Confesiones de Jair Bolsonaro

Es el autor de considerar como «gripecita» a una enfermedad que tiene casi 20 millones de contagios y más de 732 000 muertos en el mundo

Voy a partir, para la elaboración de este comentario, del concepto religioso de que la «confesión» es el reconocimiento de los propios pecados (pecaminosidad) o males. Aunque no estoy seguro de que el implicado, en este caso, haya acudido al «confesionario» para exponer sus faltas ante el representante de Dios.

Demasiados deslices durante un año y siete meses al frente de Brasil. Muchas las decisiones en contra de la razón, al conducir los destinos de una nación, diversa y grande, azotada no solo por la COVID-19, sino, fundamentalmente, por un Jair Bolonaro más dedicado a imitar a su homólogo de Estados Unidos, Donald Trump, que a buscar soluciones a la terrible situación de sus compatriotas.

Brasil llegó este fin de semana a la conmovedora cifra de más de 100 000 fallecidos por la epidemia y superó los tres millones de contagios. En ese contexto, Bolsonaro fue capaz de culpar al confinamiento como causante de la muerte de dos de cada tres personas contagiadas en el país, medida recomendada por la Organización Mundial de la Salud, y hasta ahora la más efectiva para evitar la pandemia.

Desde el mismo inicio de la crisis sanitaria, el mandatario ha rechazado totalmente el aislamiento social, y optó por no respetarlo y decidir la apertura económica por encima de la vida de los ciudadanos.

Incluso, a algunos gobernadores estatales que aplicaban dicha disposición los acusó de querer desestabilizar la economía brasileña.

Lo vimos paseándose, sin nasobuco, ante grupos de personas, o montado a caballo o en moto, en una expresión más de su exhibicionismo histriónico.

Con su forma irrespetuosa de tratar tan delicado problema, el día en que en Brasil hubo récords de fallecimientos, con 1 262 en 24 horas a causa de la COVID-19, Bolsonaro se limitó a justificar que «la muerte es el destino de todos».

Tal afirmación sería suficiente para descalificarlo en su tránsito por la presidencia de la nación. Pero hay muchos desaciertos más.

Es el autor de considerar como «gripecita» a una enfermedad que tiene casi 20 millones de contagios y más de 732 000 muertos en el mundo. Además, por su forma de actuar respecto a la enfermedad, ha provocado que tres ministros de Salud Pública hayan renunciado, en medio de la pandemia, y que por 18 días consecutivos el país no tenga un titular en tan prioritario sector.

Fue muy irreverente, incluso, cuando en abril pasado se le preguntó  por el creciente número de muertos debido al nuevo coronavirus y respondió: «No me desempeño como sepulturero, para que me pregunten por los fallecidos».

En su obstinada e irresponsable actuación se incluye el hecho de que esta misma semana volviera a defender el uso de la cloroquina para tratar a los pacientes con el coronavirus, pese a que la Organización Mundial de la Salud alertó al respecto y llamó a suspender la aplicación de ese producto en todo el mundo.

Una de las últimas predicciones de Bolsonaro es su seguridad en que «más de la mitad de la población brasileña contraerá la enfermedad», independientemente de las medidas de aislamiento que se adopten, por lo que su prioridad es la apertura económica.

Trata así a una población que lo reconoció –pues antes era un desconocido– cuando el 12 de mayo de 2016, vestido de blanco, apareció en las aguas del Río Jordán, en Israel, donde fue bautizado.

La acción de este católico, que además se hizo evangélico, diputado de extrema derecha, le facilitó el voto de un sector poblacional para nada despreciable por cuanto está integrado por unos 40 millones de habitantes de los 190 millones que tiene Brasil.

Recordar que por esa fecha, como diputado del Partido Social Cristiano, durante el proceso de impeachment  a la entonces mandataria Dilma Rousseff, en medio del show mediático montado en el Parlamento brasileño contra la presidenta, Bolsonaro gritó exaltado:  «En memoria del coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, el terror de Rousseff, voto sí». Se refería nada menos que al torturador de Dilma durante la dictadura militar.

Ese es Jair Bolsonaro, el actual mandatario brasileño, a quien no estoy seguro lo hayan purificado las aguas del Río Jordán, allá por tierras del Israel, que ocupa gran parte del territorio palestino.

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