sano para una sociedad fuera hacer caso que tal agravio no sucedió pero solo la historia, nuestro pasado aunque no nos guste debe ser tatuado siquiera por un momento no en el estómago sino en ese cerebro algo hueco, algo torpe, algo puto de cada salvadoreño. Me avergüenzo de mi país, de mis autoridades y seré franco, de este presidente que sin ningún pesar en su alma reventó lo poco que teníamos como patria, como sociedad.

Este viernes tres de septiembre, cuando me dijeron que andaban repartiendo “cajas solidarias” (No sé con quién es la solidaridad, no es con el pobre, el pobre nunca ha importado, quizá esa solidaridad sea con los grupos terroristas, con el Cartel de Sinaloa pero conmigo nunca han sido solidarios); esa mañana me invadió una tristeza, algo indescriptible pues inmediatamente entendí que la trama de esta película de terror es peor que “Psicosis”, no, esto sí espanta, ahueva, aterra, dan ganas de llorar.

Por la tarde de ese viernes 3 de septiembre pude platicar con el pobre de la zona alta, sus rostros eran alargados, miradas perdidas y como me dijeron: “Ya entendimos lo que nos costaron esos tres cientos dólares, no nos dan paja pero el gas ya no vale ocho sino doce, la luz me vino más cara, no tenemos dinero, no sé qué vamos a hacer”.

Nuevamente acepté “El Pan de la Vergüenza” y lo regalé a alguien más jodido que yo, sino lo acepto siempre hay algún manos largas que lo tomará, lo acepté, aun, con toda la tristeza del mundo, me deprimí enormemente, me sentí fulminado al entender que la ya pobreza existente y la pérdida total de un rumbo de nación son cosas del pasado; quizá debo aceptar que tenemos lo que merecemos, lo peor y debe ese espejo servirme a mí como el pan de cada día donde debo cambiar esa conducta miserable en ese gozo perverso de aniquilar a una sociedad comatosa pero no tan pendeja, pero todo acabó, todo.

Seguiré atendiendo al paciente invisible, seguiré alimentando a cada perro derrotado que se acerca a mi casa, seguiré creyendo en un mundo mejor aunque eso sea un imposible. Lloro por mi gente, lloro por lo que se viene pero poco puedo hacer. No hay nada que cambie la historia, página escrita con tinta roja, roja como la sangre de tantos muertos, desaparecidos y firmada por esos nuevos próceres, si, esos adeptos a este régimen que aun, sabiendo que están liquidados, se ufanan para no aceptar que fueron más tontos y menos útiles de lo que se imaginaron. ¡Pobres diablos! Y serán mis letras, mis artículos la única arma que usaré, ya perdí todo, quizá. Menos la dignidad.

*Médico salvadoreño

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