La izquierda estadounidense gana también la alcaldía de Seattle.
Katie Wilson, descrita a sí misma como socialista democrática, es la nueva alcaldesa de Seattle


El 4 de noviembre, mismo día en el que Zohran Mamdani se alzó con la alcaldía de Nueva York, Seattle —una de las ciudades más progresistas de Estados Unidos, el núcleo urbano más grande del estado de Washington, en el noroeste del país— también votó. El escrutinio, no obstante, se alargó más de una semana, debido al peso del voto por correo y a la igualdad entre los dos principales candidatos.
En un conteo enormemente ajustado, la elección ha terminado por otorgar la alcaldía a Katie Wilson, una figura con clara orientación progresista, definida a sí misma como “socialista democrática” —igual que Mamdani— y con un largo historial de activismo en torno a la política fiscal. La victoria de Wilson reconfigura ostensiblemente el equilibrio interno de un ecosistema político históricamente alineado con el Partido Demócrata. La derrota de Bruce Harrell, el alcalde demócrata que buscaba la reelección, evidencia la profundidad del giro político en la ciudad.
La izquierda se hace con Seattle
Inquilina y cofundadora del Transit Rider Union, una organización dedicada a la defensa de los trabajadores que usan los transportes públicos de la ciudad de Seatte, Wilson ha sido protagonista en buena parte de las campañas por la mejora de los transportes y por el aumento de los salarios de los trabajadores de los autobuses allí. También se involucró en campañas en defensa del sector de los alquilados.
La ventaja final de Wilson, de apenas 2.000 votos, fue evolucionando a lo largo de los días. Harrell comenzó el escrutinio con más de 8.000 votos de ventaja; sin embargo, conforme se incorporaban las papeletas enviadas por correo —donde prima el voto joven y de izquierdas—, la balanza empezó a inclinarse de forma constante a favor de Wilson. La tendencia parecía irreversible en torno al miércoles y puede ya darse por consolidada.

El discurso de Katie Wilson, como el de Mamdani, se ha centrado en el auge del coste de vida en Seattle y en la tímida intervención del gobierno demócrata de Harrell en el mercado de la vivienda. Paradójicamente, su identificación pública como socialista democrática —antaño un valor electoralmente repudiable— parece haber sido determinante, arrastrada en cierta medida por el “Efecto Mamdani”.
Wilson accede a la alcaldía respaldada por una coalición progresista robusta, pero el Consejo Municipal presenta una composición dividida ideológicamente, lo que obligará a pactos constantes, cálculos finos y negociaciones que con toda seguridad dificultarán la agenda redistribucionista y socialdemócrata de la nueva alcaldesa. Pero el significado político, de la mano con la victoria de Mamdani, es innegable.
El voto joven urbano de las ciudades históricamente demócratas en Estados Unidos parecen inclinarse hacia la izquierda… Y eso es un revulsivo municipal con proyección nacional. Harrell, pese a su positiva imagen en la ciudad, no ha logrado contener la ola progresista. Tampoco pudo Cuomo en Nueva York.
La Casa Blanca, ¿un objetivo realista?
Aunque aún queda tiempo para las presidenciales de 2028 y el aparato tradicional del Partido Demócrata conserva margen de maniobra, las tendencias estadísticas y demoscópicas apuntan a un fortalecimiento sostenido de la izquierda. El Democratic Socialists of America (DSA), con un discurso centrado en la redistribución, la justicia climática y los derechos laborales, ha logrado conectar con una generación marcada por la precariedad, la deuda estudiantil y la crisis ambiental. Más allá de figuras tan visibles como Bernie Sanders, Alexandria Ocasio-Cortez o Zohran Mamdani, el DSA ha demostrado una notable capacidad para formar y proyectar nuevos liderazgos locales, y Katie Wilson es ejemplo de esta misma dinámica.
En 1982 nació el Democratic Socialists of America (DSA), fruto de la fusión del DSOC de Michael Harrington y edl New American Movement. Ambos proyectos coincidían —a grandes rasgos— en su lectura de la política norteamericana. Dado el sistema electoral estadounidense, planteaban que el socialismo y, en general, la izquierda, solo podría sobrevivir actuando dentro del Partido Demócrata y disputando su orientación interna, por complicado que fuera. Durante las décadas siguientes, el DSA se consolidó como una fuerza municipal persistente, aunque sin influencia real a escala nacional.
El punto de inflexión llegó con Bernie Sanders. Sus campañas de 2016 y 2020 colocaron por primera vez en décadas una agenda socialdemócrata en el centro del debate nacional. Aunque no obtuvo la nominación, abrió una grieta en el consenso liberal-demócrata y dio una nueva legitimidad al Socialismo Democrático. Desde entonces, el DSA ha crecido entre jóvenes urbanos precarizados, conectando con algunas de las principales contradicciones del capitalismo estadounidense “realmente existente”, en particular en lo referido al sistema de acceso a la vivienda.
La victoria de Donald Trump en 2024 profundizó la crisis del Partido Demócrata y el agotamiento del centrismo se ha vuelto evidente. El “mal menor” anti Trump ya no parece movilizar ni a las bases ni a los independientes, y la insistencia en la moderación solo ha agravado la desafección. Es en esa grieta donde emerge la izquierda.
