El límpido trazo de Botticelli confluye con la poesía narrativa de Dante en La divina comedia

Por Alejandra Ortiz Castañares.

Coincidencias históricas se empalmaron para que dos pesos máximos del arte y la literatura –ambos florentinos– dieran vida, a distancia de dos siglos, a lo que los especialistas consideran uno de los manuscritos ilustrados más bellos del mundo: La divina comedia, de Dante Alighieri (1265-1321), dibujada por Sandro Botticelli (1444/1445–1510).

Fue una empresa audaz e innovadora que no podría explicarse sin el contexto de sofisticación en que nació, la corte Medici, cuando Florencia era el astro cultural y económico italiano y la cuna misma del Renacimiento.

Las ilustraciones de La divina comedia se cree que fueron realizadas en los últimos 15 años del siglo XV, cuando el artista desarrolló algunas de sus mayores obras. A pesar del sacrificio, este proyecto colosal quedó incompleto.

El único dibujo terminado fue el primero, que representa el agujero del infierno como un gran embudo que resume todas las escenas del Infierno. Las restantes láminas son dibujos realizado en punta de plata y pluma que quedaron sin pintar.

Los especialistas consideran que gracias a esta obra se ha podido valorar la belleza de su estilo gráfico. El ritmo límpido de la línea del artista danza como en pas de deux con la poesía de Dante, ateniéndose fiel a la narración pero con una original y personal glosa visual.

Las ilustraciones de Botticelli fueron revolucionarias no sólo por el insólito formato oblongo de grandes dimensiones (47 x 32 cm), sino porque rompieron con la representación convencional de la tradición de las iluminaciones.

El artista sustituyó las tradicionales escenas narrativas intercaladas al texto para representar, en una sola página, todos y cada uno de los relatos al inicio del respectivo canto, como una preparación visual a lo que el lector encontraría durante la lectura.

Sobreviven 92 de 100 pergaminos

La estructura de las escenas cambia en los tres niveles del inframundo: en el Infierno, son caóticas y abigarradas, y no falta episodio alguno que haya quedado sin representarse, dando la impresión simbólica del caos de ese lugar. En el Purgatorio, en cambio, el artista seleccionó algunas escenas que dispuso con mayor orden. En el Paraíso es una representación más bien abstracta. Se considera por la crítica como su parte más audaz, concentrándose en las solas figuras de Dante y de Beatriz, representando lo sutil y lo invisible, así como sentimientos y gestos casi imperceptibles.

De las 100 ilustraciones realizadas, sobreviven 92 pergaminos, siete de los cuales (sólo Infierno) están resguardados en la Biblioteca Apostólica Vaticana, y las remanentes en el Kupferstichkabinett (Museo de Grabados y Dibujos) de Berlín. Las ilustraciones han sido separadas del manuscrito para poder ser expuestas (raramente), habiendo perdido su coherencia con relación al texto.

La vena narrativa de Botticelli está presente en distintas obras, como en la temprana Historias de Judit (ca. 1470), o las contemporáneas Nastagio degli Onesti (1483), del Museo del Prado (inspirados en el Decameron de Boccaccio) y los frescos de la Capilla Sixtina (1481–1482).

Sin embargo, el verdadero antecedente del manuscrito fue la triunfal edición de La divina comedia publicada en agosto de 1481 en Florencia, por encargo de Lorenzo El Magnífico al humanista Cristóforo Landino –uno de los miembros más notables de la academia neoplatónica fundada en Florencia en 1462 por Marsilio Ficino– y las ilustraciones con grabados de Botticelli. Desgraciadamente, los originales se perdieron y se publicaron las copias un tanto burdas con 19 cantos del Infierno, atribuidas a Baccio Baldini.

A pesar de ello, esta edición encendió de nuevo el interés por Dante que se había entibiado, cuando la veneración en la época era la cultura clásica no medieval y la recuperación de los grandes textos antiguos eran en griego y en latín, no en vernáculo, como está escrita La divina comedia.

Del enorme tiraje de mil 200 ejemplares se conservan actualmente 166, dispersos en las mayores bibliotecas del mundo.

Fue así que nació el manuscrito que conocemos, encargado por Lorenzo di Pier Fancesco di Medici, primo segundo de Lorenzo El Magnífico y el mayor protector de Botticelli. Para él, el artista realizó sus obras más famosas: La primavera (1483) y el Nacimiento de Venus (ca.1884–85).

A pesar del nacimiento de la imprenta, las cortes más cultas continuaron haciendo manuscritos extremadamente preciados, como la ilustre Comedia, conocida como el Dante Urbinate (1478–1482), comisionada por Federico da Montefeltro.

A la caída de los Medici, en 1494, se instauró el poder republicano guiado por el fraile Girolamo Savonarola. Botticelli, de ser cercano a los valores de la academia neoplatónica cimentada en la belleza ideal y el equilibrio, adhirió al misticismo apocalíptico savonaroliano, del que fue partidario y defensor, lo que se resintió en su arte.

Una de las causas que llevaron al descubrimiento de Botticelli después de que al fallecer fuera olvidado, fue la adquisición en 1882 del manuscrito de la colección Hamilton del duque de Escocia, uno de los acopios de manuscritos más importantes existentes, incluyendo la célebre Biblia Hamilton.

Friedrich Lippmann, director del Kupferstichkabinett, de Berlín, interceptó la subasta que pujaría la colección para asegurarse una compra, que ni la reina Victoria pudo impedir para retener en su país. La enorme cobertura mediática de este hecho, puso nuevamente los ojos en el artista. La fama de Botticelli hoy es universal.

Fuente: La Jornada.

 

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