Centro Histórico de San Salvador: ¿Para qué y para quién?
Por: Walter Raudales.
Mientras las luces de neón y las fachadas restauradas venden al mundo una narrativa de «primer mundo», en las calles de San Salvador se libra una batalla silenciosa y cruel. El cierre de año no trae prosperidad para todos; trae represión, gas pimienta y despojo.
Termina el 2025 y el Centro Histórico de la capital cierra el año con una batalla abierta: no contra pandillas, sino contra las familias que sobreviven de la venta informal.
La «Vitrina Show»: Estética sobre Dignidad.
El Estado y la municipalidad han decidido que la pobreza «afea» el paisaje. Bajo la administración de Bukele, el Centro Histórico ha pasado de ser un espacio de convivencia popular a una vitrina publicitaria.
En estos días festivos, mientras el gobierno presume una «vitrina impecable» para turistas y élites, agentes del CAM y seguridad privada persiguen, decomisan mercadería, golpean y hasta rocían gas pimienta a personas humildes que venden dulces, frutas, ropa barata o juguetes de bajo precio. Videos circulan en redes mostrando la indignación: abuelitos corriendo con lo poco que les queda, mujeres llorando por el sustento diario perdido, familias enteras en inseguridad alimentaria total.
Estas personas no tienen prestaciones sociales, no gozan de empleo formal ni de protección alguna. Trabajan bajo el sol abrasador o la lluvia, a la intemperie, solo para llevar un bocado a casa. Pero para la Alcaldía de San Salvador Centro y el régimen de Nayib Bukele, los pobres trabajadores les «afean» la imagen. El Centro Histórico, que debería ser patrimonio de todos los salvadoreños, se ha convertido en un feudo gentrificado: secuestrado por inversionistas extranjeros, empresarios cercanos al poder y hasta familiares del presidente, que compran propiedades con exenciones fiscales mientras miles son desalojados.
¿Acaso no han visto cómo funcionan las calles en el Centro de México, Los Ángeles, Antigua Guatemala o ciudades europeas? Allí, la venta ambulante convive con el turismo, en plazas y parques, sin que nadie la tilda de «desorden»; en esos lugares integran sus mercados populares y ventas callejeras como parte de su ADN cultural.
Pero en El Salvador, el estilo autoritario lo prohíbe todo: un pobre vendiendo cerca del «emporium» de los poderosos es perseguido como delincuente. Se les trata peor que a animales: decomiso sin devolución, agresiones físicas, retención de mercadería en bodegas. Y ahora, se les ataca con gases lacrimógenos y hasta se les amenaza con apresarlos aplicándoles el tan nefasto Régimen de Excepción, pues en vísperas de Año Nuevo, el alcalde Mario Durán anuncia que lo decomisado no se devuelve, dejando a familias sin nada para celebrar ni comer.
En lugar de políticas de formalización o espacios dignos, la respuesta estatal es el decomiso. Quitarle la mercancía a un vendedor de frutas o juguetes no es «orden», es un acto de violencia económica que empuja a las familias al hambre.
El «modelo Bukele», vendido al mundo por el aparato de propaganda del régimen bukeliano como un éxito rotundo en seguridad, revela su cara oculta: seguridad económica solo para los que pueden pagar. Para los pobres, represión. El Centro Histórico revitalizado brilla en fotos oficiales, con plazas limpias y eventos navideños para turistas, pero ¿a costa de qué? De empujar la pobreza a la periferia, de invisibilizarla, de criminalizar la supervivencia.
El Anillo de Hierro: Violencia y Represión.
La denuncia ciudadana en redes sociales es clara: el Centro está secuestrado por un dispositivo de seguridad que parece más un ejército de ocupación que una fuerza de orden público.
Agentes Metropolitanos (CAM) y «guaruras» privados: Actúan como una guardia pretoriana para proteger los intereses de la «argolla de poder».
Tácticas de terror: Uso de gas pimienta, persecución física y golpes contra personas desarmadas cuyo único «delito» es intentar vender un producto.
Criminalización de la pobreza: Se persigue al vendedor ambulante con la misma saña que si fuera un criminal de alta peligrosidad.
Esto no es ordenamiento urbano; es limpieza social. No resuelve la informalidad que afecta a la mitad de la fuerza laboral salvadoreña; solo la desplaza y agrava. Las «alternativas» ofrecidas (puestos en mercados) son insuficientes, caras o inviables para muchos. Mientras, el poder se apodera del centro para sus negocios: hoteles, cafés de lujo, inversiones millonarias exentas de impuestos.
¿Hasta cuándo? ¿Hasta qué límites están dispuestos a llegar? La gente necesita vivir, y vivir dignamente incluye el derecho a trabajar en espacios públicos que son de todos, no de una élite.
¿De quién es el Centro Histórico?
Legalmente, los espacios públicos nos pertenecen a todos. Pero hoy, el Centro ha sido secuestrado por la familia presidencial y sus socios comerciales. La seguridad no se mide solo en la ausencia de pandillas; la verdadera seguridad es que una madre pueda vender sus productos sin miedo a ser gaseada o robada por el mismo Estado que debería protegerla.
«Un país que brilla por fuera pero sangra por dentro no es un modelo de éxito, es un decorado de cine.»
¡Devuelvan los espacios públicos a la gente!
Exigimos el cese inmediato del uso de la fuerza contra el sector informal. La seguridad real empieza por garantizar que nadie sufra inseguridad alimentaria por culpa de un capricho estético municipal.
La verdadera seguridad incluye oportunidades para ganarse la vida con dignidad, no solo cámaras y uniformes. La seguridad alimentaria, el derecho al trabajo informal regulado, la inclusión social: eso también es seguridad. Si no, este «modelo» no es más que una vitrina falsa, bonita por fuera, cruel por dentro.
«¡Ingratos, déjennos trabajar, no nos quiten la ventecita¡» ruegan unas personas, a a los prepotentes gerdarmes contratados por la administración del centro histórico, mientras otras con enojo replican «maldito el día en que la gente , los eligió»…
El pueblo salvadoreño merece más que fotos turísticas. Merece un Centro Histórico vivo, diverso y para todos, centro de operaciones para negocios de dudosa actividad o de un museo estéril para pocos.
Comparte y denuncia los atropellos que ves en tu zona. El silencio es cómplice del despojo.
