Sandino y yo

Por: Francisco Parada Walsh*

Siempre en cada país, departamento, ciudad, pueblo, cantón y caserío hay uno o más locos; en mi pueblo natal había un personaje peculiar, su nombre era Sandino, nada que envidiarle a nuestras autoridades de turno;  cuando a Sandino  se le pelaban los cables no blasfemaba sino que empezaba a tirar piedras a cuántos enemigos se le cruzaran enfrente; un cuadro clínico de esquizofrenia.

Lo interesante de las lecciones que aprendí de Sandino que parecía enfermo mental sin embargo lo era y no lo era es que  él llegaba a sentarse bajo un balcón de la casa de mi infancia y empezaba a contar las monedas recogidas, él, cual el creador mundial del bitcoin empezaba a relamerse de sus ganancias y en voz alta decía: “Tengo uno cincuenta, no sé si comer o ir donde las putas, mejor voy donde las putas” ¡Qué lección de Sandino!  Un filósofo griego es un simple aprendiz; y cómo poco importaba saciar un instinto primitivo como el hambre y preferir el sexo.

En una sociedad y muchedumbre hipócrita con una doble moral que asusta, abordar temas de connotación sexual no deja de asustar a algún mojigato mentiroso, y como dice un amigo mío: “Sino me zampo cocaína no es porque no me guste sino porque no me alcanza el dinero”, lo mismo sucede con la sexualidad y en mi trajinar por la vida he visto que los más hipócritas somos los que o nos creemos clase media o lo fuimos pero los prejuicios que atiborran mi mente y mis pasiones no existen ni en la clase alta y menos en la clase baja; las contadas veces que he asistido a alguna reunión de ricos de dinero no hay nada prohibido, puede estar la elegante dama con sus dos ex esposos y con el actual y todo es risas, nada de celos malditos celos que me apresan para retorcer mi mente de recuerdos inmundos, no, ellos no se complican, todo es amor y paz; como nativo del área rural sucede lo mismo, un hombre que se lleva a una mujer poco le importa si debe cargar con los hijos de ella y viceversa, las uniones al parecer son frágiles pero no, el hombre no reprocha el pasado de la mujer ni la mujer tampoco, todo es amor y paz.

Sin embargo es esa huraña clase media a la que no pertenezco que sufre de tabúes y todo se vuelve un drama familiar, hogares cargados con una celotipia de espanto, hombres controladores y mujeres que pierden su paz por saber dónde se encuentra su pareja quien, si de sexualidad hablamos, realmente da o damos lástima.

La sexualidad es algo inherente a todas las especies sin embargo es el hombre el que, a pesar de llegar o rondar la tercera edad se ufana de su sexualidad  cuando apenas arrastra los pies; grupos de whatsapp que desde que amanecen hasta el anochecer no tienen otra diversión más que la pornografía, algunos perdidos parecieran ser sendos sementales cuando apenas pueden cargar la bolsa con los medicamentos para la próstata, hipertensión, diabetes y otras calamidades. Esos grupos me sirven como espejo para ver lo torpe que uno se vuelve con la edad y algunos que lo fueron, toda su vida.

Recuerdo mi doble moral, otra maestra que me enseñó a no meterme en la vida ajena; era el tráfico de seis de la tarde, hace veinte años; mientras esperaba que el semáforo de la Avenida Olímpica diera luz verde, se acerca a mi ventanilla una señora cargando en brazos a un bebé, otros dos niños la acompañaban, ante ese cuadro de poner a los niños como anzuelos para ablandar el corazón del que espera el semáforo se le  ocurre al pendejo de Francisco darle un consejo: “Mire señora ¿ Por qué tiene tantos hijos sino tiene para mantenerlos? ella, ni lerda ni perezosa me dijo: “Es que es rico coger” y quizá nadie hubiera sabido de qué se trataba ese filósofo diálogo sino fuera por los mates que ella hacía; no podía avanzar, me quedé todo ahuevado y entendí que si en la vida me regalan flores, debo hacer un florero y no meterme donde ni me han llamado ni tengo la moralidad para querer arreglar el mundo, más, ese mundo sexual tan lleno de misterios. Una caja de Pandora.

*Médico salvadoreño

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