Esperando a los bárbaros

La novela de J. M. Coetzee mantiene muy actual su tema central, que no es otro que un alegato en contra de los métodos imperiales de dominación, en especial la mano aleccionadora contra cualquier posible insurgencia.

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El premio Nobel de Literatura, el sudafricano J. M. Coetzee, escribió en 1980 Esperando a los bárbaros, novela que 40 años después es llevada al cine por el colombiano Ciro Guerra, el feliz realizador de El abrazo de la serpiente y Pájaros de verano, cintas con un sentido de la visualidad y un ritmo narrativo muy propios, que las hicieron trascender internacionalmente.

Esperando a los bárbaros es una coproducción entre Italia y Estados Unidos y cuenta, en sus papeles protagónicos, con Mark Rylance, el actor británico que se colmó de aplausos y premios gracias a su papel de espía ruso en El puente de los espías –la película de Spielberg en la que se manipuló muy a favor de Estados Unidos los días tensos de la Guerra Fría–, y los más mediáticos, Johnny Depp y Robert Pattinson.

La novela de J. M. Coetzee mantiene muy actual su tema central, que no es otro que un alegato en contra de los métodos imperiales de dominación, en especial la mano aleccionadora contra cualquier posible insurgencia. En sus días iniciales, Esperando a los bárbaros fue relacionada con la Sudáfrica sometida al apartheid, pero, en verdad, va más allá de esa geografía y se convierte en una simbología del horror, anidado en el interior de países que propugnan invasiones, apoyándose en el poder de sus fuerzas militares, económicas y políticas.

El propio novelista se encargó del guion de esta historia que nos muestra al Magistrado (Mark Rylance) viviendo en un territorio desértico, donde su personaje se debate entre un drama personal de corte existencial y el creerse –dentro del mismo dominio imperial por él  representado– un defensor del decoro civilizador, suerte de mediador en el centro de una barbarie no ubicada más allá de las fronteras –como trata de hacerle creer la fuerza de «inteligencia» que entra en escena invadiendo su territorio–, sino encarnada por esos mismos militares y sus métodos siniestros de represión. Una injerencia al frente de la cual estará el coronel Joll (Johnny Depp), frío e intrigante, quien recurre a métodos de sometimiento dados a conocer en más de un manual de la CIA.

Como guionista del filme, J. m. Coetzee renunció a la voz interior del Magistrado, recurso explicativo que se suple por unos giros narrativos que tratan de condensar cuanto acontece en la novela, que es bastante. El filme ha dividido a la crítica en dos bandos, mientras algunos lo aplauden, otros le reprochan una supuesta falta de intensidad en esa obligada síntesis que no quiere dejar nada afuera. Olvidan, sin embargo, estos últimos, que estamos ante un cineasta no dado a seguir las reglas convencionales de un tipo de dramaturgia que, cada cierta cantidad de minutos, suele recurrir a esquemas de «emociones computadorizadas», con tal de complacer a un tipo de público habituado a las continuas sorpresas.

De narrativa lineal, y dividida en cuatro estaciones del tiempo, la cinta (que exhibirá nuestra televisión) se resiente en una importante subtrama de la novela, relacionada con la relación amorosa que sostiene el Magistrado con una aborigen masacrada, fragmentos cargados de erotismo y complejidades en el libro, más místico en el filme, sin que se lleguen a madurar, de la mejor manera, las dudas y contradicciones de este hombre rendido ante una «enemiga» del mismo imperio que él está representando.

Denuncia social, xenofobia, odio del blanco narcisista y conquistador sobre el mestizo desposeído, todo ello expresado, de manera directa y sin mayores sutilezas –que de eso sí tiene la novela–, pero una metáfora aleccionadora de los métodos imperiales de dominación presentes en muchos lugares del mundo, lo que convierte a Esperando a los bárbaros en una entrega poderosa.

Fuente: Granma.

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